II. Diwlish & Grainy.
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Evangeline
LA FAMILIA STOTCH era religiosa, a diferencia de nuestra Evangeline, que dudaba de la existencia de cualquier ser superior o inferior a los que podía tocar.
Pero durante la víspera, cuando sintió que su alma se iba de su cuerpo, porque el olor a descomposición y azufre era, naturalmente, fétido e insoportable: Evangeline se dió cuenta que tal vez habían cosas posibles de tocar, pero que no eran iguales a ella.
Incluso aunque lo parecieran.
Sintió la cama hundirse cerca de su cabeza, supo que se trataba de Jackson; su gato. Malhumorado por no tener comida en su tazón, como cada mañana.
Jackson había llegado a su vida como un hueco en su bolsillo y una gasa con antibióticos a su corazón, que poco después tuvo más brillo con la llegada de Diana, su labradora, incluso aunque su bolsillo gritaba de desesperación, Evangeline había podido costear sus gastos y tener una mejor situación laboral.
Le tomó tres años, pero como toda Bernaessa, no pensó nunca en abandonar ninguna de sus posesiones, por menos valiosas que fueran.
—Espera Jack, voy, necesito cepillarme. Eres un irrespetuoso ¿A qué sí, eh, Diana?
Diana, la labradora, que bien floja, bien respetuosa, sólo subía las patas delanteras a la cama de su humana y le hacía una especie de sonrisa canina.
Escuchó atentamente la voz patosa de Evangeline y dió un gemido que podía o no interpretarse como una aceptación a su pregunta, tal vez, Diana sólo tenía hambre, pero era más educada que Jackson.
Una vez el cabello zaíno se despegó de la almohada el día se consideró comenzado. Evangeline cuidó su higiene personal y con aires de frescura se aseguró el desayuno a sí misma y a sus mascotas.
Vió los burritos y el sixpack en el mesón de la cocina, pensó en tirarlo todo y olvidar aquel sueño truculento, que bien sabía no tenía nada de soñado, pero luego en una especie de epifanía, decidió meter todo a la nevera y actuar tan fingidamente natural que ella misma podría confiar en su actuación y olvidar todo.
No podía hacerlo, lo sabía, pero era mejor fingir que sí.
—Diana cuidado con aplastar a Jack de nuevo.
Claro, no era la primera vez que Diana se subía al sofá, dejando a Jackson sepultado bajo su cuerpo. Luego el gato sacaba la cabeza, con mala cara, y hacía a Diana moverse o bien intentaba salir y sentarse sobre el lomo de la labradora.
Evangeline comió en calma su desayuno, viendo Chick Mipple y con los rayos del sol pintoreando las paredes de su sala. La pared a la cual le daba la cara era meramente de vidrio, de modo que el sol también pintaba su tez y volvía más claros los ojos de sus mascotas.
Ese día no se suponía que tenía que salir, podría quedarse a gusto en casa, solo con la música y los quehaceres domésticos. Por eso su cabello estaba recogido sin orden o cuidado alguno, Evangeline era muy desordenada con su vestir, pero fuera como fuese, ese tecnicismo no le impidió bajar por las cartas a su buzón.
Una vez de vuelta en el elevador, Evangeline miro su correspondencia una carta a la vez, revisó su misiva del banco por la hipoteca y una de la prima lejana que no sabía que tenía hasta hace tres meses, las organizó alzando la pierna, usándola como mesa improvisada.
Una tarjeta cayó.
La tomó del piso y la miró por primera vez, era bastante simple: una tarjeta de presentación.
Diwlish & Grainy.
Toujours pour le service.
1845
Transversal dieciséis de la calle Salen. Oficina dieciocho.
28031750 (034)
Volvió a leer. Esperando, tal vez, que su instinto Bernaes le dijera como una tarjeta así, tan delicada, había llegado a su buzón. Pero estaba segura que no tenía contacto con ninguna persona de ese tipo, tampoco una suscripción a un lugar así.
Repasó la tarjeta una vez más, con calma, intentado recordar si en algún momento, a lo mejor, había dejado sus datos en un sitio así. Pero Evangeline estaba muy segura que no, que no lo había hecho.
Llegó al piso tres y abrió la puerta de su apartamento, escuchó las voces caricaturescas de Chick Mipple y como Jackson y Diana no se habían movido de su lugar frente al televisor.
Evangeline tiró las cartas sobre el mesón de la cocina y sostuvo la tarjeta entre sus dedos, resolviendo si debía ir al lugar, o por otro lado, ignorar completamente que una correspondencia que no le pertenecía había llagado a su buzón.
Le preocupaba que su información personal estuviera rotando por ahí. Esa era su excusa, por supuesto, cuando se calzó las zapatillas luego de vestirse. Subió al piso cuatro, llamando a la puerta con un pequeño doce en el centro; la casa de su vecina Céline.
—¡Hola Evan! ¿Qué tal estás? Tengo un tiempo sin verte cariño.
La nieta de su vecina era un encanto, besaba sus mejillas y la apretujaba en un abrazo incómodamente refinado, siempre que lograba verla.
—Hola, Céline. Tengo que salir una hora, más o menos—hizo un mohín con su mano—, no creo tardar más que eso. ¿Podrías echarle un ojo a mis retoños?
Céline sostenía la puerta y ocasionalmente miraba hacia la sala, donde su abuela estaba sentada en la silla de ruedas, viendo la televisión. Céline era rubia, con un cabello similar a una hoja y con una expresión sumamente dulce.
—Claro, no te preocupes. Puedo traerlos con nosotras luego de asegurarme que desayune, Evangeline.
—¡Gracias, eres genial! Te veo luego Céline.
Evangeline corrió escalera abajo, no estaba tan cansada como para tomar el elevador de nuevo. Céline la observó bajar las escaleras, saltándose escalones y totalmente animada. Sonrió, cerrando la puerta y preguntándole a su abuela que le apetecía comer.
Editado: 16.06.2024