La noche transcurre tranquila y fresca. El cielo continua estrellado y la luna ahora se nota mas grande. Todos duermen y cuando me dispongo a hacerlo, se encienden las luces de la casa. Nuestra madre rosal se encuentra cerca de una ventana, y desde donde estoy puedo ver en su interior.
El joven que antes me ha salvado esta sentado frente a un cuadro a medio pintar. La imagen plasmada es el rostro de la joven que nos cuida día a día, pero su cabello es de rosas de diferentes colores y tonalidades. Luego de observarlo un rato, toma la paleta, un pincel y continua la pintura donde la había dejado. Las rosas del cuadro lucen reales y la sonrisa de la joven protectora tan perfecta como la que muestra cada mañana.
Luego aparece la inspiración del cuadro, vestida con un corto short de encajes rosado y un bobito transparente. Se le acerca silenciosa por la espalda y lo abraza.
—¿Qué haces despierto? —pregunta casi en un susurro— ¿No puedes dormir?
—No, es que quería adelantar el cuadro. Quiero que este listo para mañana.
—¿Pero porqué la prisa? —dice tocando la paleta y embarrandole la punta de la nariz.
El joven la agarra, la acuesta en sus piernas y le hace cosquillas mientras ella se retuerce y rompe en carcajadas.
—Basta —dice sin aliento y sin parar de reir—, detente por favor. Para ya.
El joven la obedece, la sienta en su regazo y juntos contemplan el cuadro.
—Se parecen a las rosas de mi rosal —dice ella mirándolo a los ojos.
—Son ellas.
—Pero falta una.
—¿Cuál? —pregunta él intrigado.
—La que hoy me impediste cortar.
—Puede ser, pero para ella tengo un lugar mas reservado —dice el joven con un toque de misterio.
—¿Qué quieres decir? —dice y se levanta.
El joven la mira, levanta las manos y las une encuadrando su rostro entre ellas como buscando el lugar indicado donde ponerla.
—Si —dice luego—, ahí estará perfecta.
—La vas a poner en mi oreja seguro. Pero no la pintes como es, dale el brillo de las otras rosas.
El joven pasa el dedo por la paleta y devolviéndole la maldad, le pinta la nariz de rojo.
—Ve a dormir anda, mañana veras donde la coloco.
—Ok, me lavo la cara y me voy a acostar —dice mientras se dirige hasta la puerta—. Pero no vayas a la cama tan tarde.
—A sus ordenes mi reina —dice haciendo como si saludara a la realeza.
Ella le lanza un beso y se marcha riendo. Él se queda solo una vez mas observando el cuadro. Poco después se levanta y va hasta la ventana y me mira. Una leve sonrisa se dibuja en sus labios, apaga la luz y se marcha dejando a oscuras el inacabado cuadro. Y yo quedo sola en la oscuridad de la noche, iluminada por la luna redonda hasta que se me cierran los ojos.