—¡No dejaremos que mates a Kael! —dijo Axel con una furia contenida, su voz resonando con la convicción de un trueno lejano.
En medio del campo de entrenamiento desolado, entre el polvo y los restos de la batalla anterior, James, Chard y Axel se mantuvieron firmes. No habían huido con los demás Erion. En sus mentes jóvenes, pero recién templadas por la urgencia, había florecido una única y clara certeza: debían completar su misión. Su misión no era solo escapar, sino proteger a su mentor, el último lazo con la nobleza de su linaje.
—¡Somos los Erion! ¡Somos los héroes que acabarán con los Zarion! —gritó James a todo pulmón. Su grito, más que una amenaza, era una autoafirmación, un juramento hecho realidad en el fragor del combate.
El Zarion, un ser de sombras y malevolencia pura, ladeó la cabeza. Su rostro, cubierto por una extraña máscara de hueso oscuro, se inclinó, y un sonido gutural, seco y desagradable, escapó de su garganta. Era una risa. La presencia de estos mocosos no le infundía temor; le causaba una extraña y placentera diversión.
—Así que, vinieron buscando la muerte, ¿eh? —se burló el Zarion, ajustando el agarre de su espada negra, que parecía absorber toda la luz a su alrededor—. Par de tontos, y uno extra de postre.
Kael, el maestro, estaba muy golpeado y herido. La sangre se extendía sobre su túnica rasgada. Intentó ponerse en pie, apoyándose en su rodilla con un esfuerzo visible que tensó cada músculo de su cuerpo.
—Les dije que se fueran —masculló Kael, su voz ronca por el dolor y la frustración—. ¿Acaso no cumplen las órdenes que se indican? ¡Esto no es un juego!
Axel negó con la cabeza, su cabello castaño moviéndose con el gesto decidido. Sus ojos esmeralda no se apartaban del enemigo.
—Si dejamos a alguien abandonado, no podríamos llamarnos Erion —replicó Axel, sintiendo la punzada del dolor en su pecho por ver a su maestro así, pero al mismo tiempo, una oleada de orgullo por la lealtad que compartían.
Kael intentó levantarse de nuevo, pero un gemido de dolor se le escapó, y tuvo que volver a apoyarse en el suelo. El peso de la batalla era demasiado. Los jóvenes insistieron con la mirada en que descansara un rato.
—Miren cómo los cachorros vienen a buscar a su jefe —se mofó el Zarion, haciendo girar su arma con un silbido siniestro—. ¡Qué patéticos son! Deberían estar escondidos bajo la cama.
James dio un paso al frente. Su inseguridad habitual se había desvanecido. Por primera vez, no actuaba por impulso, sino con una madurez sorprendente, pensando en el bien de los demás y en la estrategia. Su postura era firme, y la marca de rayo en su antebrazo comenzó a pulsar con una luz amarilla.
—Te tragarás esas palabras cuando te hayamos vencido —declaró James, y su voz, aunque joven, tenía el filo del acero.
El Zarion volvió a reír, pero esta vez, la diversión se había mezclado con una pizca de impaciencia. Con un rugido, se lanzó, su espada negra buscando el cuerpo más cercano con una velocidad aterradora.
De entre los Erion, Axel fue el primero en moverse. Sabía que su fuerza física era superior. Levantó su antebrazo, cubierto por un brazalete de cuero, y consiguió frenar el impacto de la espada Zarion por unos agonizantes segundos. El dolor fue un latigazo abrasador que le recorrió el brazo, pero aguantó. Este sacrificio momentáneo le dio a James la ventana de oportunidad que necesitaba.
La marca de rayo en James brilló con una intensidad cegadora, más que nunca antes. Con un movimiento instintivo, una espada de energía pura, amarilla y vibrante, surgió de la nada y se materializó en su mano. Con un grito de guerra, James se abalanzó, su ataque sincronizado a la perfección con la defensa de Axel.
¡Zas!
Por primera vez, un ataque de los jóvenes atravesó las defensas de un Zarion. La espada amarilla se hundió ligeramente en el abdomen del enemigo, dejando una herida superficial, pero inconfundible.
El Zarion retrocedió con un siseo. ¡Lo habían herido! Él, un guerrero de élite, había sido marcado por simples niños. La humillación le hizo hervir la sangre.
—¡Malditos! —rugió, su voz distorsionada por la rabia.
Era tanta su furia que no se percató de que faltaba uno de los chicos. Giró la cabeza, buscando, y en ese instante de distracción, Chard apareció justo detrás de él. El chico de pelo oscuro había usado la confusión del golpe para flanquear al enemigo. Dispuesto a atacarlo con un potente puñetazo cargado de su propia energía, Chard se lanzó.
Sin embargo, el Zarion era más fuerte y su instinto de combate era superior. A pesar de la herida, se recuperó a tiempo. Levantó un brazo y detuvo el puño de Chard con una facilidad escalofriante. La fuerza del impacto fue tan sorprendente que el Zarion, sin esfuerzo aparente, arrojó a Chard contra el suelo con una violencia que hizo temblar la tierra y le cortó el aliento.
—¿Estás bien, Chard? —preguntó James, la sorpresa y la preocupación cruzándose en su rostro.
—E-estoy bien... no te preocupes por mí —jadeó Chard, luchando por incorporarse, su cuerpo magullado por el golpe. Se frotó la cabeza, tratando de despejar el aturdimiento.
No había tiempo para el cuidado ni para la evaluación de daños. El Zarion volvía al ataque, su expresión ahora peor que nunca, el aire a su alrededor se volvió denso y frío. Ya no había risas ni burla. Solo intención asesina.
—Están muertos —dijo, alzando la mano.
Al dar la orden, miles de flechas oscuras y repulsivas aparecieron en el suelo, emergiendo de la tierra como maleza venenosa. Todas apuntaban directamente no solo a los chicos, sino a una vasta zona del campo de entrenamiento. Kael, tirado en el suelo, también estaba dentro de la zona de impacto.
Los chicos observaron boquiabiertos la magnitud del ataque. Era un poder que nunca habían visto en acción. La desesperación se instaló en el ambiente.
—Esta magia es muy avanzada... es magia de área concentrada —comentó Chard, su voz apenas un susurro de asombro—. Es imposible escapar, no hay dónde correr.