James cruzó el portal. Por unos instantes, su visión fue una explosión caótica de luces de colores; luego, un intenso vértigo que le revolvió el estómago; y finalmente, la sensación de una estabilidad firme, casi sólida, bajo sus pies.
Había llegado.
Lo primero que asimiló fue que el lugar se parecía a un pueblo, pero era diez veces más grande que Asmalia. Las casas no eran cabañas de madera, sino estructuras robustas, de apariencia moderna y resistente, construidas con piedra oscura y vigas gruesas. Y luego, la gente...
«Aquí no hay plebeyos. ¿Son todos nobles?», pensó James, sintiendo el contraste de su ropa sencilla contra los atuendos de mejor calidad que vestían los demás.
Pero lo más impactante no era el atuendo, sino el sonido sutil, pero constante, de metal contra cuero, una sinfonía de peligro. Al girar la cabeza, vio que la mayoría llevaba espadas, arcos o, incluso, extraños bastones sujetos a sus cinturones. Herramientas de guerra. Serias.
— ¿Qué lugar es este? ¡Es increíble! Nunca había visto tanta gente así.
Galen, que ahora caminaba con la capucha abajo revelando su rostro curtido y cansado, sonrió al escucharlo. Su expresión no era de alegría, sino de suave resignación.
— Tienes razón, muchacho. Este lugar no es cualquier sitio. Aquí están reunidos varios seres como yo. Personas con dones sobrenaturales, luchando por recuperar la justicia en este reino.
La emoción de James fue palpable, un pequeño fuego de esperanza después de la ceniza. Pero la tragedia no se olvidaba.
— ¿Qué pasaría si los Zarion llegan hasta aquí?
— Aunque quieran, de momento no pueden. Este sitio está oculto mediante magia. No han podido encontrarlo.
Mientras se adentraban, James sintió que algo fundamental no encajaba. La gente no solo se vestía diferente; era diferente. Algunos tenían rasgos que definitivamente no eran humanos. Otros exhibían variaciones notables de tamaño y complexión.
Galen, notando la perplejidad de James, sonrió.
— Este lugar no es como Asmalia, muchacho. Aquí viven aquellos que han decidido dejar de esconderse.
James se detuvo, boquiabierto. Vio a un hombre alto con cuernos que brotaban de su frente y a una mujer pequeña con orejas puntiagudas. El aire, notó James, olía a madera, humedad y una extraña esencia metálica, la magia.
— Parece que ya has visto a nuestros amigos —dijo Galen con calidez, sin dar tiempo a que James preguntara—. En Wisteria, los humanos no son la única raza. Los Zarion nos han forzado a todos a vivir en la sombra, a ocultar quiénes somos. Aquí, en la Ciudad Refugio, todos somos libres.
— ¿Cómo dices? —James estaba completamente aturdido—. ¿Existen otras razas aparte de los humanos?
— Exacto. Viviste toda tu vida en una aldea pequeña y aislada. No me extraña tu confusión. Por su propia seguridad, los aldeanos jamás hablarían de ello.
De repente, una voz fuerte cortó la conversación.
— ¡Al fin llegas, Galen! Estuvimos esperando todo el día.
Una chica se acercó. Tenía el pelo negro y largo, y desprendía un fuerte aroma a jazmín y, tal vez, a autoridad impaciente. Su voz cortó el bullicio de la calle como un latigazo. Amelia. A su lado, otro chico de piel mestiza la seguía con una expresión amigable.
— Así es, lo siento mucho, Amelia. Las cosas se complicaron un poco —respondió Galen, observando a James.
Amelia estudió a James detenidamente, sus ojos penetrantes.
— Entonces, este chico también pasó por lo mismo, ¿no?
Galen asintió. — Exacto.
— Bien, vamos a la base para continuar el tema.
Al llegar a la base, James sintió una punzada de nerviosismo. En la sala ya había varios chicos. Incluyendo a Amelia y a su amigo, parecían ser siete en total.
Galen entró de inmediato, atrayendo la atención.
— Correcto. Tal parece que ya están completos —dijo Galen, repasando a cada uno con la mirada—. Es hora de contarles la razón por la que están aquí.
Los chicos lo miraron, expectantes.
— ¡Ya era hora! —dijo el chico rubio, alto y con un pelo que brillaba bajo la luz.
— Escuchen atentamente, porque esta información es muy importante —continuó Galen, con una seriedad que disipó el ambiente—. Ustedes son nuestra única esperanza.
— ¿Qué nos intentas decir? —preguntó Amelia.
— Es comprensible que todos hayan tenido experiencias desagradables con los Zarion. Pero no están aquí solo porque los rescatamos del peligro.
— ¿Acaso nos estás ocultando algo, viejo? —El chico alto, rubio, interrumpió con una voz que, aunque joven, era autoritaria.
Galen fue directo, sin inmutarse:
— Lo que quiero decir es que... ustedes nos ayudarán a vencer a los Zarion, de forma definitiva.
La sala se quedó en un silencio sepulcral. Luego, la tensión explotó.
— ¿Estás jugando con nosotros? ¡Esos monstruos casi nos matan! —gritó Amelia, furiosa.
— Claro, nosotros somos simples personas sin ningún tipo de poder —dijo otra chica. Tenía el pelo castaño, bien cuidado, y parecía asustada.
— Yo tengo mucho miedo, no me gusta pelear —dijo el tercer joven, más pequeño y de rasgos asiáticos.
James, por su parte, sintió que el aire abandonaba sus pulmones. El recuerdo de la sangre en el suelo de Asmalia le quemó los ojos. Sus piernas temblaron, una reacción de terror que no podía sofocar. ¿Enfrentar a los Zarion? Era un pensamiento paralizante.
— ¡Cállense todos!
El silencio volvió. Todos se quedaron petrificados. El chico que había hablado era Axel. Era el más grande de todos (tenía catorce años), con pelo negro oscuro y una mirada penetrante.
— No nos apresuremos a dar conclusiones apresuradas —dijo Axel, con una madurez sorprendente—. Dejemos que Galen termine de hablar. Por favor, continúe.
Galen asintió. — Muchas gracias, Axel. Como decía... Ahora no son rivales. Pero tenemos una estrategia.
Galen alzó las manos. Un círculo de energía de un púrpura profundo empezó a formarse. No era explosivo, sino un pulso constante que llenó el aire de un zumbido vibrante.