Mariana

3- El diario

—¿Qué es lo que has encontrado? —Le preguntó el librero al ver a Jorge asomar la cabeza de entre los libros.

—Es un diario —contestó el joven.

—Eso se ha colado entre los libros. Sería el diario de uno de los hijos del pintor...Puedes llevártelo si quieres, como valor solo tiene el sentimental, ya me lo devolverás cuando lo hayas leído.

Jorge acarició las bellas tapas del diario y sintió una especie de corriente eléctrica en la yema de sus dedos. Más tarde supo que estaba predestinado a leer ese diario. Era algo inevitable.

Jorge dejó en el mostrador un billete de mil pesetas.

—Tómate algo a mi salud, Pedro...y gracias.

—Gracias a ti y siento que no hayas encontrado nada.

—Tengo la impresión de que sí que he encontrado algo muy especial —dijo en un tono bastante misterioso —. Ya te contaré...

Con el diario bajo el brazo, Jorge regresó a su domicilio. Era extraño, pero estaba deseando leer aquel diario cuanto antes.

Entró en su vivienda, cambió su ropa de calle por otra más cómoda de andar por casa y se sentó en su sillón favorito dispuesto a enfrascarse en la lectura de aquel diario.

Fue en ese momento cuando sonó el teléfono con su molesto martillear y las piezas de un complicado rompecabezas comenzaron a encajar por sí mismas, desvelando un oscuro misterio olvidado en el tiempo.

—Jorge, soy Pedro. Es referente a ese diario que has encontrado. He leído la documentación que venía con los libros y he averiguado a quien pertenecía. Debe de ser el diario del sobrino del pintor. Él no tuvo hijos, solo una chica que al parecer murió muy joven. La herencia pasó a manos de ese sobrino, Álvaro Herráez que ahora debe rondar por los noventa años, si no ha fallecido ya. Han sido los hijos de él quienes pusieron a la venta la biblioteca y en un descuido se les debió de colar el diario de su padre.

—Gracias por la información, Pedro. Ahora mismo estaba a punto de leerlo.

—Disfrútalo. Quizás pueda darte la inspiración que buscas para esa novela tuya.

—Eso es precisamente lo que espero encontrar.

Jorge colgó el teléfono y tomó de nuevo el diario. Fue al abrirlo cuando algo cayó al suelo oculto entre sus páginas. Eran varias cartas y parecían escritas por la misma mano que el diario. Una letra redondeada, tímida e inexperta que delataba a su infantil propietario.

Jorge dejó las cartas sobre una mesa que había junto al sillón y abrió de nuevo el diario por la primera página, esperando que nada más le interrumpiera la lectura.

13 de mayo de 1919.

El tren me ha dejado en la solitaria estación entre jirones de espeso vapor que han tardado en disiparse. He mirado a todos lados, pero nadie ha venido a recibirme. ¿Habrán olvidado que llegaba hoy?

Un poco abrumado por el hecho de encontrarme solo en un lugar desconocido y sin saber muy bien que hacer, he decidido aguardar en la sala de espera. Tarde o temprano alguien vendrá a recogerme o eso creo.

No he tenido que esperar mucho hasta que he visto surgir por la puerta de la estación de ferrocarril una silueta que he reconocido al instante. Se trata de mi tío Sergio, con el que tendré que vivir a partir de ahora. Él es el único familiar que me queda en el mundo tras la muerte de mis padres el pasado año debido a la enfermedad que asoló muchos países. La gripe española la llamaron, aunque no surgió en España tal y como me dijeron, si no en un lugar de los Estados Unidos.

La gripe se llevó a mis padres y a muchísima gente más. Yo por suerte o por desgracia no enfermé. Digo por desgracia porque ahora estoy solo en el mundo y obligado a vivir con un desconocido y al que, a pesar de ser tío mío, no he visto en mi vida.

Mi tío Sergio también me ha reconocido. Tiene una fotografía mía que me hicieron hace un par de años y a pesar de que estoy mucho más alto ahora a mis trece años, físicamente no he cambiado demasiado.

Me ha abrazado con una fuerza que no me esperaba y después de besarme en la frente, me ha tendido la mano a la que yo me he aferrado con ansia. He visto como sus ojos se anegaban en lágrimas cuando ha recordado a mis padres y sobre todo a su hermano fallecido.

—Ha debido ser muy duro para ti —me ha dicho —. No me enteré del suceso hasta hace un mes y fue entonces cuando decidí traerte con nosotros. Ha debido ser horrible vivir en ese orfanato durante un año sin saber que iba a ser de ti.

Yo en realidad no sé qué contestarle. Horrible no es la palabra que yo habría dicho, aunque se le parece bastante. A pesar de estar rodeado de otros chicos de mi edad, el orfanato es un sitio muy solitario. Un lugar triste donde purgar esos pecados de los que no eres culpable y a los que sin remedio te has visto abocado. El pecado de seguir vivo cuando tus padres se han ido para siempre.

Él toma mi silencio como la confirmación a sus palabras y gracias al cielo, deja de hablar. En estos momentos lo único que necesito es un lugar en el que asentarme y poder olvidar todo lo que he perdido.

Mi tío me hace subir a un automóvil que hay aparcado frente a la estación de trenes y que según me dice es de su propiedad.




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