Mariana

31- El plan

—Ya está —me dijo Mariana cuando volvió de su excursión —. He hablado con varias personas tal y como tú me dijiste y es muy seguro que nuestros sospechosos se enteren de que guardas algo del asesino.
—Gracias, Mariana. No debes tener miedo. No sucederá nada, cuento con ayuda.
—¿Ayuda de quién?
—De Fermín. Él estará escondido y usará esta grabadora para captar nuestra conversación—se la mostré, era un aparato muy parecido a una gramola y bastante grande que mi tío apenas usaba y que no echaría de menos —. No podrá hacerme nada a riesgo de que la grabación llegue a manos de la policía.
—Es muy arriesgado, Álvaro. Dejame a mí. Yo podría usar esa grabadora...
—Lo hará Fermín ya he hablado con él y está de acuerdo.
—Pero Fermín aún no está recuperado del todo.
—Ya ve perfectamente y sus heridas están cicatrizando. Lo hará él, Mariana. Tú no debes involucrarte, así estarás segura. No podría soportar que te ocurriese algo.
—Ya, sé que lo haces por eso, pero tú si que te expondrás al peligro y yo, ¿cómo crees que me sentiré si te sucede algo?
—No va a suceder nada. Lo tengo todo planeado.
Iluso de mí. Creía tenerlo todo preparado, pero no conté con lo más obvio...Cuando intentas que algo salga a la perfección, siempre hay algo que echa por tierra tus planes. Eso fue lo que sucedió.

                                                                                    ◇◇◇

Llegó la noche. Mariana estaba encerrada en su cuarto y había echado el pestillo por dentro. Le dije que no abriese a nadie hasta el día siguiente. Dijo obedecerme.
Mi tío, casualidad, nos anunció que volvería tarde y que no nos preocupáramos por él y Fermín estaba en su puesto, oculto a la vista de todos y preparado para iniciar la grabación.
Dejé la puerta de la calle abierta para que nuestro invitado tuviese fácil entrar y coloqué mi silla de ruedas en el salón, justo el sitio más indicado para una conversación. Luego apagué todas las luces menos una y esperé.
Los sonidos, amplificados por el pesado silencio que parecía envolver la casa no tardaron en llegar. El monótono tic tac del reloj del salón, el soplido del viento arañando las ventanas, un crujido en la madera en algún lugar impreciso tras de mí y por último el audible sonido de los pasos de mi prima en su habitación del piso superior.
El tiempo parecía dilatarse hasta darme la impresión de que había llegado a detenerse del todo.
Un chasquido me puso los pelos de punta. Había sonado junto a la puerta de la entrada. Había alguien al otro lado del umbral. El asesino acudía a su cita.
Los pasos, esta vez junto a la puerta del salón me indicaron que nuestro misterioso visitante ya estaba dentro de la casa.
De repente todo se quedó a oscuras. Alguien había apagado la única luz que tenía encendida y la oscuridad lo envolvió todo.
Mi corazón casi se detuvo de golpe, al sentir una presencia tras de mí.
—Creo que tienes algo que me pertenece —me susurró al oído una voz grave y deformada.
Intenté girarme para conocer la identidad del intruso, pero él no me lo permitió. Note el frió filo de un cuchillo en mi garganta y supe, en ese mismo instante que mi plan había fracasado.
—No quiero tener que matar a un tullido —dijo escupiendo las palabras —, pero lo haré si no tengo más remedio.
—¿Quién eres? —Me atreví a preguntarle.
—Dímelo tú. No decías conocerme... Ya no eres tan valiente, verdad, Álvaro.
Esa voz, aún deformada como estaba, creía haberla oído con anterioridad.
—Yo también tengo algo tuyo —continuó diciendo —. Hagamos un intercambio. Lo tuyo por lo mío.
—¿Qué es eso mío que tienes?
—Algo por lo que serías capaz de sacrificarte a ti mismo...
—¿El qué?
—Tengo a Mariana...Te espero mañana en la cueva, donde no puedas tenderme una trampa como la de esta noche. Crees que no lo supe desde el primer momento. Habéis leído muchas novelas de detectives tú y tu prima, pero sois unos pardillos. Mañana a las nueve de la mañana si quieres recuperarla con vida. Si no, será una más de las niñas a las que he matado.
El cuchillo desapareció de mi cuello y unos segundos después sentí como la puerta de la entrada se cerraba. Llamé a Mariana gritando con todas mis fuerzas, pero no me contestó. Pedí ayuda a Fermín a continuación, pero solamente obtuve silencio.
Me deslicé con la silla de ruedas hasta el comienzo de las escaleras que comunicaban con la planta superior de la casa y balanceándome conseguí arrojarme al suelo. Estaba desesperado y esperaba que la amenaza del intruso no fuese verdad. Lo deseaba con todas mis fuerzas.
Trepé por la escalera usando mis brazos mientras arrastraba mi cuerpo peldaño a peldaño hasta llegar, muy fatigado al rellano de la planta superior. Continué arrastrándome sin descanso por el suelo hasta llegar a la habitación de Mariana y golpeé su puerta con rabia gritando al mismo tiempo su nombre.
Nadie contestó.
El miedo atenazo mis nervios y me vi llorando sin poderlo remediar.
Fermín apareció en ese momento. Se sujetaba la cabeza como si le doliera.
—Alguien me golpeó, Álvaro, y perdí el conocimiento. Tengo sangre en la cabeza —Explicó.
En ese momento me importaba muy poco mi amigo. Tan solo deseaba abrir esa maldita puerta y comprobar que Mariana se encontraba bien.
Saqué la copia de la llave del cuarto de mi prima y se la entregué a Fermín, suplicándole que la abriera. Él, rápidamente abrió la puerta y entró en la habitación.
—No está, Álvaro. Mariana no está.  




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