Mariana

18- Un buen acto

Comimos con mi tío sin dejar entrever nada de lo que nos traíamos entre manos. Nos preguntó qué habíamos hecho esa mañana y le comentamos nuestra visita al ​abuelo​.

—Le conozco —nos dijo él —. Era un buen escritor. Es una lástima lo de su enfermedad.

—¿Qué le ocurrió, papá? —Quiso saber, Mariana.

—Sufrió una enfermedad degenerativa de la vista y eso le volvió un poco loco. ¿Cómo le conocéis vosotros?

—Es el abuelo de un amigo nuestro. Fermín, el chico que me ayudó a rescatar a Mariana en la cueva.

—Yo no creo que esté loco —dijo la niña —. Hemos hablado con él y parece una persona muy cuerda, además es muy inteligente. Estaba pensando si podríamos ayudarle de alguna forma. Vive en unas condiciones inhumanas en una vieja cabaña destartalada, pasando frío y...

—¿Qué te traes entre manos, Mariana?

—Mariana quiere saber si sería posible que viviera aquí... —intervine yo.

Mi tío me miró pensativo.

—Hay muchas habitaciones vacías, papá...Además nosotros nos ocuparíamos de que estuviera bien y no le faltase nada...

—Me alegra ver que pensáis en los demás. Es muy importante ser solidarios con las personas necesitadas. Tenéis mi permiso para que viva aquí. Le diré a Matías que prepare el cuarto que vosotros digáis.

—Gracias, papa —dijo Mariana abrazándose a su cuello y cubriéndolo de besos.

No podéis haceros una idea de la envidia que me entró en ese momento.

—Anda, Mariana, termina de comer...Creo que tú, Álvaro, estarás encantado con que viva aquí ¿no? Eustaquio Romero llegó a ser mundialmente conocido y recibió muchos premios de literatura. Él podría serte de mucha ayuda en tu afición por la escritura.

—Sí, me gustará mucho que me enseñe si él está dispuesto a hacerlo.

—Claro que lo estará. Si aún sigue quedando algo de él, le encantará ayudarte. Cuando yo le conocí era una persona muy tratable...Podría decirse que era una bellísima persona, pero no tuvo suerte. Nada más notar los primeros síntomas de su enfermedad, la que habría de dejarle ciego, su única hija murió en un accidente de tren. Estaba embarazada de seis meses. El bebé, que hubiera sido el hermano de Fermín, también murió.

—¡Oh, Dios mío! —Exclamó, Mariana muy bajito.

—Sí, la mala suerte se cebó en él. Cuando perdió la vista, su yerno, Renato, un mal tipo, hizo todo lo posible por malgastar el dinero que Eustaquio le entregaba cada mes, hasta dejarle completamente arruinado y por si eso fuera poco, se encargó de decirle a todo el mundo que su suegro había perdido la cabeza y trató por todos los medios de que le encerrasen en un psiquiátrico. Eustaquio era su gallina de los huevos de oro, pero ciego ya no le servía de nada. Al final, el escritor, se recluyó en la cabaña que había construido en el bosque y donde, cuando todavía escribía, solía pasar largas temporadas buscando la inspiración para sus novelas. Su yerno hizo todo lo posible por olvidarse de él y al parecer lo consiguió.

—Fermín es el único que va a visitarle —explicó, Mariana.

—Fermín no es hijo de Renato. Cuando se casó con él, la hija de nuestro escritor estaba embarazada. Nunca dijo quién era el padre. Renato lo crio como si fuera suyo pensando únicamente en la herencia que obtendría al morir su suegro, una herencia que dilapidó antes de tiempo y que al parecer no era tan grande como imaginaba. Esa es la historia que conozco, chicos. Ahora ya sabéis algo más de vuestro ​abuelo​.

Lo que acababa de contarnos mi tío nos incentivó aún más para poder devolver algo de felicidad a aquel anciano que tanto había sufrido.

Después de comer hablamos con Matías indicándole la habitación que elegimos para nuestro huésped. Una habitación muy luminosa y por cuyas ventanas podía verse en pedazo del bosque en el que había vivido tanto tiempo el ​abuelo​, así, pensamos, no lo echaría tanto de menos al tiempo que el sol que se derramaba por todo el cuarto calentaría sus viejos y ateridos huesos.

Ahora solo nos faltaba contarle la buena nueva a nuestro anciano amigo.

Fui yo el que esa misma tarde corrí hasta su cabaña para explicarle la decisión de mi tío. Mariana se quedó en casa terminando de adecentar la habitación elegida con su exquisito gusto femenino, ayudada por Matías.

Llegué sin aliento hasta la cabaña y encontré allí a Fermín. No esperaba verle, pero me alegré de poder darles la noticia a los dos juntos.

—¡Álvaro! —Dijo el anciano —. ¡Qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?

—¡Buenas noticias! —Exclamé y se lo conté todo de un tirón.

Abuelo y nieto me miraron con cara de asombro.




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