Marcada por la sangre (parte 1)

Capítulo 25

Debería ir. Él me ayudó con mi ataque de ansiedad

 

«¿Qué le habrá ocurrido para huir de ese modo?», me pregunto sin poder remediarlo. 

Resoplo con fastidio y salgo de la casa para bajar al risco donde se encuentra la cueva del hombre. 

La puerta está cerrada, por lo que llamo y espero la contestación para poder entrar.

La respuesta no llega y vuelvo a llamar. Agarro el pomo de metal y abro con cuidado. 

—¿Pavel? ¿Estás aquí? —lo llamo casi en un susurro.

La cueva está vacía, sin rastro del general por ningún rincón. «¿A dónde habrá ido?», inquiero intentando encontrar alguna pista que me lleve hasta él. 

Salgo de la cueva, salto hasta el saliente donde se encuentra la casa del rey y miro a mi alrededor. La explanada está llena de nieve y veo unas huellas extrañas en ella que se alejan y desaparecen. 

Mi mirada se alza para ver el pico de la cima de la montaña y puedo distinguir una figura humana sentada en la piedra gris. 

Me preparo para saltar hasta allí, pero me parece demasiado alto como para hacerlo con un solo salto. Busco un pequeño saliente casi a la mitad, así que, lo utilizo como una pequeña parada para volver a saltar hasta llegar a la cima. 

El general saca el cuchillo de su bota con rapidez y veo el filo de éste delante de mi rostro.

—Podría haberte matado —me regaña el chico con un gruñido que me pone los vellos de la nuca de punta. 

—Pero no lo has hecho. 

—¿Qué haces aquí? —quiere saber guardando el cuchillo en su bota.

—Ya ha pasado la hora del descanso y no has regresado. ¿Te encuentras bien? 

—Espectacular.

—¿Estás seguro? —le pregunto con el ceño fruncido al ver su cara seria. 

—Muy seguro. 

—¿Continuamos con el entrenamiento o lo dejamos para mañana? 

Sus ojos se clavan en mí y lo miro con expectación, curiosa de saber la respuesta. 

—Intenta traer todas aquellas rocas hasta aquí —me dice señalando al otro extremo de la cima donde hay un montón de rocas negras amontonadas. 

—Supongo que seguimos con el entrenamiento —murmuro mientras me preparo para hacer lo que me pide.

Me concentro en las rocas, muevo las manos para alzarlas un poco y que vuelen hasta nosotros con lentitud. Pesan mucho y casi no puedo con ellas. Siento que un líquido caliente recorre mi labio superior cuando sale de mi nariz y mi energía se desvanece a cantidades industriales. 

Las piernas me tiemblan y no creo que tarde mucho en caer a la nieve. Noto unas manos alrededor de mi cintura, sosteniendo mi cuerpo erguido, y escucho un susurro en mi oído:

—Déjalo. Suelta las rocas o colapsarás.

Dejo caer las pesadas piedras en la nieve y mis brazos se quedan flácidos a mis flancos. Mis rodillas fallan y el general me coge en brazos para llevarme al interior de la casa del rey. 

Me tumba en el sofá con cuidado y se sienta en el sillón, al lado de la chimenea. 

—¿Por qué me pasa esto cuando utilizo mis dones? —le pregunto en un murmullo al sentir un gran cansancio que casi no me deja ni hablar. 

—Porque no sabes controlar tu energía. Cuando aprendas a dosificarla podrás hacerlo sin cansarte. Duerme un rato. Podrás reponerte enseguida. 

Mis ojos se cierran de inmediato y caigo en un sueño que se interrumpe con un gran alboroto proveniente del exterior. 

Me incorporo un poco para poder mirar a través de los ventanales, pero no se ve nada. Desvío la mirada hacia el sillón donde estaba sentado Pavel y lo veo con el ceño fruncido y los ojos clavados en el ventanal. 

Me quedo sentada en el sofá y sigo su mirada hasta una chica que se abre paso entre la multitud que la rodea. 

La fémina se acerca a la casa del rey y llama a la puerta. El general se levanta despacio, camina hacia la tabla de madera y la abre dejando paso a la mujer. 

—Buenas noches, Pavel —lo saluda con el rostro serio y la mano agarrando la empuñadura de la espada con fuerza. 

—Tiana, ¿qué ocurre? —quiere saber el chico sin esperar nada bueno. 

—Mijaíl… —la chica interrumpe su frase al verme detrás del general, expectante por lo que pueda decirle y continúa cuando el hombre asiente—. Está reclutando un gran ejército. Llegará dentro de dos semanas si no vamos a su encuentro ya. 

—¿Lo sabe el rey? —le inquiero metiendo las narices en la conversación, preocupada. 

—Víctor estaba conmigo cuando lo hemos oído y se lo ha comunicado telepáticamente. Ha llamado a todos sus generales al frente, excepto… —la mujer vuelve a interrumpir la frase, pero no por mí, sino por el general—. Me ha pedido que te diga que no te alejes de TN. Si él cae, quiere que alguien la proteja.

Pavel hace salir un gruñido de disgusto de su garganta, asiente ante la orden que el rey le ha dado y cierra la puerta cuando la chica se marcha a toda velocidad. 




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