Mariah

Capítulo 5. LA VIDEOLLAMADA

El teléfono sonó por quinta vez. Lo miré sin intención de contestar. El nombre de mi madre aparecía en la pantalla, insistente. Lo dejé que sonara hasta que el silencio volvió a llenar la habitación. No habían pasado ni dos minutos cuando volvió a vibrar, una y otra vez, hasta que, con fastidio, deslicé el dedo y contesté.

—¿Mamá? —mi voz sonó más áspera de lo que pretendía.

—Por fin —dijo, apenas escuchó mi voz—. ¿Estás bien? Llevo toda la semana llamándote. ¿Por qué no respondes?
—He estado ocupada —respondí, traté de sonar tranquila.
—Maryam —resopló—. El doctor Benson me llamó. Dice que no has ido a tus últimos controles. Tres para ser exactos. Tampoco has reclamado las medicinas. ¿Qué está pasando contigo?

Apreté el teléfono contra el oído y bajé la vista al suelo.
—Nada —dije con calma—. Me he sentido bien, no necesito ir.

Hubo un silencio corto y luego su voz subió de tono, cargada de enojo, pero también había preocupación.
—Sabes que eso no depende de cómo te sientas —aseveró—. No puedes faltar a los controles, lo sabes muy bien. No es opcional, Maryam.

—Te estoy diciendo que estoy bien. No lo necesito.

La oí suspirar.
—No juegues con eso, hija. Ya sabes lo que pasa cuando dejas el tratamiento.

—Mamá… —Apreté más el teléfono.
—¿Y si vuelves a lo mismo de antes? ¿Y si otra vez…? —se detuvo antes de decir la palabra—. No voy a permitirlo. No otra vez.
—Por favor, no empieces —bufé con fastidio.

Podía escuchar el temblor en su voz, el mismo de siempre cuando hablaba de mis «controles». Pude imaginar los labios apretados, la mirada preocupada.

Quise cortar, pero insistió.
—He intentado hacerte videollamadas. ¿Por qué las rechazas?
—Ya te dije, mamá, he estado ocupada —repetí con cansancio.
—¿Ocupada en qué? No te cuesta nada contestar, Maryam. Atiende ahora mismo —ordenó—. Quiero verte.

—No es buen momento —susurré.
—Hazlo ahora —ordenó.
—Mamá, no…
—Hazlo.

Miré mi reflejo en el ventanal. El cabello negro y liso me caía sobre los hombros. La imagen me devolvió una versión de mí que ya no recordaba. Dudé unos segundos antes de aceptar. El teléfono vibró en mi mano. Toqué el botón y la imagen se formó con lentitud, la cara de mi madre al otro lado, enmarcada por una cocina amplia, pulcra, luminosa.

Su expresión cambió, apenas me vio.
—¿Qué has hecho con tu cabello? —preguntó con desconcierto.
—Solo lo alisé un poco —respondí, sonriendo—. ¿No te gusta?

No dijo nada. Me observó en silencio; sus ojos recorriendo mi cara, los mechones oscuros, el maquillaje. Noté que me miraba como si tratara de descifrar algo o no me reconociera.

—Maryam —dijo al fin, con voz baja—, quiero que me escuches con atención. Si mañana no vas a tu cita con el doctor Benson, hablaré con Julián.

El corazón me dio un vuelco. Sentí cómo algo me apretaba el estómago. Moví la cabeza de un lado a otro.
—No, mamá, no lo hagas. No hables con Julian, te lo ruego.
—Entonces ve al control. ¡Mañana mismo! Sin excusas.
—De acuerdo —dije, intentando controlar el temblor de la voz—. Pero prométeme que no le dirás nada. ¿Sí, mamá? ¡Por favor! No lo metas en esto.

—Lo cumpliré si cumples tú. No quiero discutirlo más.

—Lo haré, lo prometo —me apresuré a decir.
—Estaré al pendiente. Llamaré al doctor y apartaré la cita. También le pediré que me confirme si fuiste.

Asentí sin decir palabra.

La videollamada terminó, la pantalla se apagó, y quedé sola con mi reflejo oscuro en el cristal. Pasé los dedos por mi cabello. No me reconocí del todo, y, aun así, por primera vez en mucho tiempo, sentí que era justo quien debía ser.



#101 en Thriller
#33 en Suspenso
#345 en Otros
#33 en Relatos cortos

En el texto hay: terror psicológico, drama, suspenso

Editado: 19.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.