Aquella tarde de domingo la dedicamos por entero a leer en la enorme biblioteca que disponía mi tío. Me acomodé en un sillón con un libro entre mis manos cuando sentí que Mariana se tumbaba a mi lado y apoyaba su cabeza en mi regazo. Ella sonrió mirándome desde abajo y yo opte por dejar el libro y dedicarme a su contemplación.
—Cuéntame cosas del orfanato, Álvaro. ¿Era muy duro vivir allí?
—Sí, lo era...y no solo por los otros chicos que a veces se metían conmigo, sino también por nuestros cuidadores. Por cualquier cosa te castigaban o te encerraban en lo que todos llamábamos el cuarto de las ratas.
—¿Había ratas? —Preguntó mi prima estremeciéndose.
—Sí, las había. Grandes como gatos.
—¿Dormías tú solo?
—No, éramos cuatro en la habitación y también el cuarto de baño y las duchas eran compartidas. No teníamos apenas intimidad.
—Lo siento, Álvaro. Si mi padre hubiera conocido antes la muerte de tus padres, no habrías tenido que ir a ese horrible lugar.
—Tu padre y tú no tenéis la culpa. Ahora ya ha pasado todo.
—Sí. Me gusta tenerte aquí, Álvaro. Me gusta muchísimo.
Tomé entre mis dedos un mechón de su cabello y jugueteé con él.
—Yo también estoy muy contento de haberte conocido, Mariana... Y de que seas mi novia.
Ella sonrió como la vez anterior.
—Me gusta que me llames así, me hace sentirme importante.
Incliné mi cabeza y rocé sus labios con los míos. Sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo al hacerlo.
—Hazlo otra vez —dijo ella.
Volví a inclinarme y ella me atrapó por la nuca besándome en los labios con ansia.
—¿Te ha gustado? —Me preguntó.
—Ya lo creo, ¿y a tú?
—Muchísimo.
Pegamos un bote los dos al escuchar pasos en el pasillo contiguo a la biblioteca. Mariana se incorporó y cogió el primer libro que tenía a mano, sentándose lo más lejos de mí que pudo.
Yo también abrí un libro fingiendo que leía.
Mi tío entró en la sala y sonrió al vernos tan quietecitos y tan callados.
—Así me gusta veros —nos dijo —. Ya he terminado mi último cuadro. ¿Queréis verlo?
Dijimos que sí, entusiasmados y seguimos a mi tío hasta su estudio. Según me enteré después, Tío Sergio nunca dejaba entrar a nadie en su estudio mientras tenía una obra sin concluir, a menos que fueses su modelo y te estuviera pintando.
El amplio estudio donde pintaba estaba decorado con decenas de obras suyas, las mejores que tenía y que se negaba a vender.
Vi varias pinturas de la que supuse sería la madre de Mariana. El parecido con ella era evidente y pensé que así llegaría a ser mi prima cuando fuese mayor y la verdad, no me desagradó.
También pude admirar muchos retratos de Mariana, pintados a distintas edades. Desde que casi era un bebe hasta uno pintado hacía escasamente un par de meses. Era como observar un álbum fotográfico realizado en pintura.
—¿Qué te parecen, Álvaro?
—Son increíbles —contesté. Me acababa de fijar en un desnudo que había colgado en la pared. Una joven muy sensual, recostada en un sofá y rodeada de suntuosas telas que mi tío había sabido reflejar muy bien. Su cuerpo joven se mostraba con total naturalidad ante el espectador.
Mi tío se dio cuenta de lo que miraba y se acercó hasta mí, pasándome el brazo por los hombros.
—¿Te gusta? —Me preguntó.
Dije que sí.
—¿Qué ves?
—Una...una mujer sin ropa —dije con timidez.
—¿Solo ves eso? ¿Ves la luz?
Asentí.
—¿Y el color? ¿Qué te sugiere esa combinación de colores?
—calor... —balbuceé.
