Marcada por la sangre (parte 1)

Capítulo 36

Me está pasando a mí, por supuesto que estoy segura de querer saberlo

 

—Me está pasando a mí, por supuesto que estoy segura de querer saberlo. ¿Qué me ocurre? —pregunto con una mueca de dolor al sentir otro pinchazo en la cabeza. 

—Me parece que están apareciendo nuevos dones en ti. Esos síntomas que sientes también los he padecido yo antes de saber que podía leer la mente —me explica Víktor al sentarse a mi flanco izquierdo. 

—¿Eso es posible? ¿Tengo más dones a estas alturas? 

—A la familia real suele pasarle. Algunos han experimentado nuevos dones cada año; otros cada cinco años y muy pocos se quedaron con solo dos o tres dones, sin recibir ninguna más en toda su existencia como rey o reina de los vampiros. Es algo normal.

—De acuerdo, en ese caso no debería preocuparme. Así que, cuando termine de sentir estos horrendos dolores de cabeza tendré el don de la telepatía como tú, ¿verdad? —le inquiero con una leve sonrisa traviesa en los labios. El chico asiente y les advierto a ambos generales—: No vais a poder ocultarme nada.

—Creo que lo vamos a tener más difícil, pero no es imposible tener un secreto. Yo puedo bloquearte cuando quiera, Pavel lo tendrá más complicado —contesta Víktor con un poco de arrogancia. 

—Ya lo veremos —me levanto del sofá y me acerco a la cocina para tomar un vaso de agua—. Voy a ver a mi padre. Víktor, puedes irte a hacer lo que tengas que hacer. Pavel, ¿necesitas una manta o no tienes frío? 

—¿Para qué va a necesitar una manta? —quiere saber el telépata con el ceño fruncido por la extrañeza de esa pregunta. 

—Me ha pedido que me quede esta noche con ella. Estoy bien así, gracias —responde el general recostado en el sofá con una leve sonrisa. 

—Genial. En ese caso, voy a hacer mi guardia y ya que estás, mañana te encargas tú de su entrenamiento. Mijaíl recobra las fuerzas muy rápido y no creo que tarde mucho en llegar para batirse en duelo con quien sea —Víktor se levanta de un salto del asiento, camina hacia la salida y se convierte en un enorme búho para volar muy lejos de las montañas. 

Pavel lo observa por los ventanales, confundido por ese comportamiento tan raro en él y, después, me mira a mí. Sus ojos verdes penetran en mi piel y temo que pueda leer mi mente. 

—¿Qué le ocurre? —me pregunta sorprendido. 

Me encojo de hombros sin saber qué decir porque yo también me he quedado en blanco, me despido de él con un movimiento de mano y subo las escaleras hasta la habitación de mi padre. 

El rey dormita en la cama, aparentemente sereno, por lo que me acerco con cuidado de no despertarlo y le toco la frente para darme cuenta de que ya la fiebre se le ha bajado. 

Me dirijo hacia el diván que descansa delante de los ventanales de la estancia, me tumbo con una manta y cierro los ojos cuando cojo una postura cómoda con la que dormir. 

 

El sol entra por los ventanales y me tapo la cara con la manta para que no me deslumbre, sin embargo, me levanto de un salto cuando escucho la voz de mi padre:

—TN, ¿qué haces ahí? ¿Y cómo he llegado hasta mi cama? 

—Anoche tuviste mucha fiebre y Tiana te ha curado la herida —contesto al sentarme a su lado, en la cama. 

—¿Has dormido el diván? Te debe doler todo el cuerpo. 

—Lo cierto es que no. No he estado nada incómoda. Por cierto, tampoco me has dicho que la familia real no solo se queda con un don. 

—¿Tienes otro? 

—Telepatía, de momento. ¿Necesitas algo? 

—Estoy bien. ¿No tienes que entrenar? 

—El rey tiene toda la razón. Deberíamos ir a entrenar ya —dice Pavel apareciendo por el hueco de la puerta abierta. 

—Ve a tu entrenamiento, estaré bien. Voy a desayunar, ¿queréis algo antes del ejercicio? —nos pregunta mi padre al levantarse de la cama con cuidado. 

—Creo que no. Vamos, antes de que me arrepienta —le pido al general saliendo de la estancia para bajar las escaleras hasta el sótano. 

 

El boxeo lo estoy dominando casi a la perfección, pero las artes marciales ya son otra historia. Mis dones tampoco van mal, no obstante, Pavel no tiene ni la más remota idea de cómo hacer con la telepatía. 

—Se lo dejaré a Víktor. Es el experto en ese campo. ¿Tienes hambre? —dice el general dejando los guantes de boxeo en el banco. 

—Mucha. ¿Crees que estaría lista para batirme en duelo con Mijaíl? 

—Creo que aún te quedan unas cuantas lecciones más antes de entrar en combate. No te preocupes, todos te ayudaremos a acabar con él, aunque sea el final de nuestras vidas.

Subimos las escaleras hasta la cocina, me hago un sándwich y me siento en el comedor mientras el general y mi padre discuten sobre la emboscada que le están preparando a los demonios. 

«Víktor, ¿estás disponible?», pienso para que le llegue al vampiro. 

¿Para qué? —responde de inmediato. 

«Eres el indicado para enseñarme a controlar mi nuevo don. ¿Cuándo puedes instruirme?»




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