Una de mis aficiones muy estupidas de los 20 años era entrar en los bares de mala muerte y seducir a las camareras. Muchas veces funcionaba, aunque no lo crean. Recuerdo que con Andrea, mi mejor amiga, haciamso apuestas por quien podría sacar el numero de determinada persona en el mejor tiempo posible. Una noche nos emborrachamos en un bar de la ciudad y yo le juré que podía conseguir el numero de la chica que nos estaba atendiendo que, dicho sea de paso, era bastante atractiva. No recuerdo que tacticas empleé aquella noche pero les aseguro aquí y ahora que me gané una cerveza bien fresquita y unos panchos pagados por Andrea ¿creen ustedes en las almas gemelas? Yo si creo, o al menos creo en personas que tienen una configuración muy similar a la nuestra pero lo suficientemente distinta como para identificarnos y complementarlos en simultaneo. Muchas veces no son el amor de nuestra vida y este es mi caso con Andrea. Nos reiamos mucho en esos tiempos de estas apuestas estupidas, de las cosas del jolgorio, de los arranques de juventud. Creo que ella fue la primera en leer este diario cuando ni siquiera estaba escrito, pero dejenme decirles que el prototipo para cada historia pasaba siempre por su ojo critico y su sentido del humor. Ella fue la primera en escuchar mi historia con la primer Anabela, o la noche del fin del mundo, ella me acompañó muchas veces en las aventuras en busca de segundos besos. Así que cuando, por primera vez en nuestra amistad dudé en contarle sobre mi historia con Marina debí haber sabido que algo de esa historia estaba mal.
La apuesta de aquella noche era simple, la chica salía del trabajo y nosotros estabamos fuera del bar ya habiendo tan solo tomado un vino en caja. Yo no estaba en la mas valiente de las valentias pero si con suficiente descaro como para hablar con la chica que salía del trabajo. Me acerqué haciendo gala de mis tacticas habituales: la saludé, le dije que la ví en el bar y que me pareció una persona simpatica. Ella se mostró esquiva y dí por perdida la conquista. Volví donde estaba Andrea y perdidos en risas nos alejamos a la parada del colectivo. A medio camina me alcanzó Marina; me dijo que le había gustado que me arrimara a hablarle pero que no supo que responderme cuando lo hice. Me pareció raro pero lo tomé con un cumplido y me despedí de Andrea. Tuvimos sexo con Marina esa noche, un sexo desabrido y sin ritmo, de esos que te indican que no es lo mejor estar ahí. Pero era mi segunda vez y yo estaba alzado.
Pero la parte culmine de esta historia no es en esa noche ni en la apuesta que hice con mi amiga. El sexo pasajero no es algo malo e inmediatamente despues de esa noche corrí a contarle a Andrea mi nuevo exito. Lo importante sucedió a la semana siguiente. Con mi amigo Matias decidimos darle oportunidad a la noche (ahora se van dando cuenta que mi vida nocturna era agitada) y terminamos en un bar de poca monta donde rapidamente Matias entablo contacto bucal con una señora de 40 años. Yo me aleje de la escena para no importunarlo y vagabundee por las calles, respirando el aire frio y sintiendome en paz. Siempre me siento en paz cuando hay una calle solitaria, De repente alguien llamó mi nombre a mis espaldas y entonces ví a Marina saliendo de su turno en el bar donde me la habia cruzado la ultima vez. No me habia dado cuenta que mis pies me habián dirigido a esa zona, tal vez incoscientemente estaba procurando otro encuentro con quién habia tenido un sexo incomodo pero una charla interesante. De más estaría decir que volvimos a tener sexo y esta vez, resulto satisfactorio, no se porqué, sera que poco a poco mi cuerpo se iba acostumbando a su calor, será que las primeras veces no son siempre las mejores; y eso me asustó. También me asustaron sus ojos encandilados, donde se asomaba una chispa de enamoramiento, me asustó su sonrisa al colocar su cabeza sobre mi pecho y el dulce tarareo de una persona que se siente en un lugar correspondido.
Cuando a los días no quise contarle a Andrea esta experiencia, sabía que todo estaba mal. Sabía que finalmente había cruzado la linea que me separaba de ser un bufon, un actorcito de burdel, un mentiroso con chispa encantadora a ser un psicopata más de los que vagan por el mundo como mi amigo Eduardo al que tanto temía parecerme. Cuando acordamos con Marina vestirnos y partir a nuestras casas, en un descuido suyo yo me fuí del lugar, me fuí y ella no me vió partir. Me fuí camuflado sin haber dado nunca mi verdadero nombre, me fui con la mascara de Eduardo. Cuando no se lo conté a mi mejor amiga, debí haber sabido que estaba emprendiendo un camino sin retorno, de aquellos donde la chota manda, se torna maquiavelica y no importan las consecuencias, no importan los actos no importa la moral: solo hay que ponerla en un objeto, porque llegados a ese punto donde el juego se apodera de nosotros empezamos a matar lentamente a lo humano de la presa y por eso podemos justificar nuestras accones banales. Hoy me arrepiento de haber entrado al juego, que es la perdición mas grande de mi vida y la piel a la que siempre quiero volver como ese tipo que toma fuego por mas que le haga daño.
Creo igualment que muchas veces el juego nos la devuelve, con fuerza hacia donde mas nos duele. Porque esta historia no es sobre Andrea y las apuestas, sobre mi decadencia, ni sobre mi segunda vez sexual. Esta historia es como se sumó un nuevo nombre a mi repertorio de compulsiones, porque Marina tambien fue el nombre de mi primer real amor.
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Editado: 20.01.2021