—Qué pena que decidieras no seguir conociendo al hijo de Tulip —suspira mi madre, decepcionada, mientras decapita la merluza para hacer skim.
—¿El hijo de quién? —dejo mi pluma en el tintero y cierro mi cuaderno de apuntes.
—¡El herrero de Korveta! —se enfurece mi emira.
Ah, sí, Lorian.
Ni me acordaba de él. Le mandé una carta a principios de mes pidiéndole que no me escribiera más. No sé si fui muy brusca pero siento que ahora mismo no tengo tiempo para estas cosas. El matrimonio es una cosa secundaria en mi vida. Siempre lo he sentido así, nunca ha sido una de mis prioridades. Me hice ciertas ilusiones con el regreso de Darion, pero tenía claro que si él llegaba a aceptar mis sentimientos, el matrimonio vendría mucho después.
Darion.
Miro de reojo el cuaderno donde reviso y anoto información nueva cada día. Tengo las manos llenas de durezas entre las horas que paso cosiendo por la mañana y luego por la tarde escribiendo. Noto la mirada de mi madre en mí, y creo que se está aguantando el regaño.
—Anda, vete a limpiar las manos que cuando llegue tu padre de la herrería vamos a comer.
—¿Y Mariselle?
—Hoy también va comer en el Templo.
Suspiro con pesadez. Mi hermana sigue con la tontería de hacerse sylari, ayudante de los Templos de Norin, simplemente no lo puedo comprender. El pensar en Norin hace que, de un momento a otro, un escalofrío recorra mi espalda cuando recuerdo esa tarde en la playa. Cómo reaccionó mi cuerpo al contacto con el agua. Fue como si me hubiera atravesado un rayo.
Comemos los tres en silencio y al acabar mi abir me llama al salón. Suele irse a tumbar media hora antes de volver a la herrería y yo suelo ayudar a mi madre con la cocina, por lo que me extraño ante el cambio en el comportamiento de mi padre. La situación se vuelve incómoda cuando noto que mi madre deja los platos y me sigue. Nos sentamos las dos en el pequeño sofá y él en el sillón, delante de mí.
Se aclara la garganta antes de empezar a hablar y auguro que lo que se viene no será nada bueno.
—Nayela, tu madre y yo hemos estado... preocupados.
Mi madre asiente entusiastamente a mi lado.
—¿Por qué? —Descanso mis manos entre mis piernas.
—Bueno... —duda arqueando las cejas—. Estos dos meses no han sido fáciles y entendemos que sigas triste...
—Nosotros también lo estamos —interviene mi madre.
—Pero todas estas escapadas a la playa, a Portuma... —La mirada de mi padre se vuelve débil, opaca—. El cuaderno en el que no paras de escribir... Nos tienes realmente preocupados, cielo.
—Creemos que te has precipitado al romper tu compromiso con el hijo de Tulip Selmar.
—Eso es lo de menos, Shamira —le corta mi padre.
—¡No se va a casar nunca si sigue así! —se queja la mujer que tengo al lado.
Me siento bastante incómoda y no me apetece para nada seguir con esta conversación pero no puedo levantarme e irme sin más, aunque mis padres hayan empezado a discutir sobre mi compromiso fallido, sin antes saber para qué me ha llamado mi padre. Decido interrumpirlos para que se callen.
—¿Era solo eso o me tienes que decir algo más? —Mi voz suena seca y cortante.
Mi madre me fulmina con la mirada ante mi tono de voz y hace un chasquido con la boca que me avisa que a la próxima me va a dar con la babucha. Mi padre sonríe débilmente.
—Hemos pensado que te vendría bien cambiar de aires.
Oh no.
—Sabes coser bien y te defiendes con las tareas de la casa, —continua mi madre— sobre todo con la colada.
—Por eso, tu madre y yo hemos pensado que a lo mejor te iría bien entrar de interna en la casa de algún noble —Las palabras de mi abir salen como un disparo de su boca, como si no quisiera pronunciarlas.
¿Interna? ¿Se refieren a esas criadas que duermen siempre en las casas de los grandes señores y terratenientes?
Espera, ¿¡criada?!
Mi cara debe ser un cuadro porque mi madre apoya su mano encima de la mía para tranquilizarme y me mira con complicidad.
—El duque de Fiorgul está buscando personal nuevo —me explica—. Ha tenido bajas en su casa porque ¡dos de sus criados se han casado!
—¿En serio es en lo único que puedes pensar? —le recrimino apartando su mano de la mía.
—Serán sólo unos meses y puedes volver a casa cuando quieras —le apoya el hombre que tengo sentado enfrente.
La cara de mi padre me transmite demasiada calma. Está muy sereno para acabar de proponerle a su primogénita acabar con la poca vida social que le queda.
—¿El duque de Fiorgul? ¿El terrateniente? —pregunto curiosa.
—Ese mismo, Rameil Casrini, tiene fama de portarse bien con su servicio y paga bien. Puedes quedarte la mayor parte del dinero que ganes y no hace falta que nos mandes mucho.
—Entonces, ¿es por que vamos mal de dinero? ¿Necesitáis que haya una boca menos que alimentar en casa? —No sería la primera vez que no nos alcanza para cuatro raciones.
Cuando era más pequeña los períodos de escasez eran más comunes y solía ver cómo mis padres se turnaban para comer un día uno y al siguiente el otro para que mi hermana y yo no nos faltara ningún día comida. Recuerdo que no entendía muy bien por qué lo hacían y cuando se lo preguntaba mentían diciendo que era un juego al que jugaban los mayores. Supongo que ahora ya soy mayor y me toca jugar a mí.
—No exactamente, también creemos que alejarte unos meses del pueblo te vendrá bien...
—No te preocupes por nosotros y mira por tu futuro —Me aconseja mamá.
Les prometo que lo pensaré y que les daré una respuesta esta misma semana. La propuesta me ha dejado un poco descolocada y no puedo decirle nada más.
Por la tarde bajo, como de costumbre, a la playa del pueblo. Sentada en la arena veo a lo lejos barcos de todas las medidas acercarse y alejarse en su ruta hacia el puerto de Portuma. El vaivén de las embarcaciones me recuerda que pronto empezará el otoño y se llevará a cabo la Celebración de los Puertos, donde se honra a los viajeros.