¿Hay alguna otra sorpresa más preparada para este día?
—¿Hay alguna otra sorpresa más para la que deba estar preparada? —inquiero, intentando asimilar aún lo que me ha dicho sobre heredar el trono.
—Soy muy consciente de lo que te estoy pidiendo, pero no quiero que un demonio llegue al trono. Toda Valterra estaría acabada.
Me levanto del sofá y camino por el salón como un tigre enjaulado. No puedo respirar y las lágrimas se me agolpan en los ojos sin poder ser derramadas.
El rey sigue intentando calmarme, sin ningún éxito.
Mis pulmones están a punto de dejar de funcionar, al igual que mi visión. Lo veo todo borroso y no escucho nada a mi alrededor.
Me acuclillo en el suelo, aovillada para intentar tranquilizarme y recobrar la compostura.
Siento que alguien quita mis manos de mi cabeza para alzar mi mirada y clavarla en los ojos verdes penetrantes de Pavel que solo me acoge entre sus brazos y me acaricia el pelo con suavidad.
—Tranquila. Todo está bien —escucho su voz en medio del embotamiento de mis oídos y dejo salir las lágrimas que se han quedado atascadas en mis ojos—. ¿Qué ha ocurrido?
—Solo le he dicho que es mi única heredera, por lo tanto, la futura reina de los vampiros —responde mi padre sin entender lo que ha pasado.
—Ha tenido un ataque de ansiedad. ¿Puedo ocuparme de ella?
—Sí, por favor. No tengo ni la más remota idea de lo que debo hacer.
El general me coge en brazos, me agarra con fuerza a su cuello y sale disparado de la casa hacia un risco más abajo para entrar en una cueva de la ladera.
Me deja sentada en una silla y se aleja un momento hasta la pequeña cocina para hacer un té tranquilizante.
Se sienta en otra silla, agarra la mía con su mano y me acerca a él para quedar cara a cara. Me limpia las lágrimas con los pulgares cuando enmarca mi rostro en sus manos y me susurra:
—Cálmate. Aún no eres la reina de nada. Eso está por verse.
—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto en un murmullo que consigue oír a la perfección.
—Bueno, no te has criado en las montañas, no conoces nuestras costumbres ni cultura. Para los vampiros, ahora mismo, solo eres una desconocida porque ni siquiera saben que eres la hija de nuestro rey. Si la comunidad de alcaldes y generales, tanto del rey como de los alcaldes, no dan el visto bueno, no ocuparás el trono, aunque tu sangre diga que eres la heredera —se levanta para traer el té y deja la taza encima de la mesa.
Parpadeo con perplejidad ante lo que me ha dicho, respiro hondo y miro a mi alrededor, confundida.
—Entonces, ¿para qué estoy aquí? Escoged a un nuevo rey o reina y dejarme en paz —estoy a punto de gritar histérica, pero logro contenerme y no alzo la voz más de lo normal.
—Podríamos hacerlo, sin embargo, Mijaíl aún sigue suelto y dispuesto a matarte para llegar al trono.
—Pues matadlo. No quiero estar aquí, es más, no debí venir.
Me levanto para caminar hacia la salida, pero el general se pone delante, impidiendo que salga.
—TN, no puedes escapar de tu destino, aunque lo intentes. Tu identidad será revelada dentro de una semana, en la fiesta de cumpleaños del rey, lo que pondrá a todos los enemigos en alerta, dispuesto a matarte a la primera oportunidad que vean. Es posible que no quieras ser la reina de una raza a la que no conoces y con la que no has convivido, pero no te dejarán en paz por más que renuncies al trono. Siempre serás la legítima heredera —me explica el hombre sin apartar su enorme cuerpo de la salida.
—Menuda mierda.
Vuelvo a la silla para sentarme, cojo la taza entre mis manos y le doy un sorbo.
Está claro que no voy a tener más remedio que quedarme, aunque no esté de acuerdo con ello.
—Deberíamos regresar con el rey. Estará preocupado —comenta sin apartarse de la puerta de la cueva.
—¿Dónde estamos? —quiero saber al mirar a mi alrededor.
Es una cueva, como en la que hemos estado escondidos unos días antes de que llegáramos a las montañas, pero mucho mejor equipada. Tiene una cocina casi completa, excepto por el frigorífico; el salón está abierto hacia la cocina y la mesa en la que estoy sentada que hace las veces de mesa de comedor y una encimera auxiliar. A un lado de una abertura redonda, como las ventanas de buey de un barco, hay una cama bastante grande.
—En mi casa —contesta el general encogiendo los hombros sin darle mucha importancia al lugar.
—¿A los vampiros terranos os gustan las cuevas?
—Mucho. Estamos en contacto con la tierra y eso es lo importante. Vamos, te llevaré con el rey.
—Está bien —le doy un buen trago al té, me levanto de la silla para acercarme a él y le digo antes de salir—: Gracias.
El chico hace una reverencia con la cabeza y me sigue hasta la casa de mi padre. Entramos y el rey se encamina hacia mí, sin saber si abrazarme o no.