Por supuesto, estoy que me caigo de sueño
«No creo que le importe compartir un poco de comodidad», pienso con los ojos medio cerrados por el sueño.
Paso los brazos por encima del cuerpo masculino y después las piernas para poder tumbarme, encogida, entre él y la pared de tierra. Apoyo la cabeza en la almohada y mis ojos se cierran de inmediato.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando me despierto sobresaltada por un trueno. La lluvia no tarda en caer y vuelvo a cerrar los ojos, pero no por mucho tiempo.
Un gruñido proveniente de la falda de la montaña hace que me levante con cuidado y me acerque a la abertura de la cueva para comprobar que todo está en orden.
No obstante, no lo está, para nada.
En menos de un segundo veo cómo un demonio aparece volando delante de la abertura y clava sus ojos rojos en mí. Pasa su lengua bífida por sus finos y negros labios, me enseña sus caninos cuando me dedica una sonrisa llena de maldad y se abalanza sobre mí.
Mis ojos se abren de par en par al ver su velocidad, hago un pequeño tornado y lo lanzo sobre él para alejarlo todo lo posible. Eso me da tiempo de ponerme en modo ataque y cierro la abertura de la cueva con un escudo proyectado con mi mente.
La criatura intenta traspasarlo y no parece muy contento al no conseguirlo.
Alargo una mano hacia el baúl de las armas, hago que varios cuchillos se alcen con solo un movimiento de mi mano y los envuelvo en pequeños tornados para lanzarlos hasta el demonio con fuerza y velocidad.
El monstruo los esquiva alzando un muro de tierra que, después, lanza hacia mi escudo. Ese ataque me debilita un poco, pero no dejaré que entre en la cueva mientras Pavel esté herido e indefenso.
Siento un líquido caliente bajando por mi nariz y mi visión está borrosa. Mi energía se está gastando con rapidez por la falta de práctica.
Hinco una rodilla en la tierra sin dejar de mirar hacia el escudo que aún nos protege del intruso cuando noto una mano en mi hombro.
El general se ha despertado y parece estar mucho mejor. Me coge en brazos para llevarme hasta el catre, me tumba con cuidado y me susurra:
—Mantén el escudo todo lo que puedas. Volveré lo antes posible.
Veo que coge varios cuchillos del baúl abierto, se acerca a la abertura y le gruñe al demonio antes de lanzarse al precipicio y continuar la pelea en la falda de la montaña.
Sé que no estoy en muy buena condición para ir a ayudarlo, sin embargo, tampoco quiero dejarlo solo ante el peligro.
Ruedo en el catre para llegar hasta el suelo de tierra, gateo hasta la abertura y me sobresalto cuando un leopardo dorado entra en la cueva.
El felino me gruñe haciendo que recule hasta el catre y se transforma en el general que me mira con sus ojos penetrantes.
—¿Habrá algún momento en el que me hagas caso? —me pregunta poniendo las almohadas bien como yo lo hice cuando él estaba herido.
«No estoy segura. ¿Llegará ese momento?»