Mar de Mentiras

01

-¿Por qué naciste? ¿Qué haces aquí? solo eres una mísera criatura agonizante- me repetía a mi misma.

Sólo podía verme en el reflejo del agua, la cual era cristalina, pero ¿qué podía hacer? 

-No seas débil- me gritaba una voz desde mi interior.

¿cómo podría no serlo? 

-Esconde tus debilidades- repetía nuevamente -Esa es la única manera en la que sobrevivirás- añadió.

Era mi falta por haber aceptado todo, por haber creído en falsas esperanzas, si hubiera… escuchado a los que se preocupaban por mí… no tendría que estás corriendo por mi vida, pero hay… miré mi reflejo en el agua, un enemigo del que no podré escapar, por más que corra y me esconda, yo, yo soy mi enemigo.

-¡Ahí está! ¡Atrapenla!- gritaron guardias a mi espalda.

Aquí vamos nuevamente,  comencé a correr con todas mis fuerzas, ellos eran demasiado veloces, mis piernas dejaban de responderme, me había escondido por tantos años ¿mis esfuerzos fueron en vano? yo… ¿estaré próxima a conocer la muerte? he estado tan cerca de ella tantas veces que se me hace un poco tentadora ¿por qué sigo huyendo? 

-¡Sé fuerte! ¡Sobrevive! para darle el castigo que ese hombre merece-

¡Eso era! yo debía vengarme, aún vivía por el deseo de venganza, el cual era tan profundo que corría por mis venas.

Logré alejarme lo suficiente de ellos, pero… sentí como algo atravesó mi pecho, una… una flecha, no me detuve, tenía que alejarme, tenía que perderlos de vista, tenía que sobrevivir. Los perdí de vista, luego de haber corrido herida durante más de dos horas, sentía como mi aliento faltaba, como mi espalda estaba completamente impregnada en sangre, desearía que fuera la sangre de algunos de los que se han metido en mi camino, pero no lo era, era mi sangre, comencé a ver todo completamente borroso, no podía correr a la misma velocidad a lo que lo había hecho, me detuve a tomar aire, después de haberlos perdido de vista, me desvié a un lugar abandonado, nadie pasaba por ahí. Me apoyé en un árbol, llevando mi mano a mi pecho, me coloqué de rodillas, de mi boca salía demasiada sangre 

-inútil- decía mi conciencia -no vas a morir- repetía nuevamente.

Caí al suelo, mis ojos se cerraron, lo único que podía hacer era intentar seguir respirando.

Tiempo atrás…

-Amelia, Amelia hija, despierta- susurró mi madre meciéndome suavemente.

-¿uhm?- respondí más dormida que despierta.

-Tu padre salió esta mañana, no quiso despertarte, volverá en un par de días- musitó.

-¿hoy iremos a la casa de los abuelos?- ella asintió.

La casa de los abuelos era el lugar al que nosotras íbamos para no estar solas en la ausencia de mi padre, él era mercader, cada dos meses iba en busca de nuevas telas, las cuales vendía en la ciudad a un muy buen precio. mis abuelos, las personas más amadas de la aldea, aunque eran demasiado estrictos en algunas cosas y sus supersticiones eran demasiado exageradas.

-Empaca tus cosas, pronto partiremos- dijo mi madre depositando un beso en mi frente.

Los asnos estaban enalbardados, estábamos listas para partir, si salíamos en la mañana, llegaríamos antes de que el sol se pusiera, vivían algo lejos, pero no era nada a comparación de los viajes de mi padre que duraban tres días de a caballo, los asnos son más lentos, más suaves, para una dama.

-¡Mi querida Amelia!- exclamó mi abuela al verme.

-Has crecido demasiado desde la última vez que te vi- dijo mi abuelo.

-pero si ha pasado poco más de un mes, no he crecido tanto- sonreí.

Dos días pasaron, caminaba cerca de los establos de mi abuelo, la primavera había adornado todos los campos con asombrosas flores, me alejé un poco para ver unas flores que llamaron mi atención, tomé una de ellas entre mis manos, su olor era dulce, hacía cosquillas a mi nariz, la llevé a mi cabellos y la coloqué en medio de una de mis trenzas.

-No es bueno que una mujer camine sin compañía- dijo alguien a mi espalda.

Al darme la vuelta vi a un joven alto y bien parecido, sus ojos eran oscuros y demasiado expresivos, su sonrisa radiante, mi corazón, acelerado. 

-Disculpe, debo irme- dije dándome la vuelta.

En ese momento no me di cuenta que había perdido uno de los broches que mi padre me había obsequiado, lo supe, días después de haberme encontrado con aquel chico misterioso.




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