Marca de Erion

Capítulo 7:

James parpadeó con una confusión dolorosa. La luz lo cegaba, una blancura tan intensa que le hacía daño a los ojos. Se encontró en un mundo distinto, que parecía un cuarto blanco infinito.

No había muebles, ni ventanas, ni paredes que acabaran, solo una luz uniforme sin fuente aparente, como si el propio aire estuviera encendido. La sensación de esterilidad era opresiva, y lo único que escuchaba era el sordo y amplificado latido de su propio corazón.

«¿Qué demonios es este lugar? ¿Qué pasó con Amelia y Chard?», pensó James, sintiendo un vacío terrible en el pecho.

Un segundo estaban juntos, y al otro, todos habían desaparecido sin dejar ni rastro. La soledad de ese cuarto era peor que cualquier monstruo.

De repente, un destello de luz amarilla apareció justo delante de él, bailando en el aire. La luz no era la misma que la del cuarto; era vibrante, llena de energía, pero se movía de forma extraña, como si estuviera a punto de explotar.

Mientras miraba el destello, escuchó una voz que parecía venir de todas partes, un sonido hueco y molesto, como un eco de un grito lejano.

—¿Quién eres? —preguntó James, sintiendo cómo su propia voz resonaba demasiado fuerte en el silencio—. ¿Sabes dónde estoy?

La voz no se molestó en responder. Solo soltó una risa burlona, áspera y desagradable, que se extendió por el espacio blanco antes de callarse de golpe, dejando el silencio aún más profundo.

La luz amarilla desapareció, y en su lugar, James notó que delante de él se encontraba alguien. La figura se fue haciendo sólida, condensándose lentamente hasta volverse tridimensional. James sintió un escalofrío helado en la espalda.

La figura era idéntica a James: pelo rubio, ojos azules, la misma altura y la misma complexión delgada pero fuerte. Resultó ser él mismo.

Sin embargo, su aspecto era horrible. Tenía los ojos hundidos y tristes, con una mirada de terror vacío y su boca estaba torcida en una mueca de derrota perpetua. Era diferente, y su personalidad, visible en cada gesto encorvado, era insegura, perturbadora y lamentable. Daba una profunda pena y asco verlo así.

—¿Quién eres tú? ¿Por qué te pareces a mí? —volvió a preguntar James, la voz tensa.

El doble caminó hacia él lentamente, como un muñeco viejo o un zombi, arrastrando un poco los pies en un silencio absoluto.

—Ya deberías conocerme, James —contestó la figura, con voz hueca y sin emoción—. Después de todo, he estado aquí, escondido siempre. Soy lo que no quieres ser.

—¿Qué quieres decirme? ¡Habla claro! —exigió James, retrocediendo un paso.

—¡Mírame bien! —el doble gritó con rabia, y el grito retumbó como un trueno—. ¿Acaso eres tonto? ¿A quién crees que ves ahora mismo?

James comprendió al instante. El reconocimiento fue un golpe en la nuca.

—Me veo a mí mismo, pero... triste y roto.

Otra risa seca y cruel salió de la boca de la figura.

—Así es. Estás viendo a tu yo interior. La parte de ti que no sirve para nada y que solo trae problemas.

—¿Mi yo interior? ¡No, es mentira! —James negó con la cabeza con fuerza y apretó los puños, sintiendo cómo la ira crecía—. Yo no puedo ser tan patético como esa cosa que quieres mostrar.

La figura se molestó por el rechazo y por la negación de James.

—Te mostraré tu verdad entonces. Deja de fingir.

El doble de James sacó una espada de la nada. La hoja era de un amarillo brillante y peligroso, llena del mismo poder que James sentía en su marca. La blandió con una sonrisa cruel.

—¿Vas a pelear desarmado? Qué típico de ti, dejar que otros hagan el trabajo.

James respiró hondo. Su mente, por puro instinto, invocó lo que necesitaba. En su mano apareció otra espada, pero era simple: una hoja de metal común, sin brillo, sin poder. Era solo una simple espada.

James pensó que no tenía oportunidad. «Su espada es mi propio poder, y la mía es solo hierro... ¿Cómo se supone que gane esto?» El miedo lo invadió, pero no se rindió. Se puso en posición de defensa.

—No voy a rendirme. Eso se acabó.

James continuó luchando con su yo interior. El doble amarillo se movía con la rabia y el dolor de años de culpa. Cada choque de espadas era un golpe brutal no solo en el metal, sino en el alma de James. La hoja amarilla vibraba con energía, obligando a James a retroceder.

El doble gritaba palabras venenosas mientras atacaba: —¡Eres débil! ¡Cobarde! ¡Siempre huyendo cuando las cosas se ponen difíciles! ¡Morirás aquí, solo como mereces!

James bloqueaba con todas sus fuerzas, sintiendo cómo sus brazos temblaban. La simple espada era pesada y su defensa se rompía con cada impacto.

En medio de la batalla, recuerdos lo invadieron. Pero esta vez no eran dolorosos; eran palabras claras que lo golpeaban con fuerza, dándole fuerzas justo cuando más las necesitaba.

Palabras de su madre Lina, Chard, Amelia y Galen:

«No te culpes por lo que no pudiste controlar, James. Eres un buen chico. Sé que eres fuerte, James. Sé que puedes lograrlo.»

«No te rindas, amigo. Estaremos aquí cuando despiertes. Confiamos en ti hasta el final.»

«Eres mejor que esto, James. ¡Mírate, tienes gente que te necesita! ¡Demuéstrales quién eres!»

«El poder más grande que tienes no está en la marca, sino en tu corazón. Úsalo.»

Era como si sus voces llegaran hasta el a pesar de no estar presentes.

Con cada recuerdo, la mano de James se hacía más firme. Esas palabras permitieron que sacara fuerzas de su interior. Su espada simple no brillaba, pero su voluntad sí.

—¡Basta! —gritó James.

La figura de su madre apareció de nuevo detrás del doble, como un fantasma de luz.

—¡Mamá! —gritó James.

—Es tu corazón. Es tu último recuerdo doloroso, la cadena que te impide avanzar. ¡No la mires!

James respiró hondo, y el miedo se fue, dejando solo una calma fuerte.

—Lo entiendo. Mi corazón te ha traído aquí. Pero ella no es real. Tú eres solo un recuerdo malo que debe irse.




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