batalla, una figura de disciplina marcial con una mirada rígida e impasible. Era la encarnación del desafío perfecto: la experiencia sin el alma, la habilidad pura sin la fluctuación de las emociones.
Axel, el espadachín más impulsivo del grupo, pasó al frente con una sonrisa pícara que intentaba disimular la tensión bajo su piel. Sus ojos color miel brillaban con la promesa de la gloria.
—Yo voy a ser quien acabe contigo —declaró, levantando su espada con un gesto dramático.
Este era su momento de brillar; el instante de demostrar su superioridad y reclamar el liderazgo que, en el fondo, sentía que le correspondía. Tenía que aprovecharlo.
Kael, el mentor, asintió desde la distancia, sus brazos cruzados sobre el pecho. Su silencio era un permiso, y quizás, una prueba.
Axel se lanzó hacia el clon con la mirada decidida, la punta de su espada apuntando al corazón del desafío. Preparó su arma para el impacto, repitiéndose a sí mismo una y otra vez: Esta vez no fallaría.
Las espadas chocaron con violencia, un grito metálico que hizo eco en el tranquilo campo de entrenamiento. El enfrentamiento se convirtió de inmediato en un duelo de pura fuerza. Axel empujaba con todo su peso, cada músculo tenso, tratando de doblegar al clon.
Axel, con una determinación férrea, se sostenía sin rendirse. El sudor le resbalaba por las sienes. Sabía que el clon era una réplica perfecta, muy superior a él en experiencia y resistencia, pero el orgullo le impedía retroceder.
—Ríndete ahora que puedes, chico —dijo el clon, su voz plana y desprovista de emoción, añadiendo una capa de frialdad al combate.
Los demás jóvenes Erion observaban el enfrentamiento, sus corazones latiendo al unísono con el clash de las espadas.
Chelsy era la más afectada; su respiración era superficial e irregular. Inquieta, sentía como si fuera ella misma quien estuviera luchando por no caer al suelo, su cuerpo reflejando la tensión de Axel.
—¿Creéis que perderá? —murmuró, su voz apenas un susurro.
—Es lo más probable —dijo Amelia, la maga de ojos violetas, con los brazos cruzados. A pesar de su tono pragmático, la preocupación se notaba en la rigidez de su postura—. No importa que sea un clon. Kael es un espadachín de experiencia.
Chard, el experto en magia rúnica, se mantenía atento. Miraba detenidamente los movimientos del clon, analizando el patrón, buscando desesperadamente una salida, un punto débil con el cual vencerlo.
—Es importante que gane, ¿verdad, James? —preguntó Chard, sin apartar la vista del combate.
No hubo respuesta. Chard frunció el ceño.
—¿James? ¿Dónde se ha metido?
Chelsy, todavía lamentándose por el inminente destino de Axel, vio una figura acercarse al clon de Kael. Fue un borrón de velocidad; tan rápido que apenas se dieron cuenta de su llegada. Era James.
¡Zas!
El clon de Kael fue golpeado en el abdomen. Su defensa, perfecta hasta ese momento, desapareció por el impacto, y fue arrojado al piso, rodando y deteniéndose en una postura de derrota.
Axel jadeó, pero no de alivio, sino de furia. Se giró hacia James, con la ira quemándole la garganta.
—¿Quién te pidió ayuda, idiota? —preguntó, lleno de rabia, sintiendo que su momento de gloria había sido robado.
—No te estoy ayudando —respondió James, encogiéndose de hombros con su habitual actitud despreocupada, aunque su espada estaba desenvainada—. Yo también lucho contra Kael. No eres el único aquí, ¿sabes?
—James tiene razón —dijo Amelia, y ella misma se unió a la refriega, su magia lista para el apoyo.
La batalla ahora era desigual. Ya no era solo Axel, sino un creciente grupo de los llamados Erion, uniéndose a la lucha.
—Shin, ¿tú también te uniste? —Chelsy notó al chico asustadizo, el más temeroso del grupo, junto a ellos, con su pequeño escudo en mano.
—Bueno, yo también soy un Erion, ¿no? —murmuró Shin, temblando ligeramente, pero permaneciendo firme.
Chelsy asintió, las lágrimas de frustración de antes reemplazadas por una sonrisa de felicidad.
—Axel no está solo —proclamó James, alzando su espada—. Somos los Erion, todo un equipo.
Axel escuchó las palabras de James. La rabia se disipó como humo, y la vergüenza lo invadió. Se había concentrado tanto en demostrar superioridad individual que había olvidado por completo el núcleo de la profecía.
En ese instante, recordó una conversación con Galen, las palabras del viejo mago resonando en su mente con la claridad de una campana de cristal.
—Axel, eres el más maduro del grupo y lo reconozco. Tienes potencial para ser un gran espadachín. Pero ser maduro no te convierte en el más fuerte. Ahora son Erion, ya dejaron de ser niños. Y la principal fortaleza que tienen los Erion es que luchan juntos y son un equipo. Ahí reside su verdadero poder.
Al recordar esta charla, su rostro cambió. La ambición individualista se desvaneció. Se levantó y, uniéndose al grupo, manifestando una nueva comprensión:
—Los Erion luchamos juntos. Esa es nuestra mejor fortaleza.
En el momento en que Axel pronunció esas palabras, con una convicción que venía del corazón, el clon de Kael desapareció. Se disolvió en el aire como si nunca hubiera existido, junto con la ligera brisa que había traído el desafío.
Todos quedaron atónitos mientras el verdadero espadachín aplaudía de pie detrás de unos árboles cercanos.
—Han completado todo el entrenamiento.
Kael había presenciado cada detalle del enfrentamiento. El objetivo nunca fue la victoria solitaria; el motivo real era despertar la verdadera naturaleza de un Erion: el trabajo en equipo.
Mientras los Erion celebraban su logro, Galen se encontraba en las fronteras ocultas de Ciudad Refugio, un lugar secreto y místico, protegido por capas de magia. Acababa de despedir a un escuadrón de espías que se dirigía hacia la capital de Wisteria, la tierra del Imperio.
—Por favor, tengan cuidado —instó Galen, su voz tensa por el presentimiento. Sus ojos reflejaban una profunda ansiedad—. Cada vez es más difícil entrar a Wisteria. Traten de no ser vistos.