—Por supuesto que me iré con mis compromisos, animal —le digo sin apartar mi mirada de sus ojos.
—Muy bien. Te veré en un rato. Estás en tu casa —se burla de mí con una leve sonrisa en los labios que hace hervir mi sangre.
—¡Pavel! ¡Se lo contaré a mi padre!
El hombre se queda plantado en la abertura, ocupándola por completo, me mira por encima del hombro y sospesa mis palabras.
No sé cómo, pero sabe que no estoy mintiendo.
—¿Qué tienen de especial esos compromisos como para no dejarlos a un lado cuando tu vida está en peligro? —me pregunta dando media vuelta para mirarme fijamente.
—Es mi trabajo. No lo puedo dejar sin más. He firmado contratos y si no los llevo a cabo podrían demandarme por su incumplimiento. No me gustaría perder dinero por ello —contesto con total sinceridad.
Veo cómo la mandíbula del general se tensa al apretar los dientes, se quita los guantes para dejarlos encima de la mesa redonda y respira hondo.
Está pensando y no estoy segura de que eso sea bueno.
—¿Por qué no hacemos un trato? —propongo intentando llevarlo a mi terreno—. Mi padre te ha mandado a protegerme porque debes ser bueno en ello. Déjame asistir al compromiso que tengo en Mulson y te prometo que regresaré contigo a la cueva o a las montañas.
—¿Por qué solo a ese compromiso? Has dicho que tienes más —contraataca apoyando el trasero en la débil mesa y cruzando los brazos a la altura del pecho.
—Porque es el que tengo más cercano. El siguiente es dentro de dos semanas. Puede esperar a que todo esto termine de una vez.
—¿Qué te hace pensar que terminará en dos semanas?
—Porque estoy segura de que no te rendirás hasta detener a quien debas para volver a tu vida. Estás deseando perderme de vista —es posible que me esté agarrando a un hierro candente, pero no pierdo nada por intentarlo, ¿no?
Creo que puedo ver las neuronas de su cerebro operando a su máxima capacidad y tengo alguna esperanza de que pueda hacer el trato.
—Muy bien. Te llevaré a tu compromiso de Mulson, siempre y cuando sigas mis reglas —responde al fin haciendo que una leve sonrisa de victoria eleve las comisuras de mis labios.
—Pide por esa boquita —le animo al ponerme más cómoda para escuchar con atención.
—No te alejarás de mí más de un metro. No intentes huir de mí, te encontraré estés donde estés. No volverás a pegarme si me obligas a traerte por las malas a la cueva. Y, la más importante, si ves algún demonio cerca, avísame de inmediato.
Mi cabeza echa humo y no me queda más remedio que disimular lo poco que me gusta estar en esa situación. Está fuera de mi control y es un incordio.
«¿Debería aceptar esas absurdas condiciones?»