Mariah

Capítulo 3. EL PERFUME

Durante los días que siguieron no pude dejar de releer las cartas. Me las sabía casi de memoria, palabra por palabra. En cada una encontré detalles de Julian que yo desconocía. Había algo en la forma en que Mariah escribía que me resultaba familiar, como si reconociera cada sentimiento que ella sentía hacia Julian. Además, en cada línea había una complicidad que él y yo no teníamos.

Pasaba las mañanas imaginando el tono con que pronunciaba su nombre y repetía sus frases una y otra vez. A ratos creía oírla en mi cabeza, pero era solo mi propia voz intentando recrear a una mujer que, hasta hacía poco, no significaba nada para mí.

Esa misma semana encontré en el baño un frasco de perfume casi vacío. Reconocí el olor de inmediato, era el mismo que había percibido en la habitación de Mariah. Lo probé una sola vez, más por curiosidad que por otra cosa. Julian lo notó en cuanto llegó esa noche.
—Usas un perfume diferente —dijo mientras se quitaba la chaqueta.
—¿Te gusta?
—Sí —respondió tras una pausa.
No pregunté nada más. Él tampoco.

Al día siguiente, mientras doblaba la ropa, encontré una blusa de seda guardada en la parte de arriba del clóset. No era mía, pero me quedaba bien. Me la dejé puesta y seguí con mis tareas como si nada. Cuando Julian regresó, se detuvo en el pasillo y me observó durante unos segundos.
—Esa blusa te queda bien —comentó.
—La encontré en tu clóset.

—¿En mi closet? —preguntó con el ceño fruncido.

—Sí —respondí con una sonrisa—. ¿No te molesta que la use?
—No, claro que no —respondió con una expresión sombría, y se alejó hacia la cocina sin añadir palabra.

Esa noche no hablamos mucho. Solo cruzamos frases sueltas sobre el trabajo y la cena. Nada más. Sin embargo, noté algo distinto en su mirada, una atención que no había visto en el tiempo que llevábamos viviendo juntos. Entonces entendí.

Empecé a buscar a Mariah en cada rincón de la casa. Encontré una lista de reproducción en la computadora de Julian, llena de canciones antiguas que jamás había oído. Las escuché una a una, imaginando a Mariah tarareándolas mientras cocinaba o limpiaba. Después, comencé a ponerlas cuando él estaba en casa. Al principio no dijo nada, pero luego empezó a sonreír, un gesto leve, casi imperceptible, que se le escapaba cada vez que sonaba una melodía conocida.

En menos de una semana, cambié la rutina de la casa. Empecé por el jarrón de la mesa, antes colocaba margaritas, desde entonces las reemplacé por jazmines; la comida, el perfume, la música, la decoración, todo tenía el toque de Mariah, detalle a detalle, según lo que había leído.

Julian parecía más tranquilo, más atento, más interesado en mí. Me observaba con detenimiento, analizando cada reacción, cada una de mis palabras.

Me besaba en los labios al llegar; antes lo hacía en la mejilla. Me tomaba de la mano durante la cena y la apretaba con cariño. En las noches me abrazaba por la cintura mientras creía que yo dormía y escuchaba su respiración profunda pegada a mi espalda.

Una noche, mientras guardaba los platos, se acercó detrás de mí.
—No sé qué te pasa estos días —dijo con voz baja.
—¿A qué te refieres?
—No lo sé, estás distinta.
—¿Te gusta? —pregunté sin girarme.

La pausa que siguió fue un poco tensa.
—Solo… —tomó aire—. Recuerda siempre que te amo.

Me hizo girar hacia él, me dio un beso corto y se alejó, dejándome con una sensación que no supe cómo interpretar. Más tarde entendí que lo estaba recuperando y que, para lograrlo por completo, quizá debía convertirme en lo que él había perdido.



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En el texto hay: terror psicológico, drama, suspenso

Editado: 19.10.2025

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