Mariana

5- Un paseo por la mansión

Recorrí tras mi prima toda la casa. Yo iba memorizando todo lo que veía por si se daba el caso de que tuviera que levantarme de noche, pero me perdí enseguida. La disposición de las salas y las habitaciones formaban un auténtico laberinto del que ni Teseo y su maravilloso hilo de Ariadna le hubieran servido de ayuda. Gracias a Dios, ningún minotauro acechaba escondido en la penumbra de aquellos largos corredores o eso creía yo.

—Y este es el salón de baile —explicó mi prima cuando llegamos a una gran sala roja y dorada. Los espejos reflejaron nuestras imágenes multiplicándolas por mil.

—¿Te gusta bailar? —Le pregunté y vi como ella hacía una mueca de desagrado con la boca.

—Me gusta tocar el piano y componer mis propias melodías —me explicó —. Bailar nunca ha sido lo mío.

—Pues creo que te verías preciosa girando al son de la música mientras el sol se refleja en tu cabello...

—No sabía que eras un poeta —me interrumpió ella con una sonrisa juguetona en los labios.

—Poeta, no sé; pero sí sé que seré escritor de mayor.

Me miró asombrada por la convicción de mis palabras.

—Salgamos afuera, te enseñaré el jardín.

El inmenso jardín que rodeaba la mansión era una autentica maravilla. Formaba también una estructura laberíntica adornada con fuentes de gorgoteantes caños, estatuas semiocultas entre la hiedra que cubría los muros y preciosos bancos de hierro forjado en los que descansar después de un agradable paseo.

Me fijé especialmente en una de las estatuas sorprendido con el parecido que tenía con mi prima.

—Soy yo —reconoció ella sonriendo —. La hizo un amigo de papá, un joven escultor para el que estuve posando. Hay varias más por ahí, repartidas por todo el jardín.

Me fije que la figura andaba bastante ligerita de ropa y me pregunté si Mariana habría posado así de natural para el escultor.

—Tenía seis años cuando me hicieron esa estatua —me dijo a modo de escusa como si hubiera adivinado mis pensamientos, pero ruborizándose un poco —, y me lo pasé muy bien, recuerdo.

Mi prima era una caja de sorpresas.

—¿Te he abochornado? —Me preguntó.

Le dije que no, aunque en el fondo estaba un poco celoso de aquel escultor fuera quien fuese.

Seguimos caminando, pero no pude remediar volverme un par de veces para contemplar de nuevo la atrayente escultura. Supongo que mi prima se dio cuenta de ello, porque cuando tropecé y caí al suelo por no mirar por donde pisaba, ella se rió a carcajadas.

—A veces el arte puede llegar a ser peligroso —me advirtió y yo le respondí con una sonrisa de circunstancias.

Pronto llegamos junto a una fuente que se alzaba por encima de los setos y que nos regaló su música cantarina.

—Esa también eres tú —dije, reconociendo a mi prima en otra de las figuras, una que sujetaba un cántaro del cual se vertía un chorro de agua. En esta ocasión la estatua se cubría con una especie de toga muy corta al estilo de los trajes griegos. Esta me gusto algo menos que la anterior.

—Sí. Ya te he dicho que hay varias, pero creo que ya has visto suficientes por hoy.

—Me gusta admirar el arte —le dije yo con una pícara sonrisa.

—Ya, sí, claro —se burló ella —. Será mejor que volvamos dentro. No falta mucho para la hora de comer y a mi padre le gusta que seamos puntuales. ¿Tendrás hambre? ¿No?

Al recordarme la comida, mis tripas gruñeron poniéndome en evidencia.

—Eso es un sí, ¿verdad? —Rió, Mariana.

Entramos de nuevo en la mansión y Mariana me llevó directamente hasta un pequeño aseo donde nos lavamos las manos, después acudimos al salón comedor donde la mesa ya estaba dispuesta y mi tío se hallaba sentado a su cabecera, esperándonos.

—¿Os habéis lavado las manos? —Nos preguntó a lo que ambos asentimos educadamente.

Me senté en el sitio que mi tío me indico. Justo a su izquierda y frente a mi prima.

Hasta ahora no había caído en la cuenta, debía de ser por la confusión del viaje o mi propia confusión al estar en un lugar desconocido para mí, pero en ese momento me pregunté dónde estaría mi tía. Luego recordé que no hacía mucho nos llegó la noticia de su fallecimiento. Mi prima no tenía madre al igual que yo. Otra cosa más que nos unía.

Me alegré de haberlo recordado a tiempo y no haber metido la pata trayendo recuerdos dolorosos para mi nueva familia. Sí, habéis leído bien. He dicho mi nueva familia, porque en ese momento no deseaba otra cosa que formar parte de la misma familia que Mariana, aunque no me conformaba con ser tan solo su primo. Aspiraba a algo más. Había leído en alguna parte que los primos podían casarse y eso me traía muchas esperanzas.

Claro que también había escuchado a no sé quién que los matrimonios entre primos podían traer muchos problemas para los hijos de ambos; pero, ¿quién pensaba en ello en ese momento cuando lo único que ocupaba mi mente era los ojos de Mariana fijos en los míos y su sonrisa entibiando mi alma?




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