Maresía

Capítulo 8

El aire huele a flores y a cera derretida. A veces tengo la sensación de que el Dios del Mar es un dios caprichoso que roba y devuelve las cosas cuando quiere, por puro maltrato. Y desde siempre, los ancianos del pueblo nos cuentan que Norin escucha, pero no siempre responde. Hoy, mientras los pasos nos llevan del Templo a la playa, yo me pregunto si nos oye ahora o si, simplemente, se está riendo desde lo más oscuro de este abismo azul.

El Templo de Norin en mi pueblo está tallado en piedra caliza, con conchas incrustadas en los muros interiores y un gran mosaico sobre el altar mayor, símbolo de renacimiento. Aquí ha comenzado el funeral de Darion. Todos vestimos con dikals color azul marino, el color del Dios, el color del perdón, el de la nobleza y el del respeto. Solo los Tarién, van de blanco, el color de la entrega, el color de quienes han sido tocados por la pérdida.

Mi vestido largo cae hasta rozar el suelo. Cada pliegue brilla suavemente bajo la luz, y los bordes están bordados con hilos dorados que dibujan arabescos de hojas y olas. La parte superior, ceñida con elegancia, está adornada con una intrincada filigrana dorada que asciende en líneas delicadas hacia el escote redondeado. Mi madre me ha dejado su collar de oro viejo con piedras del color de la miel que adorna mi cuello. Es precioso, ahorramos durante muchos años en casa para comprar las telas para mí y mi hermana, aún así, una parte de mí siente que también debería haberme puesto mi vestido blanco.

La madre de Darion, Lunaya, camina delante de todos, apoyada por su marido. Lleva la mirada vacía, como si las lágrimas se las hubieran consumido por dentro. Lleva en las manos un caracol de mar, el mismo que su hijo encontró cuando solo tenía siete años y presumió durante meses. Sus hermanos pequeños caminan detrás con ramos de lirios de agua en las manos. Apenas levantan la vista del suelo.

Yo voy unos pasos por detrás con mi vestido azul marino que el viento me hace ondear como una ola. Mis padres y Mariselle van a mi lado. Todo el pueblo ha querido despedirse de él y la caminata parece más multitudinaria que la marcha de los farolillos del Bahara.

Me han dicho que no puedo llorar en voz alta, que en los funerales de Norin las lágrimas tienen que ser silenciosas para no llamar su atención. Pero se me hace tan difícil. Darion no tenía derecho a irse así, sin despedirse, dejando una huella impenetrable en cada uno de nosotros.

Cuando llegamos a las puerta del Templo, el almaer levanta su vara, adornada con pequeñas placas de plata que imitan las escamas de pez.

—Que el mar devuelva su espíritu a las profundidades, y que Norin lo guíe a la corriente eterna. Del mar venimos y al mar volvemos.

Todos nos sigramos y repetimos el salmo, una y otra vez, como el vaivén de las olas. Las antorchas se encienden. El sol ya se está hundiendo detrás de los acantilados, tiñendo el cielo de cobre. La procesión comienza a descender hacia la playa, lenta, solemne. Desde las calles, las ventanas están abiertas; algunas mujeres dejan caer pétalos de todos los colores que flotan un momento en el aire antes de posarse sobre nosotros.

Recuerdo la última vez que vi a Darion. Nuestra despedida después de la graduación. Debería haberme esforzado para graduarme con él. Mi lamento se camufla con mi tristeza que me acompaña desde que me levanto hasta que me acuesto desde que volvimos de Portuma.

El sendero termina en la playa, donde las olas rompen suaves y el mar parece contener la respiración. En medio de la arena hay una balsa vacía, decorada con redes, conchas y flores blancas. En ella deberían haber colocado su cuerpo, pero no hay cuerpo, solo un manto doblado y un ancla pequeña, símbolo del viaje que no pudo concluir.

El almaer vuelve a hablar:

—Cuando no hay cuerpo, ofrecemos la luz. Que las antorchas sean su guía. Que las flores sean su barca.

Uno a uno, los aldeanos se acercan, encienden sus antorchas en el fuego común y lanzan flores al mar. Primero van los mayores, luego los niños, y después los amigos. Cuando llega mi turno, mis manos tiemblan tanto que casi dejo caer la antorcha sobre la arena. La llama brilla en las lágrimas que aún no he podido secar.

Lanzo mi ramo —jazmines, los que más le gustaban— y lo observo flotar un instante antes de que la corriente lo arrastre. Siento una punzada en el pecho. Quisiera creer que, en algún lugar más allá del horizonte, él los verá.

La brisa se levanta. Dicen que cuando sopla así durante un funeral, es señal de que Norin está presente. Cierro los ojos y dejo que el viento me golpee el rostro, casi deseando escuchar su voz en el rumor de las olas. Pero solo oigo el llanto contenido de Lunaya, un sonido tan humano y desgarrado que ninguna plegaria podría consolarlo.

El cielo se oscurece poco a poco. Las antorchas forman una hilera de luces que se reflejan en el agua como un camino ardiente hacia el infinito. Me arrodillo en la arena. Mi padre se agacha a tocarme el hombro a modo de consuelo. La marea empieza a subir, mojándome el borde del vestido. Todo el pueblo está en silencio.

Pienso en cómo Darion solía decir que el mar no se traga a los suyos, que solo los llama a casa cuando los necesita. Tal vez ahora él esté allí, navegando entre corales, riendo con los espíritus antiguos. Tal vez me mira, y se burla de mi tristeza.

Pero también pienso en lo injusto que es el amor: te enseña a construir un mundo, y luego te obliga a verlo hundirse sin remedio.

El padre de Darion, se adelanta con el caracol en las manos. Lo sopla, y un sonido grave y profundo se extiende sobre la playa, resonando como el gemido del propio océano. Entonces todos los presentes levantamos nuestras antorchas y las dejamos caer al mar. Una a una, flotan un instante, luego las olas las engullen, convirtiendo la oscuridad en un firmamento líquido.

En ese momento, algo cambia. El viento se detiene. El mar se queda quieto, como si escuchara. Por un segundo, todos contenemos la respiración. Y juro, por Norin, que oigo una nota lejana, un eco de ese mismo caracol. Un sonido breve, como una despedida.



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En el texto hay: aventura, amor, amistad

Editado: 21.12.2025

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