Marcada por la sangre (parte 1)

Capítulo 35

Por supuesto, necesito saber lo que piensa

 

Me levanto para seguirlo, me quedo a solo un paso de él para no agobiarlo y le pregunto:

—¿Por qué no quieres hablar conmigo? ¿Qué te ocurre? 

El chico respira hondo sin apartar los ojos del paisaje exterior y responde:

—No sé lo que me ocurre y ese es el problema. Necesito tiempo y espacio para poder averiguarlo. 

—De acuerdo. Sabes que puedes contarme lo que te preocupa, ¿verdad? Yo no puedo leer la mente como tú…

—No te preocupes. Te mantendré informada de mis avances. Cuida de tu padre —me dice antes de marcharse de la casa para dejarme sola con la vampiresa en la planta de arriba. 

Suspiro con impotencia por no entender lo que pasa a mi alrededor y, aún menos, lo que pasa en mi interior. 

Estoy sumergida en mis pensamientos cuando escucho que alguien llama a la puerta un segundo antes de entrar en la estancia. 

Pavel me mira con lástima, se acerca a mí y me dice:

—Víktor me ha contado lo que ha pasado. ¿Cómo te encuentras? 

—Podría estar mejor. 

—¿Necesitas algo? 

—Creo que… —estoy a punto de negar que no necesito nada, pero es mentira—. ¿Te importaría abrazarme? Solo unos segundos —le advierto al ver sus ojos abiertos por la sorpresa. 

El hombre abre los brazos para acogerme entre ellos y apoyo la cabeza en su pecho con los ojos cerrados. 

No sabía que necesitaba tanto el calor “humano” hasta ese momento. 

—Pavel —lo llamo en un murmullo—. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con mi madre? Me gustaría escuchar su voz, aunque sea solo por un segundo. 

El general me aleja unos centímetros de su cuerpo, me agarra la mano y me guía hasta el despacho de mi padre. Me señala con el dedo un teléfono negro antiguo y le dedico una leve sonrisa de agradecimiento. 

Me acerco al aparato, marco el número de mi madre y espero a escuchar su voz por el otro lado del auricular. 

—¿Diga? —La voz de mi progenitora se oye y mis ojos se llenan de lágrimas. 

—Buenas noches, mamá.

—Hola, mi niña. ¿Cómo estás? ¿Va todo bien? 

—Estoy bien. Te echo de menos. ¿Cómo se lo ha tomado papá la noticia de mi partida? —quiero saber al recordar a mi padrastro. 

—No te preocupes por él. Se lo he contado todo y está de acuerdo en que te quedes un tiempo con tu padre biológico. 

—¡Cuídate, mi niña! ¡No dejes que ese demonio consiga el trono! —escucho el vozarrón de mi padrastro gritando desde algún lugar de la casa, lejos del teléfono.

Una gran sonrisa llena de lágrimas ensancha mis labios, me aclaro la voz con un carraspeo y contesto:

—Dile que haré todo lo posible. Os quiero mucho a los dos. 

—Y nosotros a ti, mi niña. 

Cuelgo dejando que las lágrimas recorran mis mejillas, me las enjugo cuando alzo la mirada hacia el general y le dedico una gran sonrisa agradecida. 

—Estarán bien. Ellos no son el blanco de Mijaíl —me intenta tranquilizar el hombre. 

—Lo sé, pero los echo de menos. 

—TN… —me llama la voz de Tiana desde el salón.

Pavel y yo salimos del despacho y me acerco a la chica limpiando los restos de lágrimas que se han quedado en mi barbilla y mis ojos. 

—¿Cómo se encuentra mi padre? —le inquiero con preocupación. 

—Fuera de peligro, pero necesita descansar todo lo posible. Si necesitas algo solo tienes que llamarnos a alguno de sus generales. Estamos a tu disposición —responde la vampiresa con la mirada clavada en el hombre que se ha quedado a mi espalda. 

—Muchas gracias. ¿Puedo disponer de la compañía de Pavel esta noche? Me quedaría más tranquila con alguien más en la casa.

—No hay ningún problema —contesta el aludido dando un paso para quedarse a mi flanco derecho. 

—Yo… Me voy. Me toca hacer guardia. Por la mañana le echaré otro vistazo al rey antes de ir a descansar —me informa Tiana al encaminarse hacia la salida. 

Asiento con la cabeza para confirmar que estoy de acuerdo y la observo hasta que desaparece al saltar de risco en risco para llegar a la cima de la montaña. 

—Pavel, gracias por quedarte conmigo.

Los labios del chico se mueven, supongo que diciendo que no es necesario darle las gracias, pero no consigo escucharlo con claridad porque los oídos se me embotan y la cabeza comienza a dolerme como si me estuvieran dando martillazos. 

Me llevo las manos a la cabeza para sujetarla con fuerza, me acuclillo y cierro los ojos para intentar que el dolor se esfume. 

«¿Qué me está pasando?», pienso con temor. 

En cuanto el dolor mitiga, abro los ojos y veo que estoy tumbada en el sofá con los ojos de Pavel y Víktor clavados en mí llenos de preocupación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.