La habitación a oscuras, con ese olor a lavanda que me gustaba, pero Lila e Isaac decían que olía a doña, la luz de la computadora era lo único que alumbraba mi cuarto dejándome brillando con esas luces que de seguro me dejaría ciega en un futuro, corrigiendo el corto en el que trabajaba, ahí me tenías enfocada hasta que la puerta se abrió abruptamente.
— Adivina, ¿quién ganó el empleado del mes? — gritó Harold metiéndose a mi cuarto como si fuera el suyo, sin voltearlo a ver. Seguí editando contestándole.
— ¿Quién? Doña Carmen y su amabilidad — reía moviendo el ratón por el escritorio, este prendió el foco haciendo que cerrara los ojos adaptándome a la luz.
— Si vieras el escándalo que hizo
— Dijo que me cogía a Lila — carcajeaba acostándose en mi cama, podía verlo perfectamente por el reflejo del monitor.
— Claro, porque Lila "caería en tus encantos".
Harold y yo nos conocíamos desde la secundaria, estuvimos en el mismo salón junto a Isaac y Lila, pero en aquellos años no éramos cercanos, solo lo conocía por ser mejor amigo de Isaac y estar algunas veces en la casa de este, cada que venía no hablábamos me concentraba más en ayudarle a mi mamá a limpiar a casa de la familia de Isaac.
Al llegar la preparatoria por insistencia de la madre de Isaac entre a la misma preparatoria que ellos, pero mi suerte hizo que ni Lila, ni Isaac estén en mi salón, entrando con esa sonrisa ya conocida, Harold hizo lo mismo que cualquiera entrando a un lugar nuevo, pegarte a la única persona que conoces, y ahí estaba hablándome naturalmente, entre las clases y los años, conectamos perfectamente que me sorprendía porque no había hablado antes, desde entonces somos mejores amigos.
¿Qué significa ser mejores amigos?
Para Harold significaba invadir mi espacio y el de quien sea, desde que Isaac y yo empezamos a vivir juntos, Harold llega de repente quedándose en la habitación de alguno de los dos, siendo sincera me encanta que se quede siempre me saca de mi mundo, entre ediciones, propuestas de cortometrajes y demás, él era el que me daba paz en mi propio descontrol.
Muchos dicen que de algo muy bueno siempre debe tener algo malo, para Harold su único defecto era ser mujeriego, no era que tenía varias novias o relaciones, no, sino que tenía encuentros de una noche, pero las trataba con tanta caballerosidad que desarmaba el cliché de mujeriego arrogante que ese sin dudas era Isaac, no era un secreto para nadie como es Harold. Entre las chicas y nuestra amistad muchos pensarán que es un pervertido, pero no. Es tan respetuoso con Lila y conmigo al llevar tiempo siendo amigos, pero con esa vibra tan relajada que atraía a quien sea.
—Como si fuera a hacerle algo a mi jefecita — reía, levantándose un poco con sus codos.
—¿Cuánto llevas en tu corto? — Deje de editar pensando, no me acordaba cuando comí o salí de mi habitación.
—¿Qué días es hoy? — Este frunció el ceño levantándose de putazo de la cama.
—Levántate, esa silla ya debe tener también vitíligo, por lo mucho que lo usas — me jalo de la silla cargándome en sus hombros, me dejé ser, pues aunque nunca se lo diga, me gustaba que me cargara.
—El vitíligo no se contagia, Harold, no seas idiota — este respondió dándome una nalgada.
— No seas bestia, eso duele— reía dejándome delicadamente en la cama, estando encima de mí.
— Perdón, pero ya debes tomar un descanso, te hace falta.
— Vaya forma de decirme que estoy del asco— reía quitándome los mechones del rostro.
— Deja de decir, mamadas, estás bien bonita, así toda ama de casa o arreglada con tus ondas cambiantes.
Algo que siempre me describía era mi estilo cambiante. Nunca me ha gustado tener un solo estilo, cada vez que salía me gustaba deslumbrar con cualquier estilo.
—Qué lindo haces que no quiera golpearte — se alejó un poco.
— Mejor te dejo, no vayas a romper mi linda cara que, con eso, gané mi empleado del mes — se acomodó en la cama, me hice a un lado para darle espacio.
— Sabía que ganaste por puto.
—Qué te digo, soy increíble.
La noche siguió entre una cena con maruchan, risas e Isaac, contándonos sobre su audición, disfrute de mi momento de relajación, esos que adoraba un poco más que mis ediciones
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Los días se hicieron semanas, desde aquella conversación en la parada de camiones,no nos había dirigido la palabra, no lo culpó la cagué es normal que no quiera hablarme, entre el trabajo poco había interactuado, iba a su área siempre con Alyssa por lo que exactamente no hablábamos entre nosotros, siempre manteniendo esa dinámica profesional, no me sorprendió que cumpliera su palabra, me trata como gerente, pero al toparnos ni me ve.
Durante el camión de regreso siempre traigo mis audífonos, esperando que al concentrarme en la música no pensara en él y en cómo podría estar en algún lado del camión.
La noche había llegado, mi salida de la sucursal no era algo nueva, ya me había acostumbrado a esa rutina con él, al llegar a la parada ahí siempre estaba él; parado en aquella pared metálica, brazos cruzados, con la vista fija en las tiendas de enfrente o cualquier cosa que no sea yo, me senté como costumbre en la banca, buscado en mi bolsa mis audífonos cuando finalmente los encontré me los coloque tranquilamente o eso quería aparentar, ya que la tensión se podría cortar con una tijera de juguete, para mi maldita suerte venían descargados, maldecía internamente a Liza por usarlos y no cargarlos como le dije, también a mí por no checar durante el día si tenía o no batería.
Al ver que venía el camión lo guarde frustrada, subí pagando mi pasaje, asientos resbalosos en tonos azules, ese olor de gente entre sudor, perfumes horribles y niños gritando era de siempre, tome asiento en la ventana, la música fuerte del chofer retumbaba las ventanas pareciendo un sonidero qué camión, las luces en tonos rojos alumbrando el paso, lado bueno al ser la música tan fuerte y estar acostumbrada a este tipo de canciones, podía ir sin pensar en él, el destino a veces creo que me odia cuando escuché aquel tono de aquella maldita canción.