El camino hacia el templo se me está haciendo eterno. Cada paso sobre la grava parece un martillo sobre mi paciencia, y los silencios de mi madre son más pesados que cualquier palabra.
Nada más entrar en el umbral del recinto sagrado, puedo oler el aire cargado de incienso y humedad salina, un olor que me hace sentir pequeña, vulnerable y fuera de lugar. Digamos que no es de mis lugares favoritos.
El almaer nos espera, de pie sobre la alfombra azul bordada, tiene los brazos cruzados con una postura que irradia orgullo y desprecio. Es un hombre de unos sesenta años, de complexión robusta y cuerpo pesado, se alza con la dignidad propia de quien ha dedicado su vida a la fe y al deber. Su rostro redondeado, surcado por arrugas de autoridad más que de cansancio, conserva una expresión firme y vigilante, como si todo cuanto lo rodea debiera ser examinado y medido con cuidado. Tiene la coronilla despoblada, apenas rodeada por un halo de cabello canoso. Sus ojos son pequeños pero penetrantes, bajo unas cejas espesas y grises, apenas transmiten nada, y su boca, de labios delgados y apretados, rara vez la he visto esbozar una sonrisa sin propósito. Viste con la túnica azul tradicional de su orden, con el cinturón blanco ajustado bajo el vientre prominente y las mangas largas ocultando unas manos grandes.
No me cae nada bien. Hace ya muchos años que es el sacerdote del pueblo, también daba clases los sábados cuando tenía la edad de mi hermana y eran horas y horas de tortura. Sus ojos recorren primero a mi madre, luego a mí, y pudo sentir cómo cada parpadeo suyo es una condena.
—Ah, Nayela —dice finalmente, con su típica voz helada—. Has recibido mi misiva. Parece que aún no comprendes la gravedad de tu posición.
Así, sin decir ni los buenos días, hace un gesto con la mano para indicarnos que pasemos a su pequeño aposento de trabajo. Mi madre se para delante del enorme mosaico a modo de cristalera que hay detrás del altar hecho de minúsculos trozos de vidrio de los colores exacto para formar la imagen de un gigantesco sol levantándose sobre el mar, para hacer la sigra antes de seguir al almaer.
Yo paso de largo.
Una vez sentadas frente a su escritorio, mi madre frunce el ceño e intenta iniciar la conversación. Se enfadó mucho cuando volvió a casa y leyó la carta. No quería dársela porque sabía que me iba a castigar y me estuvo persiguiendo por toda la casa durante media hora hasta que la traidora de mi hermana me la robó y se la dió. Y ahora estamos aquí perdiendo el tiempo. Los esfuerzos de mi madre para llevar la voz cantante se van al traste cuando el almaer continúa sin darle tiempo a hablar:
—Tus esfuerzos son inútiles —su mirada está fija en mí—. Ayudas en las colectas de alimentos y ropa que organiza el Templo durante el invierno, pero creo que es más debido a la insistencia de tus padres que a tu propia iniciativa.
Instantáneamente noto cómo una mezcla de ira y vergüenza se enrosca en mi estómago.
—¡Eso no es cierto! —exclamo antes de poder detenerme—. Siempre he ayudado de buena gana en las recogidas de alimentos y otras pertenencias básicas para los más necesitados del pueblo, pero solo puedo comprar comida con el dinero de mis padres y no tengo tanta ropa como para donar cada año...
—Siempre nos involucramos en las actividades que organiza el Templo con la mayor...
—Poner excusas es igual que mentir —me regaña ignorando a mi madre—. No has venido a ningún Despertar del Sol en todo el invierno. ¿Crees que puedes hacer lo que quieras sin repercusiones de nuestro Señor de las Aguas? ¡Hiciste un juramento!
—El juramento se lo hice al Dios del Mar, no a usted —intento sonar los más cortante que puedo, llegados a este punto ya no me importa que sepa que no lo soporto—. ¿Por qué debería meterse?
—¿Por qué? —repite con un tono que hace que cada sílaba duela —Porque no hay fe en ti, Nayela. Solo orgullo, rebeldía y... desobediencia. Miradla, señora, ¿no veis la falta de respeto? No puedo permitir que una criatura tan... carente de virtud se mezcle con los verdaderos devotos en el Bahara.
Mi madre se pone rígida al instante, la rabia se refleja en su rostro, pero yo siento que la humillación es mía. Mis mejillas arden y mis manos tiemblan de impotencia.
—¡No podéis hablarnos así! ¡No podéis decirme lo que soy o dejo de ser!
El almaer levanta una ceja, divertido, con un gesto de superioridad que me quema más que cualquier insulto. Se supone que los sacerdotes están para guiar y ofrecer amparo y ayuda a los devotos de Norin. No para criticarlos.
—Mírate —niega con la cabeza—. Tu corazón sigue vacío de devoción.
—Vengo todos los jueves sin falta a la oración, como cualquier otro devoto normal, colaboro con el Templo en todo lo que puedo. No soy una persona madrugadora por eso falto a... algún Despertar. No puede juzgarme por eso.
—El Dios del Mar no se ofende por la insolencia... pero yo sí debo corregirla. Hasta que no demuestres más humildad, más reverencia, y sobre todo más... moralidad, permanecerás al margen del Bahara.
Mi madre entrecerra los ojos y suspira con frustración, mientras yo siento que mi pecho se llena nuevamente de una mezcla de ira, humillación y desafío.
—Y créeme, Nayela, tu madre debería agradecer que todavía puedas escuchar estas palabras sin que se te mande a sacar del Templo. Si dentro de un año tu comportamiento no ha mejorado deberé consultar con el Templo Mayor la posibilidad de anunciarte como elyss.
El mundo se me cae a los pies y no por mí, sino por la reputación de mi familia. No será capaz, el muy orgulloso de mierda. No puede amenazarme con esto. Siempre he cumplido con la parte que me ha tocado, siguiendo las reglas como las han establecido: iba a las clases de pequeña, hice el Juramento, voy a la oración,... ¿qué más quieren?
Sin mirar al almaer, giro la cabeza hacia los vitrales del templo: la luz del equinoccio brilla a través de ellos, reflejando la celebración que me está prohibiendo. No voy a poder bailar, ni salir a celebrar como el resto de la gente. Y, en este instante, siento como se despierta algo en mí que impide que ninguna humillación, ningún sermón ni ninguna amenaza impedirá que me cohíban de seguir mi propio camino... incluso si el mundo entero está en mi contra.