—¡En la cueva! —dijeron al unísono, padre e hija.
—Es el único lugar en el que se escondería. Sabe que allí estará a salvo hasta que la policía termine con sus investigaciones. Nunca sospecharían de un niño.
—Solo tú sospecharías de él —dijo el pintor.
—Quizás porque también soy un niño y sé de lo que puedo llegar a ser capaz. Si hubiera tenido la oportunidad de matar a Salva cuando te torturaba, Mariana, lo hubiera hecho sin pensarlo.
—Debes olvidar eso, Álvaro —me dijo ella.
—No puedo, por más que lo intento, no puedo.
—Creemos saber donde está. Pero no podemos entrar a buscarle —apuntó mi tío —. Él, según me dijiste, se conoce muy bien la cueva. Podría estar escondido en alguna parte que nadie ha llegado a descubrir aún. Ya os dije que aún hay zonas inexploradas en esa cueva.
—La única forma sería hacerle salir —dijo, Mariana —. Yo podría entrar a buscarle y hacer que saliera.
—Ni lo sueñes —dijo mi tío.
—No vas a entrar tu sola, Mariana —dije yo.
—En mí confiaría. No tiene motivos para sospechar que sabemos lo que hizo. Podría hacerle salir con algún tipo de pretexto.
—He dicho que no —negó su padre —. Has estado a punto de morir dos veces en esa maldita cueva y no dejaré que entres una tercera vez.
—Tu padre lleva razón, Mariana —incidí yo —. Sería muy peligroso. Tendría que ser yo el que entrase, si no fuera por esto —señalé mis piernas.
—Nadie va a entrar. Lo mejor será dar parte a la policía y que ellos se ocupen —terminó mi tío —. Y no se hable más.
◇◇◇
Mariana me miró, adivinando lo que estaba pensando.
—Es imposible que puedas hacerlo, Álvaro —me dijo —. Ni siquiera puedes sostenerte en pie.
Habíamos entrado en casa y estábamos en mi habitación los dos solos. Con esfuerzo me levanté de la silla de ruedas y tambaleándome me mantuve en pie.
—Sí que puedo —le dije.
—No podrías dar ni diez pasos seguidos y tú lo sabes. Aunque me encanta volver a verte de pie.
—Todo es gracias a ti. Esos ejercicios a los que me obligas todas las mañanas están dando sus frutos...O me curo o me matarán.
—Es que me aburro mucho paseando yo sola por el jardín. Estoy deseando pasear contigo...
—Yo también, Mariana.
La miré y le dije muy serio.
—Prométeme que no iras tu sola a la cueva. Te conozco y sé que estás pensando en eso exactamente.
—Yo también estoy empezando a odiar que puedas leer mi mente como si fuera otro de esos libros que lees.
—Prometémelo —insistí.
—Te lo prometo. No iré sola a esa cueva.
—No sé si creerte —le dije.
—Eso es algo que tendrás que superar tú solo, Álvaro.
—¿Me mentirías?
—No, no lo haría porque te quiero y creo que es muy importante ser sinceros el uno con el otro. No iré a esa cueva, puedes creerme.
Está vez si que la creí. Supe que hablaba su corazón.
—Fermín tendrá que salir tarde o temprano. Cuando lo haga, le atraparemos.
—Entonces será mejor que aumentemos esos ejercicios, así cuando vuelva tú podrás mantenerte en pie y no me dejarás sola ante el peligro.
Reí su ocurrencia, pero lo decía muy en serio. Lo pude comprobar esa misma noche cuando antes de acostarnos entró en mi cuarto.
—¿Estás listo? —Me preguntó.
—¿Listo para qué? —Le pregunté, tembloroso.
—¡Para que va a ser!...Tu sesión de ejercicios.
—Creía que solo los hacíamos por la mañana.
—Ahora también hay sesión de noche —dijo muy tranquila.
No me dejó protestar. En un momento me había levantado de la silla de ruedas y acostado sobre la cama.
Tomó mi pierna derecha y la flexionó hasta que vi las estrellas y le dije que parase.
— ¡Vamos, Álvaro! No seas tan blando.
—¿Blando? —Grité —. ¡Si casi me arrancas la pierna...!
—Eres un poquito exagerado. Sin dolor no hay curación —me contestó.
—Nunca había oído esa frase antes —le dije.
—Me la acabo de inventar —se rió.
Había tomado la otra pierna que siguió el mismo camino que la primera. Cuando vi que ya no aguantaba más, grité que parase.
—No pones nada de tu parte. Ni que te estuviera torturando.
—Casi preferiría que me torturasen. Seguramente dolería menos.
—No, Álvaro, no dolería menos, dolería más, mucho más... A mí aún me sigue doliendo aquí dentro —señaló su cabeza.
—Lo siento, no quería recordártelo.
—No es nada. Ahora sufrirás tu castigo por ser tan bocazas.
Levantó la pierna bruscamente y sentí que me desmayaría de dolor, pero logré aguantarlo sin protestar.
—Eso está mejor.
—¿Sí?...¿Hemos terminado por hoy?
—¡Que va! Si no hemos hecho más que empezar...
◇◇◇
22 de junio de 1919.
Desperté dolorido pero feliz. Era mi cumpleaños y lo pasaría junto a las personas que más quería en el mundo.
Mi tío entró muy temprano en mi cuarto para felicitarme. Dijo que tenía que ir al pueblo para ultimar varios detalles referente a mi fiesta de cumpleaños.
—Volveré pronto. Vosotros no os mováis de aquí.
Salió y unos minutos después entró mi torturadora.
—¿Estás listo? —Me preguntó y esta vez si que me eché a temblar.
—Hoy es mi cumpleaños, no podríamos dejarlo para mañana —supliqué.
—Sé que es tu cumpleaños...Felicidades mi amor —Me besó en la frente, en la mejilla y después en los labios.
—¿Qué ha sido eso? —Quise saber.
—El beso de una madre, el de una hermana y el de tu esposa.
—¿Eres eso para mí?
—Te cuido como lo haría una madre, te admiro como lo haría una hermana y te quiero como lo haría tu esposa...
—Eso es muy poético, Mariana. Creo que se te está pegando algo de mí.
—Es mucho más que eso, Álvaro. Ya no podría vivir sin ti...
—Comencemos con los ejercicios, es mucho menos peligroso —dije riéndome.
—Eres tonto... —dijo ella riendo a su vez —. ¿Vas a llorar hoy como una niña?
—No lo sé. A lo mejor lloró como una docena de ellas...
—Es muy posible, Álvaro, es muy posible.
Agarró mi pierna, la estiró y esta vez si que lloré.
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Editado: 12.07.2018