Mariana

29- El dictamen


Me hicieron todo tipo de pruebas llegando a la conclusión, lo supe mucho más tarde, de que mi estado era irreversible.
Dijeron un nombre que nunca había escuchado hasta ese momento. Meningitis.
No sabía lo que significaba y después de que Salva me lo explicase, tampoco llegué a entenderlo del todo.
Se trataba de una enfermedad causada por una bacteria que había afectado a una parte de mi cerebro ocasionándome una parálisis de mis extremidades. Lo que dicho de otro modo, dejándome paralítico de cintura para abajo. Nunca más volvería a caminar. Ese era el diagnóstico al que tuve que enfrentarme.
Me llevaron a una habitación en la que me dejaron solo. Solo con mis pensamientos que no podían ser más funestos.
Un rato después entró Salva.
—¿Cómo estás, campeón? —Me dijo. Noté en su rostro la huella de la impotencia. El saberse vencido por la enfermedad y no poder luchar contra ella por carecer de medios.
—Estoy bien —le dije. Aunque no lo estaba y nunca volvería a estarlo.
—¿Te han explicado lo que te sucede?
Le dije que sí y él expresó su alivio por no tener que explicármelo de nuevo.
—El mundo no se acaba aquí, Álvaro —me dijo —. Debes seguir luchando aunque ahora todo lo veas muy negro.
No contesté. Aún no tenía fuerzas para hablar sobre ello.
—Hay alguien que quiere verte, Álvaro, dejaré que entre. Si necesitas algo de mí, avísame...
—Gracias, Salva.
Se fue e inmediatamente entró Mariana. Se acercó hasta la cama en la que estaba acostado y de la que ya nunca podría levantarme sin ayuda.
—Hola —me dijo.
—Hola —contesté.
—No sé que decir...
—No digas nada, solo siéntate a mi lado.
Lo hizo. Se sentó junto a mí y tomó mi mano entre las suyas. Luego me besó en los labios.
—Es terrible —susurró mientras sus ojos se anegaban de lágrimas de nuevo.
—No, no es tan terrible. Terrible sería si no pudiera volver a verte, si no te tuviera a mi lado...¿me dejarás ahora?
Ese era el miedo que me atenazaba en ese momento.
—¡Nunca! —dijo muy despacio —. Nunca te dejaré, Álvaro.
Suspiré, expulsando todos mis miedos.
—Ya no podremos salir por ahí, ni correr juntos, ni...
—¿Y eso que importa? —Me interrumpió.
—Nunca volveré a ser el mismo.
—Siempre serás el chico que amo. Eso nunca cambiará.
—¿De verdad?
—Puedes estar seguro. Yo me encargaré de ti, Álvaro. Yo seré tus piernas, te cuidaré y siempre me tendrás a tu lado.
Sonreí, pero no era una sonrisa divertida, sino muy triste.
—No puedes condenarte por mí. Tienes que olvidarme, Mariana.
—Ahora mismo no sabes lo que dices Álvaro. Mañana podrás volver a casa y lo verás todo distinto. Le he pedido a mi padre que me deje quedarme contigo esta noche y ha accedido. Mira...
Me enseñó un libro que no sabía de donde lo había sacado.
—Está en blanco —dije, al ojearlo.
—Es para que escribas en él todo lo que se te ocurra.
—Gracias —fue lo único que pude decir.
—Mientras estemos juntos, Álvaro, nada de esto tendrá importancia —Me dijo y yo me aferré a sus palabras con desesperación esperando que llevase razón.

                                                                                    ◇◇◇

Regresamos a casa al día siguiente. Mariana se convirtió en mi enfermera, mi cuidadora y en lo que más necesitaba. Junto a ella no me parecía tan terrible lo que me había sucedido. Era tan valiente que a veces me sorprendía.
No tuvo ningún reparo en encargarse de las tareas que a más de uno le hubieran abrumado. Ella se encargó de mi medicación, de ayudarme a vestirme y sacarme todos los días de paseo, aunque su padre insistía en que fuera Matías, quien se ocupaba de bañarme y ayudarme a ir al servicio, el que lo hiciera. No comprendía porqué tenía que ser precisamente ella la que se encargase de ello.
—Mira papá —le dijo, cansada ya de los consejos de su padre —. Álvaro es mi primo, mi amigo y...y algo más.
—¿Algo más?
—Sí. Le quiero y algún día, cuando seamos mayores pienso casarme con él. Me ocuparé ahora y siempre de Álvaro. ¿Qué clase de persona sería si no lo hiciera?
Tío Sergio palideció. Era lo último que se esperaba.
—¿Le quieres...?
—Y él a mí.
—Sabía que ocurría algo entre vosotros dos, pero nunca hubiera imaginado...Creía que erais buenos amigos, eso es todo.
—Y lo somos. Somos los mejores amigos además de querernos...
—Pero sois muy jóvenes aún...
—¿Qué importa la edad? Acaso tú no te enamoraste de mamá cuando eráis unos jovencitos...
—Yo tenía diecisiete años y tu madre uno menos, no doce, Mariana...La vida es muy larga, conocerás a muchas personas y...
—¿Y qué? ¿Crees que estoy desperdiciando mi vida por estar junto a una persona que no puede andar? ¿Por estar junto a un paralítico? Sigue siendo Álvaro, a pesar de su enfermedad. La misma persona que era unos días atrás. La persona a la que yo quiero.
Mi tío no supo que decir. Fue tal el énfasis que Mariana puso a sus palabras que no tuvo más remedio que aceptar a regañadientes.
Ella siguió encargándose de mí con toda su obstinación y sin demostrar en ningún momento que la empresa era superior a sus fuerzas.
Por las mañanas, en cuanto me despertaba, acudía a mi habitación para regalarme una sonrisa. No había perdido la esperanza de que algún día pudiera volver a andar a pesar de lo que los médicos nos habían dicho y ponía todo su empeño en ayudarme a realizar varios ejercicios, aunque todo era en vano. Después me aseaba, desayunábamos juntos y me sacaba a dar un paseo, sentado en una silla de ruedas que mi tío había comprado para mí.  




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