Al compartir una sonrisa cómplice comenzamos a correr lejos del lugar, lejos de mis padres y de la abrumadora sociedad en la que los buenos modales y una mujer bien “callada” eran necesarios para mantener el orden de la sociedad.
-¿Me recuerdas cómo terminamos envueltos en esta situación?- pregunté mientras ambos tomábamos aire bajo la luz del alba.
-¿Desde que te caíste sobre mí y comenzaste a intentar encontrarte conmigo?- sonrió ladino.
-¡Yo no hice eso! Digo, sí me caí sobre tí ¡Pero nunca te seguí!- me crucé de brazos.
-Creo que todo comenzó cuando te caíste por segunda vez mientras tu vestido se enredó en una rama del suelo, además estaba lloviendo a cántaros y de seguro habrás agarrado un resfriado si no llegaba a salvarte- comentó como si fuera la historia más fascinante.
-Estaba lloviendo, sí, pero no a cántaros como dices… fue solo una llovizna y no me habría hecho nada- lo fulminé con la mirada.
-Está bien, reconozco que desde la segunda vez que nos encontramos, cuando me ibas a leer el libro me pareciste muy encantadora, pero esos sentimientos se afirmaron cuando caíste del cielo- rió.
-Tantas escapadas me metieron en muchos problemas y más con Mabel, siento pena por ella ¿Qué será de su vida?- pregunté al desviar la mirada y fijarla en el horizonte.
-¿No crees que valió la pena?- tomó mi rostro con suavidad e hizo que lo mirara -Por fin podemos estar juntos, cosa que sería imposible en otras condiciones- sonrió con timidez.
-¿Es mi impresión o te estás sonrojando?- pregunté con una enorme y juguetona sonrisa.
-Eh… yo… Esto es algo que no le he llegado a decir a nadie, pero no eres como las demás chicas Amelia- tomó mis manos- Eres completamente diferente a las demás, eres como un rayo de sol en medio de la fría oscuridad, como la flor más preciosa en medio del desierto, no había llegado a decirte abiertamente lo que siento...Te amo Amelia y espero que este amor dure hasta después del día de nuestra muerte- Se acercó a mí y besó mi mejilla.
Mi rostro se convirtió en una enorme frambuesa por el color, no podía creer lo que estaba pasando, no esperaba que Oliver confesara sus sentimientos de esta manera tan directa, es… como si lo hubiese sacado de un libro.
-Yo… También espero que esto dure hasta después de nuestra muerte- sonreí.
-Se supone que también dirías que me amas- desvió la mirada.
De una manera juguetona me acerqué a él y deposité un beso de regreso en su mejilla, haciendo que este se sonrojara a más no poder.
Llevábamos casi una semana escondidos, los planes que teníamos eran irnos a un pueblo en la frontera de Francia, nos llevaría algo de tiempo ya que tendríamos que cruzar medio país además del océano pero por suerte teníamos algo de dinero que nos permitiría llegar hasta el muelle para tomar el barco con rumbo a nuestra libertad.
Hemos dormido al aire libre para ahorrar algo de dinero pero no me importaba, si estaba a su lado sabía que todo estaría bien.
-Amelia- me llamó.
-¿Qué pasa Oliver?- pregunté acercándome a él.
-Acércate más-
-¿Hay algo malo?- insistí.
Acercó su rostro al mío y me miró fijamente a los ojos -¿Ya te he dicho que tus ojos son los de un ángel?-
Mi corazón latía como si hubiera corrido un maratón, Oliver siempre me hacía sentir la persona más amada del planeta.
-¿Cómo puedes decir esas cosas?- dije nerviosa y muy sonrojada.
-No estoy mintiendo Amelia, además para mí serás la única y la más hermosa del mundo-
-Me gustas mucho Oliver, en serio-
-Tu no solo me gustas, te quiero Amelia y cuando lleguemos a Francia quiero casarme contigo-