Ciudad Refugio era el lugar secreto donde muchos magos y seres de otras razas permanecían escondidos. La tiranía del Rey Zeldric y los Zarion había sido muy cruel, creando un imperio sombrío y oscuro. Afortunadamente, estos seres, conocidos como renegados, lograron escapar a tiempo. Su fuerza y compromiso con los plebeyos los llevaron a negarse a formar parte del ejército planeado por Zeldric.
Esta ciudad pertenece a Esmarda, un reino fronterizo con Wisteria. Esmarda era un país grande y verdoso, pero a diferencia de Wisteria, las razas no eran tan unidas. Las personas con poderes solo eran aventureros que trabajaban para gremios, cumpliendo misiones y ganando jugosas recompensas. Era algo muy normal en ese lugar.
Cierto día, en Ciudad Refugio, todo cambió drásticamente. El mago experimentado Galen, quien formó parte del ejército del antiguo Rey, había cumplido una misión conocida por muy pocos: encontrar a los chicos de la profecía. El Oráculo había hablado, mencionando a un grupo de jóvenes que inconscientemente fueron escogidos por los dioses para ser los próximos héroes que salvarían Wisteria y la convertirían en el reino que siempre debió ser.
El Rey Zeldric obtuvo información sobre el paradero de los Erion y su ubicación exacta. Los Zarion que se infiltraron en Ciudad Refugio no solo cumplían órdenes de encontrar y posiblemente asesinar a los Erion, sino también de reconocer la ubicación precisa de la ciudad. Las batallas surgidas en ese momento les permitieron explorar el terreno y confirmar el lugar exacto.
Zeldric, sin perder el tiempo, pidió una reunión urgente con Ferart, el actual Rey de Esmarda. Era un hombre de 40 años, alto y flaco. Su cabello y bigotes eran naranja y vestía un traje real compuesto por una capa morada y una corona brillante con gemas verdes.
El encuentro tuvo lugar en la sala de reuniones de Jalam, la capital de Esmarda, una ciudad de gran densidad poblacional. Cada vez que Zeldric la visitaba, no se sentía para nada a gusto.
—Espero que haya tenido un viaje muy acogedor, señor Zeldric —dijo Ferart, dándole la bienvenida al Zarion con voz suave.
—No tanto como usted cree —respondió Zeldric, su tono era vulgar y oscuro—. Tenemos que empezar la reunión ahora mismo.
Ferart frunció el ceño.
—¿Se puede saber cuál es la prisa?
El Rey Zarion quiso ir directo al grano. En su intervención, sin pelos en la lengua, manifestó:
—Yo soy quien debería hacer las preguntas aquí. Así que dígame, Ferart... ¿Por qué le dio la bienvenida a las razas renegadas y, además, a los Erion, quienes atentan contra mi reino?
—¿Cómo dijo...?
—Asumo entonces que quiere hacer un golpe de estado en mi contra.
El Rey de Esmarda quedó petrificado, desconocía profundamente las graves acusaciones que Zeldric ejercía sobre él, y sus bigotes temblaban.
—¡Espere! ¡Espere un momento! —Ferart saltó del asiento—. ¿Qué argumentos tiene usted para acusarme de esa forma?
Zeldric permaneció sentado, pero su expresión infundió un miedo tan profundo en el consejero del otro Rey que este tuvo que esconderse detrás de su señor.
—¿Estás insinuando que miento?
—Claro que no. Pero usted no puede culparme a mí de tal cosa. Jamás he sido notificado de movimientos de renegados. Además... —continuó hablando—, los Erion fueron héroes del pasado, ¿no? Desaparecieron para siempre. No es posible que estén en mi reino.
Esas palabras eran bastante fuertes para una reunión de líderes; incluso podrían interpretarse como un desafío contra el Rey de Wisteria y la consecuente ruptura de las relaciones entre los dos gobernantes. Sin embargo, Zeldric se mantuvo sentado, como si no hubiera escuchado la intervención de Ferart.
—Tiene razón, los Erion no están, al menos no los que conocemos.
—¿Qué quiere usted decir?
Zeldric se levantó lentamente del asiento y cruzó una mirada desafiante y amenazadora a Ferart. La sala, silenciosa y sin ruidos, creaba un clima perfecto para la tensión que se respiraba.
—Un nuevo grupo de Erion ha nacido, y junto a los renegados que se hacen llamar rebeldes, planean destituirme y vencerme. Están escondidos en alguna parte de este estúpido reino. Sin embargo, aprovecharé el momento para decirle algo: si me informan de que usted está implicado en todo esto, ¡acabaré con usted atravesando mi espada en su cuerpo! Espero que tenga en cuenta eso.
Zeldric se marchó. Ferart aún seguía temblando, pero se llenó del poco valor que le quedaba para convocar un encuentro urgente con todos los caballeros, aventureros y cazarecompensas del reino.
—Escuchad, todos ustedes a partir de hoy tendrán la siguiente misión real: capturar inmediatamente, vivos o muertos, a los seres conocidos como Erion y los renegados de Wisteria que los acompañan. Quien complete el trabajo tendrá una recompensa exquisita.
El suelo de Ciudad Refugio temblaba con una fuerza magnífica. La chica curandera miró a Galen con severidad.
—Lo más probable es que estén intentando abrir la barrera.
Se escucharon alarmas que resonaron durante varios minutos; la gente asustada corría de un lugar a otro. El pánico reinaba en el lugar.
—Esos sucios Zarion deben haberle informado al Rey sobre nuestra ubicación —dijo Galen.
James, recordando algo importante, preguntó:
—¿No se supone que la barrera era para que los Zarion no pudieran entrar?
—Es cierto, Galen, tú lo dijiste —Amelia también lo recordaba, el propósito de la barrera parecía haber perdido el sentido.
Galen se encogió de hombros y asintió.
—La barrera, como saben, es para que los Zarion no puedan entrar, pero solo funciona para ellos en específico.
Axel intervino, analizando.
—Entonces, las otras razas sí pueden entrar a la ciudad sin ningún tipo de impedimento.
—Si los Zarion no pueden entrar, no debemos de preocuparnos —concluyó Chelsy, más calmada.
Los chicos asintieron, entendiendo lo mismo. Los temblores seguían, y salvo por la sacudida que dejaban, no parecían preocupados. Galen rompió la tranquilidad.