Maria Abissino

Capítulo 2

CAPÍTULO 2

FLORENCIA, ITALIA

MARÍA

 

Esa tarde después de clases voy a buscar al tío Gian, gracias a que mi Rollito de Sushi me hace el pare de que estamos juntas para yo poder venir. 

Las cosas con mi papá están en extremo tensas. 

Pero ni todos los gruñidos del mundo me van a impedir lograr esto.

—Chesca de mi vida, ¿dónde está el dueño de tus quincenas? —pregunto al entrar a la cocina y ver a Francesca acomodando los gabinetes. 

—El dueño de mis quincenas está afuera, amor, hay una zona de vides enfermitas y están trabajando en eso, ¿quieres que lo llame? Sabes que siempre tiene tiempo para su María —dice dándome un guiño y sonrío. 

—No te preocupes, yo voy a buscarlo.

—¿Le llevas esto? No lo queremos gruñoncito —dice entregándome una bolsita con sus semillas y sonrío al tomarla.

—Se las llevo, ¿hay postre rico hoy? 

—Hice del pay de limón que le gusta a mi niña Sofi, ¿quieres? —pregunta y asiento. 

—Quiero, vuelvo en un rato. 

Le beso la mejilla y voy afuera, el cambio de energía y el inconfundible olor inunda mis sentidos, sonrío al sentirme parte de estas tierras como si fueran mías. 

Camino por el sendero, sintiendo que mis pies me llevan al lugar preciso, me detengo simplemente para tomar unas vides verdes que están cerca de su fecha de recolección, las reconozco a la perfección y me la llevo a la boca. 

¡Está deliciosa!

Harán un Chardonnay perfecto. 

Muerdo una avellana y la mezcla de sabores en mi paladar me hacen soltar un gemido de gusto, tal vez unas grosellas le quedarían bien o unas notas cítricas. 

Sigue caminando, María. 

Me río de las cavilaciones en mi mente y avanzo hasta el campo de las vides que darán origen a los tintos del viñedo, veo perfectamente al tío Gian en el área y me acerco con cuidado, pero me detengo al escuchar que les canta muy bajito. 

—¿Verdi para las vides? —pregunto llegando hasta él que sonríe y me atrae a su costado para abrazarme. 

—Mi María… —susurra. 

—Chesca te manda tu mix de frutos secos y semillas para que no te pongas gruñón, te robé una avellana —confieso entregándole la bolsa y su sonrisa se ensancha. 

—Te la comiste con la uva, ¿no, María Mancini? —inquiere y asiento. 

—¿Y cómo más, mi Niño? —respondo y él deja escapar una suave risa. 

He aprendido a reconocer los tintes de María Mancini, alias la nonna, que habitan en mí de cierta forma, los he abrazado y manejado de tal forma que los siento míos, me siento parte de este lugar, de la familia y he aprendido a amar toda la magia. 

Chiara no es la única con magia en su ser. 

—¿Las vides están enfermas? 

—Un grupo, vamos a sacar, apartar y tratar de ayudarlas mientras se pueda. 

—¿Y Verdi les ayuda?, ¿no es Donizetti más alegre? ¿Gounod? Digo, ¿y si les cantas Je veux Vivre? No se vayan a suicidar las pobres con el drama eterno de Verdi, ¿no ves que sus protagonistas terminan muertas siempre? —Me encojo de hombros y el tío suelta una sonora carcajada que resuena en el silencio del lugar. 

El tío se gira para dejar un beso en mi frente y envolverme entre sus brazos, su aroma me hace sonreír y comprendo a la perfección a mi madre cuando dice que no hay un olor más delicioso que el suyo, bueno, primero está el de mi Arie y luego este, el de mi tío, sin duda alguna. 

—¿Me vas a ayudar, tío? —pregunto y él se separa para tomar mi barbilla con sus dedos para que lo mire. 

Sus ojos tornasoles hoy se ven más verdes que azules, está de buen humor y eso se nota en los cambios de colores en sus ojos. 

—¿No lo he hecho siempre? —indaga y sonrío. 

—Sé que sí, pero me asusta, tío. No creo que mi papá tenga una idea de lo importante y trascendental que es esta capacitación para mi vida y no es solo porque vaya mi Arie, que obvio es una gran ventaja, ¿sabes cuántos logran esa capacitación? Casi nadie, y yo lo logré. 

—Sé que tu excepcional talento es lo que te ha llevado dónde estás y te seguirá llevando aún más lejos, María. Siempre te he protegido, he cuidado de ti, de ustedes aunque no lo vean, esta vez no será la excepción y haremos que pase —declara—, a mí poco me importan las quejas de tu papá cuando es tu vida y la de mi hijo las que están de por medio en su intransigencia. 

Me abrazo de nuevo a él y esta vez me aprieta con más fuerza antes de dejar un beso en mi cabeza. 

—A veces siento que es mi culpa y me da el mismo miedo que a Chiara de que las cosas se fracturen, aunque a veces pienso que eso sería lo mejor, en el caso de mis padres, y luego me siento terriblemente mal por tener esos pensamientos, ¿eso me hace una horrible persona? 

—No es tu culpa, María, y claro que no te hace una horrible persona, mi amor, te hace humana y es normal que te sientas así, hasta yo muchas veces, pero nosotros no podemos interferir en la pareja; como padres es una cosa, como pareja otra, y no está en nuestras manos la solución, ojalá estuviera —murmura con un dejo nostálgico y me alzo en puntillas para dejar un beso en su mejilla. 




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