Montañas Carpias. Julio de 2022.
Los gruñidos y golpes de las espadas resonaban en la cima de la montaña haciéndola vibrar.
Los hombres armados se atacaban con ferocidad sobre la nieve y los glaciares que rodeaban el campo de batalla.
—¡Muere! —gruñó uno de los combatientes cuando su adversario detuvo su estocada.
—Nunca —contestó el segundo al hacer retroceder a su oponente, empujándolo hacia la pared de hielo de la montaña donde las antorchas iluminaban el círculo en el que se batían en duelo.
La llama bailaba con el viento que soplaba con fuerza hasta que se apagó por completo.
Los ojos del atacante se abrieron de par en par al ver en la palma de su, por ahora rey, la pequeña hoguera de la antorcha. La misma llama salió a toda velocidad hacia él para cegarlo.
—¡¿Qué me has hecho?! —rugió Mijaíl llevando sus manos al yelmo para quitárselo.
—Se te pasará en unos minutos. He ganado de nuevo —dijo su atacante con tranquilidad mientras clavaba la espada en la nieve para poder quitarse el yelmo.
—¿Cómo has podido hacer eso? —quiso saber el perdedor con los dientes apretados.
—Soy el rey de los vampiros gracias a mis dones. Dones inusuales que tú nunca tendrás.
—¡Décima victoria consecutiva de Jarek Lupei, nuestro poderoso rey! —exclamó una mujer de pelo celeste, ojos violetas y piel blanca—. Decid, mi rey, ¿daréis muerte a vuestro contrincante o le perdonáis la vida?
—Vivirá un poco más —contestó el rey dejando su escudo apoyado en la espada.
Mijaíl le agradeció aquella decisión con una pequeña reverencia mientras sus dientes se apretaban con fuerza y sus ojos reflejaban un color rojo que ocultaba a todos los presentes.
«Encontraré tu punto débil y, cuando lo haga, te mataré», sentenció Mijaíl en sus pensamientos al creer que nadie podría escucharlo.
Sin embargo, no contó con la presencia de uno de los ocho generales del rey. Éste captó los pensamientos del vampiro con total claridad desde el otro extremo del círculo donde esperaba al lado del trono.
El general se acercó al rey después de que un hombre castaño, corpulento y con una pluma tatuada alrededor del cuello propusiera la celebración de la victoria.
El rey no se negó a la propuesta, pero antes debía acicalarse para el acontecimiento. Observó el rostro serio de su general y preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Quiere saber su punto débil, majestad —contestó el chico echando una mirada hacia Mijaíl mientras se alejaba con ayuda de Andrei, su hijo mayor.
—¿Mi punto débil? —El recuerdo del nacimiento de su hija llegó a su mente. Ella era su punto débil—. Trae a Pavel a mi despacho —le ordenó de inmediato.
El general hizo una reverencia y se marchó a toda velocidad.
El rey se quitó la armadura negra y roja al llegar al despacho y se sentó en la silla de escritorio. Uno de sus hombres entró en la estancia dispuesto a entrar en batalla si fuera necesario.
—¿Me ha llamado, majestad? —inquirió el recién llegado con una reverencia.
—Tengo una misión para ti y quiero mucha discreción —el rey le entregó un papel con una dirección y lo quemó cuando el chico lo memorizó.
—Estaremos en contacto, majestad —contestó el general antes de salir de la estancia a gran velocidad.
El rey apoyó los codos en la mesa de escritorio y llevó sus manos al rostro. Estaba preocupado, mas no por lo que pudiera pasarle a él, sino a su hija.
Ser el rey de los vampiros consumía cada minuto de su larga existencia y convivía con el miedo de que algún demonio llegara a derrotarlo. Debía abdicar, no obstante, no quería ese destino para su hija, heredera por sangre y ley del trono. Debía encontrar a un buen sucesor y temía no tener mucho tiempo para ello con Mijaíl fuera de control.
Un tigre de arena entró en la estancia y desapareció dejando un papel en el suelo, enterrado bajo la tierra. El rey lo cogió y lo leyó para hacer que su preocupación se disipara un poco.
«Mientras esté bajo la protección de uno de mis mejores generales no tengo nada que temer».