—Esa era mi intención, Álvaro. Esa joven desprende calor...
—Por eso está desnuda, ¿porque tiene calor? —Pregunté y me di cuenta de inmediato de la estupidez de mi pregunta.
—El desnudo no es el tema principal de esta obra. Es algo completamente subjetivo. Sólo un elemento más en la composición. ¿Si la joven estuviera vestida en vez de desnuda seguiría expresando lo mismo?
Lo comprendí. Entendí a donde quería llegar mi tío.
—No. El cuadro sería distinto.
—¿Y por qué la he pintado desnuda?
No supe que responder, aunque por mi mente pasaron un montón de ideas contradictorias.
—Sólo por el hecho de que la modelo este desnuda, atrae más la atención, Álvaro. Cuando seas más mayor comprenderás lo que te estoy explicando. Pero eso no quiere decir que una pintura de esta misma joven vestida, sea peor que este cuadro. La calidad técnica sería la misma, lo único que los diferenciaría sería el motivo y en el arte que ahora llega de nuestro país vecino, el motivo, por desgracia, ha dejado de tener importancia. Lo mismo da pintar un ramo de flores que la vista desde una ventana o un amanecer con el sol naciendo entre la bruma. Lo que importa es lo que quieres expresar, captar el momento, casi como si fuéramos cámaras fotográficas.
—Pero tú no pintas así, ¿verdad? —apunté.
—No, no lo hago. Para mí el motivo todavía tiene mucho que decir en mis obras y un desnudo siempre será un desnudo, tengas el estilo que tengas.
—Me gusta tu estilo, tío Sergio.
—Y a mí que lo aprecies. Además, Álvaro, siempre es más interesante pintar a una mujer desnuda que a una vestida...No me mires así, no me estoy refiriendo a lo que creo que estás imaginando. La piel humana es infinitamente más difícil de pintar que cualquier tipo de ropaje. Puedes comprobarlo en los grandes maestros de la pintura. Cada uno de ellos pintaba la piel tal y como creía que debía de pintarse y en todos ellos el tono de esa piel es completamente distinto. La piel humana no es de un tono uniforme como pudiera parecer en un primer momento, varia en tonalidad. No es igual en una zona que siempre está descubierta que en otra que está cubierta por la ropa. También la piel refleja los colores de los objetos que hay a su alrededor lo que hace que aún sea más difícil de pintar y...
En ese momento Mariana llegó junto a nosotros.
Mi tío a modo de ejemplo tomó el brazo de la niña y me lo mostró.
—¿Serías capaz de mostrarme las diferencias en el tono de la piel de este brazo? Un brazo muy bonito, dicho sea de paso —sonrió a su hija y ella le devolvió la sonrisa.
Puse todo mi empeño en lo que mi tío me había pedido y en un momento dado comprendí lo que me estaba explicando.
—Lo veo, tío. Aquí —señalé la parte anterior del codo —, es de un color rosado, mientras que en esta zona —señalé su hombro —, donde le da la luz del sol, es mucho más tostada.
—Efectivamente, y si entrenas el ojo, podrás observar múltiples diferencias, tonos más azulados, más verdosos, más rojizos. Es un universo de colores en un bracito como este.
Mariana nos observaba divertida mientras diseccionábamos los colores de su brazo.
—Papá —dijo ella —. Álvaro quiere ser escritor de mayor, no pintor.
—Lo mismo da. Para ser un buen escritor hay que observar mucho. El lenguaje entre la literatura y la pintura es diferente pero el objetivo es el mismo. El pintor describe lo que ve con imágenes y el escritor con palabras, pero la poesía de su acto es exactamente la misma. El arte siempre es arte sin importar el medio que utilices.
Desde aquel día aprendí a observar con más detenimiento las cosas y descubrí un mundo de relaciones invisibles pero interrelacionadas entre ellas. Un universo de colores en el brazo de mi amada.
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Editado: 12.07.2018