Ratisbona era una ciudad que no perdonaba. Sus calles empedradas, cubiertas por las sombras eternas de iglesias góticas y neblina de los ríos, guardaban secretos que no se decían en voz alta. Entre ellos, vivían los Jaeger.
Eren caminaba rápido, con la capucha negra sobre su cabeza y el cuello del abrigo cerrado hasta la barbilla. Su olor —una mezcla dulce y cítrica que quemaba la garganta de cualquier alfa cercano— lo hacía un objetivo. Un omega como él, sin marca, sin protección, era prácticamente una provocación andante.
Pero Eren no era estúpido.
Sabía perfectamente lo que provocaba.
Y por eso nunca se dejaba tocar.
—¿Te estás asegurando de no llamar la atención? —Armin murmuró a su lado, caminando pegado a él, más bajo, más discreto, con el abrigo demasiado grande y los ojos ocultos bajo una boina gris.
—Como si eso fuera posible —bufó Eren, lanzando una mirada rápida a un grupo de alfas que fumaban en la esquina del callejón. Los sintió. Lo olieron. Sus pupilas se dilataron. Pero no se acercaron. No se atrevían.
Porque los Jaeger tenían fama. Y no solo por su belleza.
Sino porque al último alfa que intentó tocarlos sin permiso, Eren le rompió la nariz... y Armin le vació un frasco de feromonas sintéticas que lo dejó gimiendo en medio del campus.
Nadie quería probar suerte con ellos.
Al menos, no aún.
—Nos están siguiendo —susurró Armin, apretando el paso.
—No importa —Eren ladeó la cabeza, los ojos verdes brillando con ese fuego peligroso—. No llegarán lejos.
Eren se detuvo frente a la biblioteca central. Antiguo edificio de piedra con columnas talladas y vitrales opacos. Su refugio.
—Voy a buscar el libro de química. Espérame aquí —dijo Eren.
—¿Solo? ¿Otra vez?
—Armin, si no apruebo ese examen me van a suspender de las prácticas.
Armin asintió, aunque sus dedos temblaban. Eren le tocó el rostro con una caricia rápida. El contacto era raro entre ellos, pero necesario. Su único consuelo. Su única certeza.
Entró a la biblioteca con paso firme, los tacones de sus botas resonando en el mármol. El calor del lugar le pegó de golpe, sofocante, denso... cargado. Eren frunció el ceño. Algo estaba mal. Algo o alguien... estaba aquí.
Se detuvo.
Y lo sintió.
Una presencia alfa. Poderosa. Silenciosa. Cercana.
Su cuerpo se tensó.
Y entonces lo olió.
No como los demás. Este olor era distinto. Amaderado. Profundo. Con una nota metálica que erizó los vellos de su nuca. No era deseo. No aún. Era algo más primitivo. Más antiguo.
Instinto.
Se giró.
Y lo vio.
Él estaba apoyado contra una estantería. Bajo. Fuerte. De expresión fría y ojos grises como nubes de tormenta. Un traje oscuro, impecable, que contrastaba con el aura peligrosa que lo rodeaba como una segunda piel.
Y lo estaba mirando.
Como si ya lo conociera.
—¿Qué mierda miras? —gruñó Eren, su voz baja, defensiva.
El alfa no respondió. Solo se acercó un paso. Luego otro.
Eren retrocedió, pero su cuerpo no reaccionaba como debía. Las piernas le temblaban. El calor se acumulaba en su bajo vientre. Y su glándula... empezó a latir.
No. No podía ser.
No ahora.
—Tu olor —murmuró el alfa—. Me pertenece.
Eren sintió un escalofrío. Sus feromonas se dispararon sin permiso. ¡No! ¿Por qué? ¡No estaba en celo!
—Aléjate —espetó, con los colmillos apenas asomando—. No soy tuyo.
Pero el alfa sonrió.
Y su voz fue una sentencia.
—Eres mío desde antes de que nacieras.
Eren giró sobre sus talones y corrió. Afuera. Hacia el aire libre. Hacia Armin. Pero su corazón latía desbocado. Su cuerpo respondía de forma traicionera. Y sus pantalones comenzaban a apretarle demasiado.
Porque algo dentro de él se había activado.
Y ese maldito alfa... lo había reconocido.
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Esto apenas comienza.......
Gracias por leer ¡Nos vemos en el próximo!
Att Luckas 💜