Mariana

40-Decisiones

Mi tío no queriendo armar un revuelo, mandó a Matías que me subiese a mi habitación.
Buscaron a Fermín por todas partes pero no lo encontraron. Yo sabía donde se ocultaba, por supuesto. ¿En que lugar estaría más seguro que en la cueva?
—Esto ya ha pasado de castaño a oscuro —renegó mi tío —. Voy a dar parte inmediatamente en la comisaría y que registren esa cueva. No podrá esconderse por mucho tiempo...
—No le encontrarán —dije. Me sentía bien, a pesar de la paliza que me dio mi antiguo amigo. Mi tío había avisado a un médico, el suplente de Salva y me estuvo reconociendo. Gracias a Dios, solo tenía varias magulladuras. La patada en la cabeza me había dejado un buen chichón pero nada más serio. El médico nos informó que deberían hacerme algunas pruebas al día siguiente, pero que hoy lo que necesitaba era descansar. Era un chico duro, dijo el médico riéndose.
Lo principal era que Mariana estaba a salvo.
—Ha intentado matarte, Álvaro. De no ser por Mariana...
Me sentía muy orgulloso de ella. Se comportó como un fenómeno. La sonreí dándole las gracias de nuevo.
—Él piensa que está a salvo allí y ese puede ser su talón de Aquiles —dijo la niña.
—¿Que quieres decir? —Le preguntó su padre.
—Pues que no espera que nadie vaya a buscarle allí dentro. Él está en su terreno y el terreno se puede volver en su contra.
—Sigo sin entenderte...
—Pienso que deberíamos ir a buscarle ahora mismo, cuando está desprevenido. Si no, Fermín volverá y puede que la próxima vez no tengamos tanta suerte.
—Estoy de acuerdo contigo —dije yo.
—¡Ya! —Protestó mi tío —¿Y en quien estáis pensando para que entre ahí?
—En nosotros —dije —. Podrían acompañarnos Matías y Lorenzo...
—Ese niño es peligroso y yo no podría ponerles en peligro. Es capaz de cualquier cosa. Ya ha matado a varias personas y...
—Por eso hay que detenerle —apunté.
—Tú estas herido, Álvaro. Mariana, muy asustada y yo...No sería capaz de hacerle daño a un niño, ni siquiera a él... Descansad ahora y mañana veremos las cosas de un modo diferente.
Fue su última palabra. Salió de la habitación para volver con sus invitados que ya empezaban a marcharse.
—Acuéstate, Álvaro —me dijo, Mariana —. La policía se encargará de atraparle.
—Estamos cometiendo un error —dije.
—No hay nada que podamos hacer nosotros. Tú no puedes ir a la cueva.
—Eso ya lo sé. Había confiado que tu padre se diera cuenta del peligro al que nos enfrentamos. Fermín está completamente loco y no parará hasta habernos matado, de eso estoy seguro.
—Aquí estamos a salvo. Buenas noches, Álvaro.
Me besó y salió de mi cuarto.
Me recosté en la cama, pensando en cuánto tiempo dispondríamos antes de que Fermín volviera a intentarlo.
Nunca hubiera pensado que disponíamos de tan poco tiempo.

                                                                                      ◇◇◇

Dieron las tres de la madrugada y seguía despierto, dando vueltas en mi cama. El viento zarandeaba las ramas de los árboles que arañaban el cristal de la ventana con un sonido lúgubre. La madera crujía y el viento ululaba a través de las rendijas de las puertas. Parecía que afuera se estaba preparando una tormenta.
Me asomé a la ventana y vi, en la lejanía el resplandor de un rayo. No llegó el trueno por lo que supuse que la tormenta estaba bastante lejos aún, pero terminaría por llegar.
Un ruido en el pasillo me alertó. Solo fue un roce, pero lo escuché con total nitidez.
Me levanté de la cama y comprobé que podía acercarme hasta la puerta en completo silencio.
Abrí la puerta evitando que hiciera ruido y asomé la cabeza. Todo estaba en calma y la oscuridad se desgajaba con el resplandor de los rayos que cada vez eran más continuados.
Estás nervioso y has debido de imaginarlo, me dije, pero en ese momento me fijé que la puerta de la habitación de mi prima estaba entornada. Yo sabía que ella la cerraba todas las noches después de acostarse y eso me extrañó.
Salí al pasillo sujetándome en las paredes y caminé hasta el cuarto de Mariana. Echaría un vistazo y luego volvería a mi habitación y trataría de dormirme, que eso era lo que debía de haber hecho desde un principio.
Empuje muy despacio la puerta y esta se abrió en completo silencio. Tampoco pretendía despertar a mi prima sin motivo alguno.
Entré en su habitación y vi el bulto que formaba su cuerpo en la cama. Suspiré al comprobar que no había nadie en su cuarto y me recriminé por mi imaginación.
Pero, más vale prevenir que lamentar, me dije a modo de consuelo.
Iba a dar media vuelta y salir de la habitación cuando me fije en algo que brillaba en el suelo. Me agaché a recogerlo y reconocí el amuleto que Esmeralda le había regalado a mi prima. ¿Que hacía en el suelo?
Algo indefinido sacudió mi mente en aquel momento. Miré la cama de mi prima con más atención y entonces sentí que las piernas me fallaban. Lo que había imaginado que era el cuerpo de mi prima bajo las sabanas, no era más que el bulto formado por la almohada para dar la impresión de que seguía durmiendo.
Entonces lo comprendí todo con un destello de lucidez.
Mariana había ido a la cueva.  




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