Recuerdo la carta con la mariposa azul saliendo de unas ramas negras. Libertad, significaba. En ese entonces, estaba segura que representaba un futuro donde la distancia fuera nula, donde por fin estaríamos juntos y pudiéramos cumplir lo que habíamos escrito en una lista improvisada que vos habías sugerido.
Han pasado varias noches desde mi último mensaje. Aún me pregunto cuando estoy en soledad qué es lo que hubiera pasado si, por un instante, decidías dejar de quererme a medias para entregarte por completo. Me pregunto qué sería de nosotros si el tiempo fuera otro. Si tu tiempo fuera otro.
"El dinero no es un problema, el tiempo lo es," me dijiste una vez y quedó grabado en mi memoria para siempre. Fue una promesa implícita (qué expertos nos hicimos en ellas), en cuanto fueras libre, nos veríamos. En cuanto fueras libre, nosotros seríamos por completo. Desafortunadamente, no presencié tal desenlace.
El tiempo te partía a la mitad. El tiempo te impedía llamarme porque llegabas tarde a tu casa, porque te quedabas dormido, porque habías bebido de más. El tiempo, la razón perfecta para que yo pasara por alto estas tontas excusas; porque recién empezábamos. "Dale tiempo, va a cambiar."
Y, antes de que me diera cuenta, el tiempo había avanzado y vos seguías entregándote a medias. A medias, porque el tiempo no te daba respiro. A medias, porque el tiempo te impedía preguntarme por qué estaba mal o por qué contestaba de manera cortante.
Cinco meses después llegaría la respuesta a mí de manera natural, así como quien ve las estaciones pasar. Un día te levantás, mirás por la ventana y notás que las hojas verdes comenzaron a caer naranjas al suelo. Los pájaros cantan más tarde y las mariposas no son tan comunes de ver.
Tu motivo por entregarte a medias nunca fue el tiempo, sino vos mismo. Lo confirmaste en uno de los últimos mensajes que intercambiamos. Cuando después de horas de preguntarme si debía o no pedirte, por favor, que tuvieras más tacto conmigo, que me invitaras a confiar en vos preguntándome por qué había tenido un mal día, que me dieras una razón para que mi cabeza dejara de trabajar de una manera tan ansiosa. Parte de mí temía que te fueras a enojar.
Al final, tenía razón. Incluso al entregarte a medias, logré conocerte en tu plenitud. Capaz, porque no era la primera vez que te enojabas conmigo por expresar una simple opinión.
Pero esta vez sería diferente, me dije. Nunca te había pedido nada. Era la oportunidad perfecta. No podías enojarte por esto, ¿cierto?
Qué equivocada estaba.
"Estoy enfocado en mí mismo. Si esto es algo que te va a molestar, entonces no creo que sea la persona correcta para vos."
Así que esa era la razón por la que nunca te entregaste. Por la que te desinteresabas de mis días malos o mis sueños absurdos. De cuando comentaba sobre la luna o compartía mi cultura.
Estabas tan enfocado en vos que en lugar de continuar cuidándome a medias para que me quedara a tu lado, me abandonaste completa a la deriva.
No me duele mi decisión. Sé que fue para lo mejor. Me duelen los pequeños momentos donde brillábamos, que en estos cinco meses fueron muchos. Me duelen las promesas implícitas y las que nos dijimos. Me duelen los lugares a los que iba por mi cuenta, sacaba fotos y te mandaba con mensajes "Cuando vengas, te voy a traer acá" u "Ojalá estuvieras acá conmigo". Me duele el cactus de flores amarillas que mantengo en mi pieza bajo el nombre que elegiste vos. Me duelen los planes en los que me involucrabas; querías cocinar para mí, llevarme a pescar, enseñarme a jugar golf. Me duele saber que no volveré a mostrarte mis diseños del trabajo o mis maquillajes o el color que elegí para pintar mis uñas. Me duele volver a nuestros mensajes para escribir estas palabras con sinceridad, porque a pesar del daño que me causaste debo hacer justicia a tu persona, a tu memoria, a lo que me quitaste y me diste a medias. Me duele el futuro que nunca vamos a tener y la distancia que nunca vamos a vencer. Me duele estar en las redes sociales, ver parejas con historias similares y no soportarlo cuando semanas atrás las miraba y decía "en unos meses, estos vamos a ser nosotros." Me duele oír el nombre del país de tu ex en las noticias, leerlo en las redes sociales, escucharlo en labios de terceros, y sentir una punzada en el estómago porque nunca voy a vivir lo que ella; nunca vendrás a mí.
Me duele recordar nuestra primera llamada cuando te dije que me gustaba escribir, pero hacía rato no lo hacía porque no tenía nada para contar. Jamás creí que la alegría que me diste para escribir relatos felices (que aún guardo en mi computadora, para consumo personal), sería reemplazada por una tristeza que llenaría un documento de Word con palabras, metáforas y mensajes que quien lea interpretará a su manera y lo adaptará a su vida mientras que, para mí, vivirán atadas a vos.
Me duele pensar en vos, en nuestros momentos felices, y tener que obligarme a pensar en la razón por la que terminé lo que teníamos antes que mi mente me juegue una mala pasada y acabe escribiéndote. Me duele tener que volver una y otra vez al hecho de que no me pediste que me quedara, incluso cuando era lo último que necesitaba de vos.
Aún espero por tu mensaje. No sé cuánto tiempo pasará hasta que caiga en la cuenta de que no me vas a contactar. Vivo mi vida, mis días, soy yo completa hasta que en algún momento del día me pregunto dónde está la parte de vos que tanto deseé.
Recuerdo la mariposa azul que vi en la carta. La que significaba libertad y que yo interpreté como un futuro juntos, y me doy cuenta que el mensaje, en realidad, era solo para mí. Era un mensaje claro que yo, tal vez bajo tu influencia, interpreté a medias.