Mariana

15- Prisionero en casa

Fue un duro castigo. Aquella noche, cuando Matías me indicó que podía bajar al salón comedor a cenar, lo hice completamente solo. Me acosté sin que nadie me deseara buenas noches y en la más completa soledad.

Había escuchado como Matías echaba la llave a mi cuarto para evitarme la tentación de salir en mitad de la noche.

Desperté de madrugada creyendo oír llorar a alguien. Escuché pasos precipitados en el pasillo frente a mi puerta que se alejaban en dirección al cuarto de Mariana y me pregunté si pasaría algo, pero nadie vino a avisarme de nada y al final acabé por dormirme de nuevo.

16 de mayo de 1919

Por la mañana, intenté abrir la puerta de mi habitación, pero seguía cerrada con llave. Dos horas después, Matías, el único ser vivo que tenía permitido ver aquella semana, abrió, indicándome con escuetas palabras que podía bajar a desayunar.

—¿Esta bien Mariana? Me pareció oírla llorar a noche —le pregunté.

—No me está permitido hablar con usted, señorito Álvaro. Le ruego que no me haga más preguntas.

No conseguí sacarle ningún tipo de información y reconocí la dureza del castigo de mi tío, que, si bien me merecía, no esperaba que me resultase tan poco llevadero.

El desayuno me supo a ceniza y lo dejé sin acabármelo para volver de nuevo a mi claustro.

Ni siquiera salí de mi cuarto para estudiar. Mi tío había decidido que esa semana tuviésemos clase todos los días, incluyendo el sábado y el domingo y además sería dos horas más largas que de ordinario.

Cuando la señorita Moreno entró en mi cuarto donde daría la clase, vi en su rostro una sonrisa vengativa. No repliqué. No quería empeorar las cosas. Ella desgranó la lección sin dirigirme en ningún momento la palabra y evitando mirarme, casi como si no existiera.

Cuando, horas más tarde terminaron las clases, Matías volvió a cerrar la puerta con llave.

Yo, desesperado me arrojé sobre la cama llorando como un niño pequeño y agotado me dormí.

No quise bajar a comer por mucho que se empeñó Matías. Tampoco cené y me acosté más temprano que nunca en mi vida. Sólo esperaba que aquella horrible semana pasara pronto.

No sabía qué hora era cuando me despertó el sonido de la cerradura de mi cuarto al abrirse. Espere ver aparecer a Matías, pero fue mi tío quien entró.

—¿Estás dormido, Álvaro?

—No, tío —le dije. Tenía la voz ronca de llorar y en mi rostro sucio de lágrimas, mis enrojecidos ojos parpadearon ante la llama de una vela.

—¿Qué has aprendido, Álvaro? —Me preguntó.

Dudé que contestarle. No sabía si se refería a lo aprendido hoy en clase.

—No lo sé, tío...

—Me refiero a tu castigo. Dime, ¿has aprendido la lección?

—Sí, creo que sí...

—¿Y cuál es?

—Que, si hago estupideces, todo el mundo me dará de lado y estaré muy solo.

—Correcto. Veo que sí que has aprendido algo —me abrazó y me besó en la frente como si fuera su propio hijo —. Tu castigo ha terminado, Álvaro. Espero que hayas aprendido muy bien la lección y en el futuro pienses antes de actuar. Eso evitará que te metas en problemas. Ahora duerme, mañana podrás bajar a desayunar con nosotros.

Sonreí con todo mi corazón y abracé a mi tío como nunca había abrazado a nadie. Ni siquiera a mis propios padres.

—Gracias, tío Sergio.

17 de mayo de 1919

Desperté con un hambre canina. Mi tío y Mariana ya estaban sentados a la mesa, esperándome. Miré a mi prima y descubrí los mismos síntomas que los míos en su rostro. No había dejado de llorar en todo el día.

Les di los buenos días a los dos y me senté a la mesa.

Ninguno dijimos nada. Aún estábamos en shock por el castigo que habíamos soportado y no nos atrevíamos a abrir la boca.

Mi tío sonrió al vernos tan formales y silenciosos y fue él el que rompió el hielo.

—Hoy no tendréis clase. ¿Qué tenéis pensado hacer?

—Nada —dije yo y Mariana asintió.

—Podéis salir por ahí, pero nada de cuevas, ¿de acuerdo?

—Sí, tío Sergio. No volveré a pisar una cueva el resto de mi vida —dije muy serio.

—Si hubierais contado conmigo, yo podría haberlo organizado para que no hubiera ningún peligro. La cueva de la niña puede llegar a ser muy peligrosa como habéis podido comprobar. Además, no sé si fuisteis muy valientes o muy inconscientes al entrar en ese lugar. ¿No habéis oído hablar de la leyenda?

—Nos la contó un niño al que conocimos, pero no nos la tomamos en serio.

—Pues deberíais haberlo hecho. En esa cueva han aparecido los restos de varios niños. Todos ellos muertos de forma violenta y no me refiero a cuentos de fantasmas. Se cree que en ese lugar podría esconderse un asesino que mata niños.




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