JESS:
Hoy es el primer día de Universidad.
Estoy asustada.
Caminaba con actitud relajada entre la gente y muchos me miraban sonriendo como yo lo hacía. Lo que no sabían era que mi interior es un completo caos. De repente, el nerviosismo me invadió por completo y sin darme cuenta empecé a caminar más rápido. Nadie a mi alrededor pareció notarlo. Me quité mis auriculares porque en estos momentos nada podía calmar aquella sensación de nervios que estaba invadiendo mi cuerpo y eran un poco inútiles.
Necesitaba obtener calificaciones altas. No para no decepcionar a mi madre, a la que poco le importaba; sino para no fallarme a mí. Necesitaba demostrarme a mí misma que podía conseguir lo que me propusiera aun sin el apoyo de nadie. Bueno, Vero me apoyaba... Sonreí al recordar la noche del otro día aunque, pronto me invadió la curiosidad por saber qué más conocía Vero de aquel extraño.
Después de aquel momento en la noche del sábado, Vero fingió que no había pasado nada y evadió el tema justo cuando fuimos interrumpidas por el repartidor de pizza. La preocupación que antes resaltaba en su rostro, se esfumó y durante la cena siguió tan simpática como siempre. Me habló de muchas cosas a las que yo asentía preguntándome en mi interior qué gran secreto escondía el pelinegro. Seguía sin creer la fama que le habían otorgado y, Vero no me ayudaba en nada a olvidarle puesto que cada vez que hablábamos del chico de ojos negros, salía a la luz un dato nuevo sobre su historia más inquietante que el anterior.
Después de la cena, Vero me ofreció ver una película, pero me retiré a mi habitación diciendo que estaba muy cansada. Sin embargo, durante el tiempo que ella estuvo viéndola, yo visualizaba en mi mente mi encuentro con Marco en el local aquella tarde. Su pelo despeinado, el modo de entrar, la forma en la que se fue... Su pequeña herida en la boca y su hematoma en la mandíbula. Todo era un enigma indescifrable, de esos en los que tienes que mirar la solución en Google porque la desesperación te vence. Solo que para esto, yo no podía usar Google.
Iba perdida en mis pensamientos acerca del pelinegro hasta que me di cuenta de que estos me habían hecho llegar a la universidad. Volví a contemplarla emocionada y todo se esfumó. Tras echarle un último vistazo a mi horario, guardé el móvil y me dispuse a buscar mi clase. No tardé mucho en encontrarla porque había un gran cartel encima de la puerta decorado con una mandrágora, para darnos la bienvenida a los nuevos en la clase de filología.
—Los de interpretación de este año son unos frikis y quieren recrear una obra de Harry Potter, así que necesitan promocionarse para que el profesor acepte —dijo una voz masculina a mis espaldas. Dejé de contemplar embobada el cartel y me giré para mirar al chico que me había hablado y, resultó ser el mismo con el que me choqué el viernes por la tarde, Nicholas Collins.
—¿Van a colocar decorados con mandrágoras por toda la universidad? —pregunté sonriéndole simpática.
Nicholas dirigió su mirada hasta el cartel.
—Para nada. Cada clase lleva algo significativo de las películas, lo que no entiendo es el porqué de la mandrágora en el aula de filología. —Rio. Fue en ese momento en el que me fijé en la pequeña herida bajo su ojo y recordé aquel hematoma de su hermano y la herida de su labio.
—Yo tampoco —contesté cuando me di cuenta de que había estado mirándola demasiado tiempo. Sonreí antes de preguntar curiosa—. ¿Cómo sabes eso?
—Quise venir antes para observar. —Se encogió de hombros.
—¿También es tu clase? —Señalé levemente la entrada con la cabeza. Asintió simpático.
—Seremos compañeros durante todo el curso. Tú, la mandrágora y yo. —Reí por su chiste y entonces me pregunté cómo es que Vero cambiaba por completo de actitud cuando escuchaba su nombre—. Después de ti —dijo invitándome a entrar tras comprobar la hora en su reloj.
Y así fue como conocí a Nicholas Collins. Melena rubia, despeinada e igual de larga que la de su hermano; sonrisa amable como la del primer día en que le vi y un increíble buen humor que lo distinguía de su antipático y misterioso hermano.
Aunque, aquella herida no estaba presente el día en el que coincidí con él. ¿O sí?

Estaba agotada.
Las horas en universidad habían pasado con una rapidez increíble, tanta que apenas creía que había asistido a tres clases en menos de cuatro horas. Incluso me había encontrado con Vero en el campus. Tenía una hora libre antes de su próxima clase así que me invitó a sentarme con ella mientras estudiaba algunas recetas de cocina en un libro enorme que me enseñó cuando me habló del curso en el que se había matriculado. Tenía ganas de descubrir con qué me sorprendería esta noche para cenar...
Sin embargo, tuve que dejarla hace diez minutos porque tenía que buscar el aula donde sería mi última clase. Esto es enorme y no puedo permitirme llegar tarde, al menos no el primer día...
Creo recordar que Vero me dijo que el aula de literatura inglesa estaba cerca de la de literatura hispánica, por lo que me dirigí hasta allí sin tener mucho tiempo de margen. Había dado demasiadas vueltas por la universidad en los últimos minutos... Tras atravesar un pasillo me encontré con otros en un cruce compuesto por muchas aulas. Todas estaban vacías, por lo que al abrir la puerta nadie me tomó por una loca desde el interior. Debí de haber mirado los carteles...
Ninguna de ellas resultó ser la que buscaba y así fue como llegué a la última sala del pasillo sin cartel encima de ella, los de interpretación no habían terminado su labor persuasiva aún. Crucé los dedos para que finalmente fuera esa, pero antes de abrir, unos ruidos procedentes del interior llegaron a mis oídos, y sonreí cansada al pensar que había gente preparada para empezar la clase. Sin embargo, cuando abrí la puerta me di cuenta de que esta no era la clase que buscaba y de que aquellos chicos no estaban hablando amistosamente. Estaban en pleno apogeo sexual en la clase donde los alumnos de criminología investigaban los cadáveres. Salvo que esta vez no había ninguno...
Editado: 05.07.2021