Marcada por la sangre (parte 1)

Capítulo 21

Me bajo de sus brazos y corro hacia un lugar seguro

 

Mi respiración se agita y mi corazón se acelera con cada bocanada de aire que quiero coger. Estoy hiperventilando y no es nada bueno. 

Pavel me deja en el suelo para ayudarme a regresar a la normalidad, pero no puedo. Todo esto me está sobrepasando y aún no entiendo qué hago aquí. Llevo toda mi vida sin mi padre biológico, ¿para qué voy a querer conocerlo ahora? 

El agarre del general se hace más suave cuando me quedo acuclillada en el suelo de tierra, por lo que aprovecho para escapar y correr lo más rápido y lejos que puedo. 

—Por los dioses, no puedo confiar en ti —escucho la voz del hombre detrás de mí, me agarra de la cintura y pataleo para que me suelte mientras mis brazos están apresados impidiendo que pueda utilizar mi don con mayor facilidad. 

—¡Suéltame, animal! No quiero conocerlo. He estado muy bien sin él en mi vida, podré seguir igual o mejor sin conocerlo —le grito con las lágrimas resbalando por mis mejillas como cataratas. 

El general me da la vuelta entre sus brazos para quedar muy pegada a su cuerpo y muy cerca de su rostro. Clava sus ojos verdes penetrantes en los míos y me dice:

—Estás en peligro de muerte y te aseguro que el hombre que te ha criado no podrá hacer nada por salvarte de lo que se avecina. En esta montaña estarás a salvo. Rodeada de soldados vampiros que darán su vida por ti si es necesario, incluido yo. ¿Cuánto crees que podrás aguantar en una pelea con Mijaíl o cualquier demonio que mande para atraparte? No durarás ni cinco minutos y, mucho menos, en una pelea cuerpo a cuerpo. TN, si no te quedas al lado de tu padre biológico, acabarás muerta y él te seguirá en cuanto se entere.

—¿Por qué iba a morir por mí? No me conoce de nada. No ha estado conmigo en ningún momento de mi vida —respondo con los dientes apretados por la rabia. 

—Lo hizo para protegerte, al igual que ahora. Te quiere a su lado para reparar su mala decisión de dejaros a ti y a tu madre por su raza. Dale esa oportunidad. 

Las lágrimas siguen recorriendo mis mejillas como cataratas y apoyo la frente en el pecho del chico que me abraza con fuerza. 

—¿Por qué él no me dio esa oportunidad? Solo era un bebé indefenso —sollozo rodeando la cintura de Pavel con mis brazos para agarrar su camiseta con mis manos. 

—Pregúntale. Puedes hacerlo, ahora mismo.

***

No sé cuánto tiempo hemos pasado abrazados cuando consigo calmarme y el general salta de risco en risco para llegar a la cima de la montaña principal: Elinor.  

Observo a mi alrededor y me encojo un poco por el frío de la nieve que nos rodea. Pavel me indica con la mano que le siga y me lleva hasta una gran casa de madera, llena de ventanales que parecen espejos. 

Sin poder evitarlo, me arreglo un poco el pelo, ya que me he despeinado con la carrera del general; lo sigo hasta la puerta doble de madera y entro, quedando sorprendida por el amplio espacio de las estancias. 

—Majestad, estamos de vuelta —dice Pavel sin alzar la voz más de lo normal.

No pasan ni diez segundos cuando veo a un hombre moreno, alto y bien parecido que me mira con los ojos vidriosos y la mano en el corazón. 

—Bienvenida a mi morada —me saluda con una hermosa, aunque grave voz—. Pavel, te agradezco que la hayas traído sana y salva. Puedes retirarte, pero no muy lejos —advierte el hombre con una leve sonrisa en sus labios. 

El general hace una reverencia con la cabeza, da media vuelta sobre sí mismo y se marcha dejándome sola ante la presencia de mi padre, el rey de los vampiros. 

—¿Por qué? —es la única pregunta que sale de mi boca antes de que las lágrimas recorran mis mejillas como cataratas. 

—Si me hubiera quedado con vosotras, los demonios que derrotaron a mi padre habrían llegado al poder. No podía permitirlo. Era el heredero y, por consiguiente, mi responsabilidad de cuidar de mi raza.

—¿Por qué no te presentaste, aunque solo fuera como un amigo de mi madre? Ni siquiera nos visitaste —ataco con la rabia y la ira acumuladas de tantos años sin saber de su existencia. 

—Os veía desde lejos. No quise entrar de nuevo en vuestras vidas para no poneros en peligro. Nadie sabía de tu existencia, hasta que Mijaíl me amenazó con descubrir mi punto débil y tuve que decírselo a mis generales. Siento que hayas tenido que crecer sin un padre…

—He tenido un padre. Me ha criado, enseñado y ayudado en cada minuto de mi vida —lo interrumpo con los dientes apretados. 

—Lo sé. Supongo que no pasó en el mejor momento de mi vida y no supe hacerlo mejor. Lo siento mucho —me dice con una reverencia.

Me limpio las lágrimas con las manos, no muy contenta, pero un poco más tranquila al escuchar su disculpa, y le pregunto:

—¿Para qué me quieres aquí? 

—Para protegerte y enseñarte a controlar tus dones. Supongo que habrás descubierto tus dones inusuales al creer ser una simple humana —se encamina hacia el sofá y me invita a sentarme con un movimiento de mano. 




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