Marcada por la sangre (parte 1)

Capítulo 32

Debería darle tiempo a que tenga más confianza conmigo

 

«Tal vez debería meterme en mis propios asuntos y dejar a los demás tranquilos con sus problemas y preocupaciones», me regaño terminando de cambiarme de ropa. 

Entro en el baño para hacerme una cola alta y bajo al sótano donde encuentro al general sentado en el centro de las colchonetas, como si estuviera meditando. 

Me acerco a él en silencio para no molestarlo y me siento enfrente para imitarlo. 

Abro solo un ojo cuando lo escucho resoplar y lo veo levantarse con las manos en dos puños que aprieta con una mueca de dolor en el rostro. 

—Víktor… —lo llamo al levantarme—. Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero creo que hay algo que te preocupa. Puedes desahogarte conmigo. No se lo contaré a nadie. 

—Gracias. No es nada malo. No es necesario que te preocupes. Empecemos con el entrenamiento. Hoy será el combate cuerpo a cuerpo, sin ayuda de ningún don —me dice cogiendo unos guantes de boxeo de un banco de madera que descansa en la pared del fondo. 

Se acerca a mí con los guantes y las vendas, me venda las manos y clavo mis ojos en él. 

Deja de hacer eso, por favor —me dice sin mover los labios y sin dedicarme una mirada. 

—¿También puedes comunicarte a través de la mente? —inquiero con curiosidad y sorpresa. 

—Sí. Es muy útil en las batallas —me pone el primer guante y lo aprieta con fuerza alrededor de mi muñeca. 

—Yo no puedo leer la mente, pero sí sé que hay algo que te preocupa. ¿Es algo referente a mí o a mi padre? ¿Es por Mijaíl? —lo interrogo para intentar sacarle información.

—¿Por qué tanto interés en saberlo? 

—Porque nadie me dice nada. He vivido todos estos años sin tener idea de que mi padre estaba vivo y que, además, es el rey de los vampiros. Resulta que soy la heredera al trono y, para más inri, hay un demonio loco intentando matarnos a mi padre y a mí para quedarse con él. Creo que es hora de que sepa lo que está pasando, ¿no te parece? —respondo con los ojos vidriosos, reteniendo las lágrimas que se empeñan en salir. 

El chico se queda quieto, con la venda en la mano mientras la enrolla en la mía, alza la mirada para clavarla en mis ojos, traga saliva con dificultad y dice:

—Si Mijaíl llega en el tiempo previsto, el rey no podrá ganar esta vez contra él. Está debilitado por la herida que el demonio le hizo en la batalla y está preocupado de que tú quieras pelear contra el oponente. No le gusta la idea de que seas la heredera al trono y, mucho menos, que lo consigas —suelta del tirón dejándome con los ojos abiertos de par en par y petrificada. 

No sé qué decir o hacer en ese momento y solo puedo desahogarme dejando en libertad las lágrimas que se agolpan en mis ojos. 

—Princesa,…

—No me llames así, por favor —sollozo intentando secarme las lágrimas con el guante de boxeo. 

El chico se da cuenta de mi intención y me ayuda enjugando las lágrimas con sus dedos pulgares al enmarcar mi rostro con sus manos. 

—No era mi intención hacerte llorar.

—No es tu culpa. Lloro por impotencia. No sé qué es exactamente lo que mi padre quiere al tenerme aquí. No quiere que me haga cargo del trono, ni que pelee con Mijaíl… ¿Para qué me ha traído?

—Para pasar los últimos minutos de su vida contigo. Conocerte antes de marcharse —responde el chico sin apartar su mirada de mí. 

—¿Marcharse? ¿A qué te refieres? 

—Si Mijaíl lo derrota no lo dejará con vida y, probablemente, tampoco a ti por ser la princesa y heredera. El rey nos ha pedido a todos sus generales que te protejamos pase lo que pase. 

«¿Tan débil cree que soy?», me pregunto con asombro.

—No creo que seas débil, aunque no estás acostumbrada a entrar en batalla con demonios o con cualquier otra criatura —me dice acariciando mi mandíbula con sus manos aún en mi rostro. 

La marca de nacimiento empieza a arderme y dolerme como no lo ha hecho nunca, sin embargo, ese dolor me está produciendo un placer inesperado con el contacto del chico en mi piel. 

Veo que su cabeza se inclina hacia mi boca con lentitud y mi cerebro se queda bloqueado ante tantos sentimientos encontrados. 

«¡Por los dioses! ¿Qué debería hacer?»

 




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