Maresía

Capítulo 7

—¡Buenos días, Iselme! —saludo enérgicamente al viejo que hace como si no existiera.

Sus hijos durmieron dos días en el edificio del Rey después de que mi padre me acompañara a denunciarlos a los Guardia de pie. Todo el pueblo se enteró de lo que me hicieron en el mercado. Mi padre ya le ha hecho saber a la familia de Iselme que si quieren herraduras nuevas tendrán que irse a otro pueblo porque ya no va a venderles nada.

Monto mi tenderete y coloco mis jabones canturreando. He añadido jabones con fragancia de rosas, que eran las únicas flores que teníamos florecidas en el jardín. A mi madre no le hizo gracia pero le he prometido ir a medias con el dinero que gane de los jabones de sus flores, que los vendo a dos dinares, el doble que los otros.

En toda la mañana vendo cinco jabones para la ropa y dos de fragancia de rosas. Vuelvo a casa satisfecha de que cada sábado la gente me vaya comprando más jabones. Dejo a Elvira en su sitio y guardo las cosas en el cobertizo. Me fijo en que las gallinas aún tienen los huevos y me extraña que mi hermana no haya cumplido con su tarea. Agarro la cestita que utilizamos para recoger los huevos de su sitio en una de las estanterías del cobertizo y entro al gallinero. Al terminar, me dirijo hacia la puerta que entra directamente del jardín a la cocina.

—¡Siete pastillas! —anuncio contenta cuando entro y dejo la cestita encima del mármol al lado del fregadero.

Me quedo muda al ver las caras de mis padres y de Mariselle que parece que está a punto de llorar. ¿Qué hace mi padre tan pronto en casa? ¿A qué vienen esas caras?

—¿Ha pasado algo? —pregunto extrañada.

Silencio. Mi madre está sentada con los codos apoyados en la mesa y las manos sobre su cabeza, como si estuviera lamentándose por algo. Delante tiene el periódico de la semana. Se endereza, lo agarra y me enseña la portada con las manos temblorosas. Nunca había visto a mi emira así.

—Tu padre ha venido corriendo en cuanto ha comprado el periódico —dice con un hilo de voz—. ¿No has oído nada en el mercado?

—No todo el mundo puede permitirse comprar el periódico —le recuerda mi padre—. Aún no se habrá extendido la noticia.

Me acerco y por encima leo el titular de la primera plana que anuncia con grandes letras: "TRAGEDIA EN EL MAR: ADIÓS AL BUQUE DE PRINCIPIANTES DE PORTUMA".

—Dicen que han naufragado en medio del mar. Salieron con mal tiempo del último puerto —menciona en un susurro mi abir—. También dicen que no han encontrado supervivientes. El Rey los da oficialmente por desaparecidos.

—¿Eso significa que están muertos? —pregunta al borde del sollozo mi hermana— ¿Darion también?

Mi padre asiente con pesar y la noticia impacta en mi pecho como una bala. No reacciono de seguida. Un leve sudor frío recorre mi frente mientras noto que mi corazón late con fuerza y a un ritmo cada vez más frenético. Los nervios se apoderan de mis extremidades, mis manos empiezan a sudar, el malestar me hace moverme, inquieta. Noto el latido de mi corazón en mis brazos y piernas, necesito moverme, caminar. El oxígeno en mis pulmones disminuye. Me ahogo. El corazón sigue a mil por hora y me paso la mano temblorosa por el pelo en un acto reflejo para tranquilizarme.

No puedo estar muerto. Desvío la mirada a Mariselle que ha empezado a llorar desconsolada. Mi padre se acerca a abrazarla y mi madre acaba por dejar el diario encima de la mesa y se pone de espaldas para que no la veamos llorar. Pero la oigo. Mi madre llora por la muerte de Darion, al igual que mi hermana. Mi padre me mira con tristeza y con los ojos rojos. ¿Por qué yo no lloro? Me sigue faltando el oxígeno y me muevo hacia la puerta de la entrada. Mi mano, presa de la taquicardia, es incapaz de abrir bien a la primera y tardo unos segundos más de lo normal en salir al patio trasero.

El aire del jardín inunda mis fosas nasales y, como si solo necesitara eso, mis labios empiezan a temblar con fuerza y mis ojos se llenan, finalmente, de lágrimas. Me mareo con las sensaciones que forman un nudo en mi pecho y me agacho en el suelo cuando noto que mis piernas fallan. Tapo mi cara con mis manos, imaginando que todo es una pesadilla, que es información falsa. No puede ser. No puede ser. Mi mente está encendida y apagada a la vez. Las lágrimas viajan mejillas abajo por mi rostro sin descanso. Lloro, lloro mucho. Mi respiración se entrecorta con los sollozos.

Mi padre sale a abrazarme e intenta sostenerme, me apoyo en él para volver a entrar en casa. Mariselle me abraza cuando estoy dentro. A lo lejos oigo la puerta de la habitación de mis padres cerrarse. Mi madre se ha escondido para llorar.

Nos sentamos los tres en el sofá del salón y mi hermana y yo lloramos por no sé cuanto tiempo, abrazadas. Mi padre nos consuela sin decir nada.

—Debe haber sido un error. Un error de imprenta. —Consigo articular al cabo de un buen rato—. Debe ser el Buque de Principiantes de Siluran o de Nemerat. No puede ser el de Portuma. ¡No puede ser!

—¿Los Tarién lo saben? —pregunta Mariselle—. Tendríamos que visitarlos.

—Buena idea —mi madre baja las escaleras casi de par en par.

Tiene el pelo despeinado y los ojos rojos pero un pequeño destello de luz se atisba en su mirada.

Nos arreglamos como podemos y salimos las tres a la calle. No hemos llegado a la esquina cuando Bimela, la mujer del panadero, nos para.

—¡Oh qué desgracia! —se lamenta—. ¿Habéis oído lo del hijo mayor de los Tarién?

Mi madre le sigue la conversación por educación, pero la verdad es que no tenemos ganas de hablar con nadie. Mi corazón martillea con fuerza en el pecho y siento que estoy a punto de volver a llorar. El hecho de que la noticia ya se sepa en el pueblo la vuelve más real. Y no quiero que lo sea porque simplemente no puede ser. Seguro que hay un error.

Mi madre se deshace de Bimela como puede, ya que la mujer parece que no tenga nada mejor que hacer. Nos apresuramos por las calles y cuando encaminamos la calle de la casa de los Tarién vemos al carnicero y su esposa salir del portal.



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En el texto hay: aventura, amor, amistad

Editado: 21.12.2025

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