La lucha era un baile salvaje.
Galen mantenía su postura, ojos fijos en la bestia sin alma: el Zarion. Lo analizó, buscando una grieta que no existía.
«Hora de empezar».
Invocó un vórtice, una tormenta de aire y arena diseñada para cegar al enemigo. El Zarion no parpadeó. Un solo paso firme y ¡Puf! El torbellino se desvaneció. La resistencia elemental era absurda. «Táctica simple, descartada. Toca subir la apuesta», pensó Galen.
El enfrentamiento se desataba en las desoladas afueras de Ciudad Refugio, entre unas pocas casas y el espeso borde del bosque.
El choque de poderes resonó. El rayo carmesí del demonio golpeó el muro mágico de Galen, desatando una onda expansiva que hizo temblar y vibrar los cristales.
—¡Salgan de aquí! —rugió Galen, consciente de que esta gente no poseía magia. Eran frágiles—. ¡No perdáis el tiempo!
El Zarion vio la oportunidad. Una distracción. Una víctima. Se movió con una velocidad antinatural. ¡Galen no lo esperaba! Una mujer, con el pelo lacio y un pañuelo en la cabeza, llevaba en brazos a un bebé de apenas cinco meses.
Galen reaccionó con un rápido siseo. ¡Clank! Logró interceptar el ataque. Las garras demoníacas se detuvieron a centímetros del rostro de la mujer, cuyo pañuelo se deslizó mientras huía despavorida. El bebé, ahora despierto, soltó un llanto agudo que taladró el silencio tenso.
—Vamos, ¡corran! —suplicó Galen.
La sangre caliente le empapaba el codo. Soportaba el dolor agónico de las uñas punzantes clavadas en su antebrazo.
—Protegiendo la carne inútil —espetó el Zarion, su voz seca—. Esa es la razón por la que los magos se debilitaron.
Galen se liberó con un tirón, ignorando el dolor. La ofensa hirió más que el corte.
—¡No habléis de lo que no entendéis! ¡No es debilidad! Es el corazón que a vosotros os falta.
—Gracias por el cumplido.
El Zarion cargó, desenvainando una espada negra. Galen hizo lo propio. ¡SHING! El choque de las dos espadas liberó un aura intensa en la brisa. Una promesa de muerte y furia.
El Zarion ejecutó un corte brutal y amplio, buscando decapitar. Galen se agachó. Usó el mango de su espada para desviar un segundo golpe lateral. El metal chilló. La vibración le llegó hasta el codo. Estaba siendo superado en fuerza. «Necesito una apertura. ¡Rápido!»
—Pelea cuanto quieras. Encontraremos y asesinaremos a los Erion.
—Eso ya lo veremos —contestó Galen. Su figura se envolvió en un halo dorado, demostrando todo su poder en una defensa mágica. Sabía que el demonio no se detendría con ataques ordinarios.
En la zona de entrenamiento, la tierra estaba revuelta. Los jóvenes Erion estaban exhaustos. James, tirado en el suelo, jadeaba. Horas revirtiendo la magia destructiva de Kael.
—Creo que hemos mejorado, ¿no lo creen? —preguntó James, apenas con voz.
Chard, a su lado, con las manos sucias y ojos caídos, asintió.
—Hemos entrenado por horas, tiene que haber servido de algo.
Chard le tendió la mano. James la tomó. Ambos estaban cubiertos de mugre, la ropa desgarrada. Parecían haber rodado en el barro.
—Baff, se ven terribles, chicos —Amelia se veía impoluta, tan cuidada como siempre—. Cuando lleguen a la base, ¡a la ducha!
—Entendido, jefa —bromeó Chard, y todos rieron, liberando un poco la tensión.
El entrenamiento había terminado. Kael suspiró. La misión de Galen estaba completa. Eran más fuertes, aunque aún no listos para un Zarion.
—Creo que es momento de regresar...
Kael se detuvo. Su rostro se puso rígido, la preocupación pura. No pudo terminar la frase.
Un estruendo sordo y húmedo, como si un meteorito hubiera impactado arcilla mojada. Un humo acre, de ceniza y azufre, comenzó a envolverlos.
—¿Algo cayó del cielo? —Amelia tosió.
—¿Una roca? No lo sé, ¡fue demasiado rápido! —dijo Chard.
El humo se disipó. Primero vieron dos piernas: robustas, grises, duras como roca. Luego, un cuerpo de complexión fuerte. Finalmente, la apariencia fría y asesina que solo un Zarion podía desprender.
—¿Cómo entró este monstruo? Se supone que la barrera...
El recién llegado era masivo, sangriento. Más amenazador que los que James había visto antes. Como algo sacado de una pesadilla.
El Zarion identificó las marcas de los Erion.
—¿Me estáis diciendo que estos mocosos son los Erion que nos derrotarán? ¡Qué broma de mal gusto!
—¡Eh! ¡Respétanos, estúpido! —saltó Peter, más rápido que su raciocinio—. ¿Quieres que acabemos contigo ahora?
El Zarion soltó una carcajada resonante.
—¿Ustedes, acabar conmigo? —preparó sus garras, que brillaron afiladas.
Kael se interpuso al instante.
—Yo soy tu oponente aquí, Zarion —declaró, volteando hacia los Erion—. No estáis preparados. Escapen hacia la base. Esperen a Galen.
Los chicos dudaron.
—¡Vayan, ahora!
La huida era la única jugada sensata. Todos corrieron, excepto Axel.
—A mí no me engañas, Kael. Tú solo no podrás.
El espadachín no contestó.
—Si peleas solo, es muerte segura —continuó Axel—. ¿Por qué no dejas que te ayudemos?
Kael se encogió de hombros, resignado.
—Odio admitirlo... Pero sois nuestra única vía para derrocar a Zeldric. Vuestra protección es lo primero. Por favor, cumple mis órdenes y vete.
Axel sintió el puñal. Kael fue su mentor. No quería verlo morir.
—¡No mueras, Kael!
Axel se marchó. Los Erion corrieron hasta que el bosque los ocultó del Zarion. Pero el remordimiento era pesado.
—¡Maldita sea! —repudió James, golpeando un árbol—. Prometimos acabar con los Zarion. Y ahora solo... escapamos. Somos una vergüenza para la profecía.
Axel miraba el cielo. Sentía lo mismo. Amelia y Chard bajaron la cabeza.
—James... —murmuró Amelia, sintiéndose culpable.
Eran los héroes. Pero huían como cobardes adolescentes. La promesa era hueca.
—Yo no permitiré esto —se dijo James a sí mismo, girándose.