Maresía

Capítulo 10

Llevo semanas sin descansar.

Me he aprovechado del insomnio que parece haber calado profundamente en mí noche tras noche y no he parado de buscar respuestas. Necesito una respuesta a lo que pasó esa tarde en la playa.

Estamos en pleno verano con un calor que parece querer borrar los caminos y deshacer las piedras. Pero a mí, el calor no me importa. He decidido que no dejaré que el nombre de Darion Tarién se pierda como el buque en el que zarpó casi dos meses atrás. Mientras el pueblo intenta seguir adelante —con la resignación dócil de quienes viven junto al mar y aceptan que a veces se lo traga todo— yo me aferro a una sola idea: encontrar respuestas.

Cada amanecer comienza igual: un cuaderno en blanco, la mesa de madera carcomida por la sal de la cocina, un montón de páginas arrancadas de viejos periódicos y los documentos que conseguí de la Academia Naval de Portuma en mis interminables viajes a la ciudad en busca de información. En el cuaderno voy anotando nombres, fechas, rutas marítimas, rarezas del clima, rumores y hasta supersticiones. Todo lo que pueda servir. Para cuando el sol se pone, mis dedos quedan manchados de tinta y mi cabello recogido en un moño alto termina siempre lleno de polvo de papel.

Estando a mediados de verano decido que ya no puedo retrasarlo más: debo visitar a la familia Tarién, aunque tenga un nudo en la garganta cada vez que me cruzo con uno de ellos.

La casa de los Tarién se asoma delicada al final de la calle, rodeada de casas forradas de piedra y plantas en macetas de cerámica de todos los colores que decoran los portales. Subo calle arriba con el corazón acelerado, como si una parte de mí esperara que Darion abriera la puerta, riéndose de haber desaparecido tanto tiempo. Pero es su madre, Lunaya, quien me recibe. Sus ojos, siempre amables, ahora parecían de vidrio opaco.

—Pasa, querida —dice con una sonrisa que no alcanza a despegarle la tristeza del rostro—. Tarik está en la habitación. Te está esperando.

Tarik. Le había prometido que un día iría a verlo, aunque haya cumplido mi promesa, me siento un poco mal al no estar aquí para verle a él realmente. Con solo dieciséis años se ha visto obligado a ejercer un puesto en la familia que no le pertenecía. Ahora es el primogénito, el sucesor. Las pérdidas a veces nos obligan a crecer demasiado rápido, a mí me pasó con mi abuela.

Cuando llego al piso de arriba, la puerta de la habitación está entornada. Un murmullo suave de hojas siendo pasadas llega hasta mis oídos.

—¿Puedo? —pregunto desde el umbral.

Tarik levanta la vista. Tiene el cabello demasiado parecido al de Darion, pero sus ojos, habitualmente vivaces, estaban apagados.

—Entra. Pensaba que no vendrías... yo no podría hacerlo —responde. No hay reproche en su voz. Solo cansancio.

La habitación es pequeña y compartida. Dos camas estrechas, una al lado de la otra. El lado de Darion está aparentemente intacto: la colcha doblada, el baúl cerrado a los pies, la silla apoyada en la pared como si él fuera a volver a sentarse en cualquier momento. Respiro hondo y me acerco al baúl.

—¿Cómo estás? —Miro de reojo el mueble antes de sentarme encima—. Mariselle te manda recuerdos.

Tarik se encoge de hombros antes de contestar.

—Es...raro. Como si fuera a volver aunque sé que no pasará.

—Yo también he tenido esa sensación estos días, por eso...

—Fuiste a Portuma —sus ojos se suavizan por unos segundos.

—Necesitaba... algo, lo que fuera, que me diera la seguridad de que no... volverá.

Mis ojos se humedecen y amenazan con llorar pero me muerdo el labio. Debo mostrarme lo más serena posible delante de su familia. Tarik asiente con la cabeza.

—¿Y encontraste algo que sirviera?

—Después de insistir mucho me dieron una copia del mapa de ruta que tenían planeado hacer y varios informes. Parece que se encontraron con mal tiempo al salir del puerto de Calendra.

Tarik no responde, fija su mirada en un punto en la pared. No sé si he debido mencionarle esto y no sé si también será muy descarado de mi parte preguntarle por las cosas de su hermano.

—Pero después de leerlo todo, —sigo con cautela— hay algo que no me encaja del todo. ¿Te importaría si buscamos entre las cosas de tu hermano?

Me levanto y espero su respuesta que parece tardar más de lo normal. Soy una desconsiderada al hacer esto, pero necesito respuestas y tengo el presentimiento de que Darion tendrá alguna pista que me pueda servir entre sus pertenencias.

Tarik se vuelve a encoger de hombros, parece totalmente ído esta vez y yo no puedo sentirme peor.

—¿Estás seguro de que no te molesta? —insisto, aunque ya tengo las manos sobre la tapa del baúl.

—Si hay algo ahí que te sirva para encontrarlo o saber mejor lo qué pasó... entonces adelante —responde Tarik, mirando fijamente un punto del suelo.

Sin más espera abro el baúl. Un olor a madera vieja y sal me golpea. Empiezo a revisar despacio, casi con reverencia. Primero encuentro capas dobladas y camisas demasiado grandes, luego un paquete de jabón perfumado, como el que Darion me regaló en primavera. Más abajo, un montón de mapas de navegación cuidadosamente enrollados.

—¿Sabes por qué tenía tantos mapas? —pregunto.

Tarik niega con la cabeza.

—Se pasaba noches enteras mirándolos, pero nunca quiso contarme por qué. Supuse que era cosa de la Academia.

Extiendo uno sobre la cama: rutas marítimas antiguas, algunas ya en desuso, otras peligrosas por las corrientes cambiantes. Parece más el mapa de un explorador que el de un simple marinero aprendiz. En la Academia Naval estudiábamos rutas marítimas comerciales actuales y nunca nos dejaban sacar ningún mapa de clase.

Sigo buscando entre papeles y cuadernos, pero no hallo cartas, diarios ni nada en relación a su viaje o del extraño comportamiento del buque desaparecido. ¿Por qué iban a salir del puerto con mal tiempo? Cuando ya estaba por rendirme, algo pequeño y duro suena contra la pared del baúl.



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En el texto hay: aventura, amor, amistad

Editado: 21.12.2025

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