Margarita

Margarita

¡Si vieras que preciosa criatura!.  Margarita, la menor de dos hermanos varones, la hija de Antune y Gio, la primer nieta mujer de los Nonos, fundantes de una  familia de tanos que vino de Italia en barco y que, cuando la pequeña joya de la familia Tucceli, Margarita, cumpliese cinco años ya se encontraban en una situación acomodada en comparación con los otros Tucceli que bajaron del mismo barco.

¡Si vieras que elegante niña!, con sus cancanes blancos bien estirados, los zapatitos Guillermina, el jumper, y una boina de lana rosa, que la Nona tejió para ella. Esos cabellos de cobre, rebeldes se disciplinaban bajo el casquito rosa de lana suave, y dejaban ver ese rostro de porcelana, ojos como océanos azules, enormes, cejas obscuras, y esa boquita de muñeca, roja y perfecta.

Además de preciosa, Margarita, ya a los ocho  años sabia  algunos puntos básicos de bordado, con destreza tejía al crochet  infinitos círculos  con los restos de lanas que la Nona guardaba para ella, Antune, su mama, los unía y exhibía preciosas agarraderas que engalanaban las cocinas de la familia, balanceándose de las manijas del calefón de todos los Tuccelis

Además de eso, Margarita sabía algunas canciones en dialecto italiano así que cuando los tíos y abuelos le pedían, Margarita parada sobre una mesa de madera lustrada, cantaba con voz de ángel canciones de cuna de tierras lejanas.

Margarita tenía muchos primos, como suele suceder en estas familias italianas, pero como era la mayor por unos meses de casi todos, a Margarita se le permitía sentarse con la Nona en la mesa grande los domingos cuando se reunía el familión en la casona. Mientras sus primas y primos acupaban la mesa de los niños, ruidosos e inquietos y lejanos también. Por eso a la hora del cafecito y las masas, cuando ya los primos eran evacuados al patio, ella también podía acercarse a ellos, previa advertencia de Antune sobre cuidar su vestido nuevo.

Así que la preciosa Margarita se acercaba a sus primas, que no paraban de jugar con pedacitos de ladrillo rojo que usaban para dibujar el patio, o realizaban excursiones al taller de carpintería del Nono, donde gritaban cuando veían una araña y salían corriendo felices, o también arrancaban uvas verdes de la parra y simulaban hacer una sopa en una tacho viejo que habían robaron del taller.

Generalmente Margarita las seguía con cautela, y a los cinco minutos, estaba trajinando detrás de ellas, con el cabello alborotado, el vestido rosa manchado de tierra, y la sonrisa enorme de oreja a oreja. Y su mama Antune, la espiaba desde el tejido de la puerta, con un café en la mano y sonriendo, porque es lo que las mamas hacen, nada que le importe menos a una mama que un vestido rosa si puede ver en su preciosa Margarita el color rosado de la primavera en sus mejillas de porcelana. Gio en cambio no veía bien estos juegos infantiles, pero ni se atrevía a decir una palabra porque sino escucharía  a la Nona otra vez “Ma, deja que juegue con las nenas y sentate a tomar el café. Giovani”, estaba en el reino de la Nona, ama y señora de los canelones con tuco y guardiana de la libertad de hacer lio en el patio todo lo que sus nietos quisieran.

Ahí la vez a la preciosa Margarita de la  mano de Marisol y Roxanita, amabas cabellos dorados como el sol infinitamente largos, como si fuesen hermanas, aunque la tía siempre decía que de alguna forma  los primos lo eran, ambas con ropas gastadas de niña, los lazos de fayetina amarilla tirados en el patio , no aguantaron las carreras de las primas y ahora arrastraran un autito viejo que anda despreocupado por la ruta trazada con tizas de ladrillo naranja. Y hay una rayuela también, si vieras ¡que hábil Margarita! que ya conoce todos los números salta de cuadrado en cuadrado contando, mientras Marisol la aplaude y Rosanita revuelve la sopa de uvas verdes.

En su cumpleaños número nueve, Antune organizo una celebración, ¡tan hermosa Margarita estaba!, de blanco impecable, de cachetes sonrosados, la cama llena de regalos, porque los regalos de cumpleaños se acomodaban como trofeos sobre la cama de la cumpleañera, era una tradición, lápices de colores, zapatitos blancos, cuentos de hadas y en el rincón… sentada y solemne estaba  el regalo de sus padrinos, los papas de Marisol, una muñeca alta como ella de las más costosas de la época.

Pero Margarita, no estaba del todo contenta, cuando vio la muñeca, hizo una mueca, agradeció con dulzura, porque así era la educada Margarita, y volvió al patio con las primas, que corrían despeinadas compartiendo unos patines, ya ponía papa Gio en el tocadiscos el vinilo de feliz cumpleaños cantado por Antojito, ya la madrina llamaba a las niñas para acomodarles el pelo porque el Nono apuntaba con su cámara de fotos kodak a Margarita, parada sobre una silla, detrás de la torta de crema rosada y perlitas plateadas que formaban una flor, y los primos se agolpaban felices, despeinados, contentos para cantar a viva voz el feliz cumple de la prima grande, la preciosa Margarita.

Pero, ¿porque Margarita, después de despedir a sus primos, puso la muñeca gigante en su caja y la deslizo debajo de su cama, con rostro serio? Será porque la semana anterior, en el cumple de Marisol, todos fueron a su cuarto, humilde pero acogedor, con almohadones hechos con retrasos de telas puestos en el suelo para que las primas jugaran cómodas, había una botellita con flores silvestres, unas campanitas blanca que crecían como cascadas en el fondo de la modesta  casa de Marisol, había una biblioteca hecha con cajas de frutas, con libros de cuentos, porque Marisol era una niña lectora, había dos camitas con mantas de pachwork , en casa de Marisol se aprovechan los retazos de telas que conseguía la tía para hacer de todo, y sobre la cama de Marisol estaban ellas; sus muñecas. Vestidas y peinadas, con gorritos de lana.




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