—Eso ya lo veremos
Diciendo esto, Galen se envolvió en un halo dorado mientras se prepara para una defensa mágica absoluta.
El demonio no se quedaría parado.
—No pienses que ganarás con eso —dijo, seguro de sí mismo, una pequeña concentración de su poder sombrío.
El halo dorado que envolvía a Galen se hizo cegador. El mago alzó su espada, su semblante imperturbable. Era un veterano, y sabía que la principal debilidad de un Zarion era la rabia sin estrategia.
—Vencerme a mí es tu única opción, criatura.
El Zarion, incapaz de tolerar la calma del mago, rugió. Salió disparado de nuevo, un borrón sombrío, mostrando las garras que minutos antes habían rasgado la carne de Galen.
Esta vez la dinámica era distinta. Galen no se movió de su posición, ni siquiera un centímetro, tan inmóvil como una columna de bronce. El demonio, con la ingenuidad de la ira, pensó que bastaría un solo zarpazo para desgarrar el vientre de Galen.
Pero fue la primera vez que falló. La espada de Galen, envuelta en llamas tan blancas que parecían un sol embotellado, detuvo la embestida fulminante. El impacto resonó.
—Es inútil —dijo Galen—. No importa cuánto resistas, tus sucias garras ya no me afectan.
El Zarion no quería admitirlo, pero retroceder era su mejor opción en ese momento. La decepción se dibujó en su rostro.
—Mis garras son mortales —reflexionó para sí mismo—. Nadie ha ganado contra ellas.
—Resulta que esta será la primera vez que suceda —comentó Galen, emitiendo una risa orgullosa.
El Zarion gruñó de mala manera, una bilis hirviente que le torció la mandíbula. Su rostro era la viva encarnación de la maldad. Ahora estaba en problemas: existía una persona capaz de hacerle frente a las poderosas armas de los Zarion, afirmó en su mente inseguro. No podía dejar que el Rey Zeldric fuera informado de lo que sucedió. Matar a Galen ya resultaba ser una cuestión de su propia supervivencia.
—¡Galen…!
La voz de Amelia, alta y desesperada, rasgó la tensión en la plaza. El Zarion sonrió, una mueca cruel al ver que el halo dorado de Galen se disipaba por completo. El mago había agotado su reserva.
Amelia, Peter, Chesly y Shin se detuvieron, temblando. Habían llegado. Y Galen no pudo evitar que un gruñido de pura frustración escapara de sus labios.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, su voz llena de furia. Miró fijamente y notó que faltaban más Erion del grupo— ¿Dónde están James y los demás?
Amelia bajó la cabeza, sin atreverse a mirar.
—B-Bueno… —miró a los demás— se quedaron junto a Kael, apoyándolo.
Galen comprendió, pero la última palabra hizo que la cabeza le doliera demasiado.
—¿Apoyando a Kael? —preguntó, desconcertado—. ¿Me quieres decir que Kael y los chicos están peleando contra un Zarion?
La afirmación en las cabezas de los Erion fue la respuesta clave. Los Zarion encontraron a los Erion de la profecía y se estaban enfrentando en combate. Aunque Galen sabía perfectamente que la profecía se estaba cumpliendo, manifestaba preocupación de que los Erion no estarían listos todavía para una batalla real.
Y ahora el segundo Zarion también los había visto.
—¿Esas marcas en sus cuerpos? —se dijo a sí mismo—. ¡Son los Erion! ¿Qué demonios? Pero si son un bulto de mocosos.
Los chicos se concentraron tanto en la charla con su líder que apenas notaron al Zarion que estaba frente a ellos. Su simple presencia bastaba para ponerlos nerviosos y temblorosos.
Peter se adelantó un paso, con los puños temblando.
—¡Basta! ¡Yo no soy un cobarde!
Terminando la frase, una bola de humo estalló desde el suelo, nublando la vista de todo ser viviente dentro. Los chicos estaban asustados; nunca habían estado dentro de tan espeso humo fulminante creado por magia.
—¿Qué sucede? No puedo ver nada —manifestaba Peter, casi sin poder vislumbrar a ninguno de sus compañeros. Solo podía oír sus voces.
—Ese Zarion tiene que haber causado esto para obstaculizar nuestra visión —creyó Amelia. El humo afectaba demasiado su salud.
Chelsy se encontraba asustada. No sabía qué hacer y temía por sus compañeros, sobre todo por Shin.
—¿Qué haremos entonces? Así no podemos luchar.
De pronto, una voz firme y tensa cortó el velo de humo. Era Galen.
Entonces sintieron un pequeño ruido. El humo no afectaba a sus ojos, pudiendo vislumbrar un portal que aparecía en dirección norte dentro de la misma cortina de humo.
—¡Cruzad el portal, rápido!
Los chicos acataron las órdenes de su mentor y uno por uno cruzó el portal. Shin tuvo apoyo de Amelia y Chelsy para poder cruzarlo.
Mientras Peter maldecía al no poder luchar, Amelia trataba de calmarlo un poco.
—¿Qué sucedió con el Zarion? —preguntó Peter, inquieto.
Galen, cansado por la batalla, sonrió para aliviar a los chicos. Fue una lucha muy intensa, incluso para él, pero ya todo había pasado; todos se encontraban sanos y salvos.
—Nos hemos librado de ese demonio, de momento.
Minutos después, Axel y Chard irrumpieron en la base, cargando a Kael, quien estaba casi inconsciente, con heridas muy serias. La sangre de Kael empapaba el torso de su túnica y cada aliento era un esfuerzo.
—Imagino lo que deben haber pasado ustedes —comentó Galen—, pero reconozco que lo hicieron bien.
Los chicos sintieron alivio del aliento que proporcionó Galen. Axel todavía estaba revuelto.
—Kael necesita ir por algún médico.
Galen asintió, su rostro severo. Con un chasquido rápido, aparecieron dos figuras femeninas. Llevaban armaduras plateadas y túnicas modestas.
La chica de cabello rosado y la otra, de pelo verde claro, llevaban en su armadura el emblema del Caduceo Dorado. Eran curanderas de alto rango.
—Chicas, necesito que atiendan a Kael. De inmediato —ordenó Galen—. Su condición es precaria. Confío en ustedes para estabilizarlo.
La chica de pelo rosado inclinó la cabeza, su calma un bálsamo en la base agitada.