Marca de Erion

Prólogo

La noche era un lienzo de tinta en el reino de Wisteria, y el viento, un gélido susurro que acariciaba las torres del castillo.

En el corazón de la capital, en su gigantesco trono de oro, el Rey Heyster esperaba. Su barba marrón no disimulaba la profunda línea de preocupación que cruzaba su frente. Alto, de ojos café fijos y tensos, era el gobernante de Wisteria, un reino donde la magia y las razas convivían. Su compromiso con la paz se sentía ahora como un pesado hierro frío.

Soldados reales, con armaduras relucientes, estaban apostados en las esquinas. No era una guardia de honor; era una señal de alerta.

Las grandes puertas del altar se abrieron con un chirrido que se sintió pesado.

Finalmente, el Capitán Leonard de la caballería había llegado.

La expresión del rey cambió. Era una mezcla de alivio momentáneo y terror preexistente. Leonard hizo una reverencia rápida y, sin perder un segundo, comenzó su informe con voz firme.

—Muchas gracias, caballero Leonard. Excelente noticia —elogió Heyster, aunque su voz sonó hueca. Fue directo al grano—: Respecto a la misión que te encargué, ¿qué puedes decirme al respecto?

Leonard bajó la cabeza de nuevo. Su tono era solemne, carente de su audacia habitual.

—Me temo, mi señor, que ellos han iniciado su movimiento.

La noticia fue un golpe helado. Heyster apretó los puños contra el apoyabrazos dorado. Había temido la existencia de los Zarion, pero temer este momento no era lo mismo que estar listo.

—¿Cuántos son?

—Se estima que son miles —respondió Leonard. Su rostro pálido lo decía todo—. Se dirigen hacia el norte, arrasando todo a su paso y no dejando sobrevivientes.

El rey se levantó de golpe. El trono chirrió ruidosamente. Su mente corría con las historias de los Zarion.

—¡Debemos movilizar a nuestras tropas! —ordenó, su voz resonando con pura determinación—. ¡No podemos permitirles que lleguen a la capital!

Leonard asintió, pero sus ojos seguían inquietos. Se veía algo más en ellos que terror.

—Mi rey, hay algo más...

¡BOOM!

No pudo terminar la frase. Una explosión devastadora destrozó las puertas. La madera y los escombros volaron a través de la sala como proyectiles, haciendo que los soldados se cubrieran con premura.

En medio del polvo, surgió una figura imponente: el jefe de los Zarion. Un guerrero alto y musculoso, cubierto en una armadura oscura que reflejaba la poca luz con un fulgor siniestro. Sus ojos... eran una ferocidad ardiente que helaba la sangre.

—Lord Heyster —rugió, su voz un trueno grave—. Ha llegado la hora de rendirte. Lamento haber destrozado tu sala, pero de todas formas, muy pronto me pertenecerá.

La tensión en el aire era tan densa que se podía masticar. Heyster, aún de pie, se enfrentó al intruso. A su alrededor, los soldados desenfundaron sus espadas.

—¿Quién te crees para entrar en mi reino y lanzar tales amenazas? —respondió el rey con voz autoritaria. No retrocedió.

El líder Zarion sonrió. Una mueca cruel que revelaba dientes afilados como dagas.

Leonard dio un paso al frente, la mano en la empuñadura, decidido a proteger a su soberano.

—¡No permitiré que te acerques a mi lord! —declaró.

El enemigo solo se echó a reír con desprecio, una risa seca y odiosa.

—¿Crees que sus espadas pueden detenerme? Los Zarion somos más que guerreros; somos su peor pesadilla.

La presión que emanaba de su cuerpo era palpable. Heyster lo sintió. No podían permitirse perder la batalla allí mismo.

—Si has venido a pelear, entonces tendrás lo que deseas —dijo el rey—. ¡Wisteria es un reino libre y lo defenderemos hasta nuestro último aliento!

El intruso frunció el ceño, sorprendido por un instante. Luego, volvió a sonreír.

—Eres un estúpido necio. Hoy, la historia se reescribirá con tu sangre.

Con un movimiento rapidísimo, el jefe Zarion desenvainó su espada: una hoja oscura que parecía devorar toda la luz de la sala.

—¡Por Wisteria! —gritó Leonard, y se lanzó con su espada en alto.

La batalla comenzó.

Los soldados siguieron a Leonard con brutal fuerza. Pero era inútil. El jefe Zarion se movía como un relámpago oscuro entre ellos, un borrón de muerte. Un instante fugaz después, solo quedaba Leonard en pie.

Cuerpos. Sangre. Silencio.

La ira nubló la mente de Leonard. Sus compañeros habían sido masacrados. Apretó el puño que agarraba la espada y se lanzó sin pensar, buscando venganza.

Fue su último error.

El jefe Zarion solo tuvo que juntar las manos.

¡KABOOM!

Una onda de choque púrpura arrasó la sala. Leonard y el Rey Heyster fueron arrastrados por la explosión, golpeando la pared con la fuerza de un meteorito.




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