—Mi padre no es tonto, Álvaro —me dijo, Mariana —. Si se entera de que le hemos mentido, se enfadará muchísimo.
—No tiene porque enterarse —dije yo. Estábamos en el cuarto que le habíamos cedido a Fermín. Nuestro amigo descansaba en la cama. El calmante que le dio Salva empezaba a hacer efecto —. Dejémosle dormir un rato. Seguro que no ha dormido en toda la noche.
Cerré las contraventanas y eché los visillos para que no le molestase la luz y salimos de la habitación.
—¿Tú que piensas de todo esto, Álvaro? —Me preguntó mi prima.
—No lo sé, Mariana. No tengo ni idea de quien pudo asesinar al abuelo. Tampoco sé quien pudo ser el que atacó a Fermín, aunque creo que ambas cosas están relacionadas.
—Yo también pienso eso. ¿Será el mismo que asesinó a esas niñas?
—No tendría porque serlo. Hay algo que me preocupa, Mariana.
—¿Qué es?
—No sé, será una casualidad, pero no puedo quitarme de la cabeza que el abuelo murió, después de conocernos a nosotros.
—No veo la relación —dijo ella, aunque supe que también ella llegó a pensar en eso —. Nosotros solo queríamos ayudar al abuelo, nada más...
—Fuimos nosotros los que le preguntamos sobre esa cueva. Creo que ahí está el origen de todo. Hay algo en esa cueva que alguien no quiere que se sepa...por eso ese alguien atacó a Fermín. Quien quiera que sea esa persona, lo hizo para evitar que nuestro amigo estuviera husmeando por allí.
—Creo que tienes razón, Álvaro.
—Tenemos que averiguar que hay de especial en esa cueva. Esta mañana no vi nada que justificase el comportamiento de esa persona, salvo quizás la cámara de torturas y... ¡Oh Dios mío...!
Me quedé paralizado recordando algo. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y lo saqué.
—¿Qué es eso? —Me preguntó, mi prima.
—Lo encontré anoche precisamente en ese sitio, en la sala de torturas y lo había olvidado por completo... —Miré el objeto con detenimiento y vi de qué se trataba —. Es un gemelo y parece tener una letra grabada en él.
—Sí —dijo Mariana, acercándose a mí para verlo mejor —. Parece una ese, ¿no crees?
—Lo es. El dueño de este objeto debió de perderlo en la mina y...¡Claro! ¡Esto es lo que está buscando!...Es una prueba que lo incrimina. El nombre o el apellido de nuestro asesino empieza con la letra ese.
—Mi padre tiene gemelos parecidos a este. Se los he visto en más de una ocasión y...también llevan esa inicial grabada...¿Qué ocurre, Álvaro?
Miré a Mariana de una forma muy significativa. Como si hubiera acertado de pleno.
—Tu padre se llama Sergio. Tiene gemelos parecidos a este y...no quería que nos acercásemos por la cueva. Se enfadó mucho cuando se enteró de que habíamos estado allí...
—No quería que nos acercásemos a la cueva porque es peligroso...No estarás sospechando que mi padre es el asesino, ¿verdad, Álvaro?
—No, no...¡Claro que no! —dije, aunque no estaba seguro de que no lo fuera. Tampoco le conocía tan bien como para poner la mano en el fuego por él.
—Mi padre no es un asesino, Álvaro —dijo, Mariana bastante enfadada —. Retíralo ahora mismo...
—Llevas razón. Tu padre no es un asesino. Perdóname, Mariana, es que ya no sé que pensar...
—Es alguien cuyo nombre comienza con esa inicial, pero no es mi padre. Él sería incapaz de matar a una mosca. Le conozco bien.
Pensé que en realidad nunca se llegaba a conocer a nadie del todo, ni aunque fuera de tu propia familia, pero no se lo dije.
—El padrastro de Fermín se llama Renato —dije en su lugar —, pero no sabemos cuál es su apellido. Cuando se despierte Fermín se lo preguntaremos...¿Hay alguien más cuyo nombre comience por esa inicial? ¿Alguien que pudiera tener motivos para cometer ese crimen, claro?
—No, no sé de nadie más...
—Tendremos que averiguar a quien pertenece este gemelo, así atraparemos al asesino —dije, muy convencido.
—¿Por qué no se lo entregamos a la policía y que ellos lo averigüen?
—El abuelo era amigo nuestro y alguien lo ha matado. Con Fermín también lo ha intentado. Creo que es nuestro deber averiguarlo, Mariana.
—Tienes razón. Pero es que va a ser muy peligroso. Él ya ha matado una vez que sepamos...Si pudiésemos contar con algún adulto, creo que tendría algo menos de miedo.
—Podríamos decírselo a Matías. Él nos ayudaría —sugerí.
—Matías no sabría ocultárselo a mi padre. Él se daría cuenta enseguida...
—¡Ya lo tengo! Se lo contaremos todo a Salva, me cayó muy bien.
—¿Salva? ¿Te das cuenta? También su nombre empieza por ese.
—Sí, es verdad. Pero él no tiene nada que ver con este asunto...Él nos ayudará, estoy seguro.
—Está bien.
En ese momento no me daba cuenta de la amenaza a la que nos íbamos a enfrentar. Mi sed de justicia prevalecía sobre mis miedos y temores. Arrastraba a mi prima a una situación a la que, en el mejor de los casos, nos pondríamos en peligro, sin saber que podría ocurrir y sin adivinar cuales serían las funestas implicaciones que terminarían por alcanzarnos.
Sí, era un inconsciente. Con los años, recordé muy a menudo aquel momento en el que aún ostentaba la opción de dejarlo todo en manos más eficaces que las mías. Algunas vidas se hubieran salvado y nuestro destino podría haber sido de otro modo. Distinto al que nos tocó asumir a raíz de aquella irreflexiva decisión. Pero la realidad es esa. Después, cuando todo ya ha pasado, las opciones se ven de una forma distinta a como las ves en ese preciso momento.
Un momento en el que no puedes elegir.
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Editado: 12.07.2018