-MARIPOSA SIN FLORES-
A mi edad era difícil saber porque el mundo me odiaba o mejor dicho las personas, les encantaba verme sufrir y caer ante sus pies como a una libélula rogando por su vida.
¿Qué le hice yo al mundo?
¿Por qué a las personas les encanta verme sufrir por ellos?
Hacer o hacerte promesas a ti mismo es algo difícil de cumplir debido a que la debilidad, el engaño de pensar que lo lograras siempre estará hay, pero depende solo de ti el peso de cumplirlas.
Saber que aquella promesa que algún día me hice y se encontraba desmoronándose poco a poco causaba debilidad e incapacidad en mí, porque ni siquiera en mis propias palabras podía confiar, no sabía si lo que decía mi ser era verdad o simplemente otra frase fujas.
Aunque intentara no romper aquella promesa hacia mí era complicado porque ni siquiera en la casa de mis abuelos lograba encontrar esa paz que necesitaba.
Ahora no solo mi hogar me hacía daño también era mis primos.
¡NO ES MI CULPA QUE MIS ABUELOS ME PRESTARAN MÁS ATENCIÓN A MI, YO NO SE LOS PEDI SIMPLEMENTE LES NACIO HACERLO!
Quería decírselos y gritarles en la cara aquella frase, pero el estúpido sentimiento de miedo y debilidad siempre estaba presente, llegando en los momentos menos indicados.
Por ello prefería pasar más tiempo en casa de mis abuelos que en la de mi tía, y cuando me encontraba en casa de ella tenía que soportar a mis primos solo por el simple hecho de que mis abuelos me cuidaban más a mí que a ellos.
Lo admito ellos me prestaban mucha atención me encantaba eso, porque por primera vez alguien me amaba y valoraba; no digo que mis padres no lo hacían, pero tener tres hijas representaba dar cariño a cada una por igual, mis padres optaban por no dar a ninguna ese cariño que de verdad lo necesitábamos.
Continuando con mis primos ellos eran…
Vaya que si los detestaba, no solo era escuchar sus comentarios negativos hacia mí, también era soportar que mi prima rompiera o me quitara los juguetes con su típica frase…
“Este juguete es mío, mi abuelita me lo iba a regalar a mí no a ti”.
No podía decir o hacer absolutamente nada porque cuando lo hacia ella me empujaba con todas sus fuerzas al suelo y simplemente salía corriendo del lugar.
Quería contarle a mi abuela lo que me hacía, pero no podía, porque sabía perfectamente que mi prima les contaría a mis hermanas, siendo así que no solo sean insultos o golpes leves los que recibiera de parte de ellas.
¿Por qué todas las personas me guardaban algún rencor si yo nunca les hice nada?
(Claro también tuve momentos de felicidad en mi vida, pero por la infancia que tuve no los recuerdo tan bien, solo viene uno tras otro de traumas que hasta ahora son difíciles de recordar).
Estar con mi tía era algo increíble y divertido, por ser una niña de cuatro años todos, bueno algunos me querían, amaban mi rostro de bebe, mi pequeño cuerpo, mis cañetes regordetes; pero había otros donde simplemente me odiaban desde que llegue a esta casa.
¡Mis primos!
Fue un día como todos, al despertar me encontraba alado de mi abuela, pero espera.
¿Dónde está ella?
Me levante de la cama en busca de mi abuela con el corazón a mil por hora y mis ojos picando por el ardor del llanto; sé que es mucho exagerar el porque me encontraba así, pero como no lo haría si era la única que me quería de verdad y con la cual se creó un lazo materno.
Había recorrido toda la casa y aún no la encontraba solo faltaba un lugar, la cocina era mi última esperanza, mis pasos se hicieron más grandes cuando llegué y la vi a ella cocinando un postre.
Desde que llegue a esta casa no voy a negar que no he dejado de comer postres, porque solo ella sabe hacer esos postres tan deliciosos y tentadores, cuando me dice que no me los coma es difícil resistir a tanta tentación.
- ¡ABUELITA!
-Hola mijita, ya despertaste… - corro hacia mi abuela con zancadas y ella me espera con los brazos extendidos.
- ¿Por qué no te encontrabas en el cuarto está mañana? - la duda me entra cuando la veo más arreglada de lo normal.
-Hoy saldré por unos asuntos, tú te quedaras con tu tía- me suelto de su abrazo y toco el suelo.
-No, llévame contigo por favor…
-Ya te conozco Camilita y sé que no te gusta quedarte quieta- bueno es verdad soy muy traviesa e introvertida.
-Esta vez me portare bien- le hago un puchero con mis labios tratando de convencerle, pero es imposible.
-Eso me dijiste la última vez y no salió nada bien.
-Pero esta vez sí me portare, por favor.
-No Camilita voy a caminar y a ti no te gusta, me obligaras a que te cargue de ida y regreso – es verdad que no me gusta caminar, pero me reúso a quedarme con mis primos.
-Hoy si voy a caminar…
-Te quedaras con tu tía, ella siempre te cuida y te encanta estar con ella.
-Si, pero no quiero estar hoy con mi tía- me reúso a ver malas caras de mi prima.
-No, Camilita si ya dije que no es no.
Concluye la conversación que teníamos hace unos segundos.
Al menos lo intente…
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En toda la mañana me encontré con mi abuela insistiéndole con la mirada de que me llevé, pero fue algo imposible porque la decisión ya estaba tomada. La comprendía al menos un poco, sé que con las personas de confianza abecés abuzo un poquito, bueno mucho, pero yo solo trataba de incluirme en el montón, aunque sabía que no pertenecía a ellos en lo absoluto.
Trataba de hacer círculos sociales con familiares de mí alrededor, a mí manera, pero lo así, lo malo es que no sabía cómo hacerlo, desde que llegué a el mundo conocí a personas que solo hacían cosas por interés más no porque les nacía buscar una conexión o enfatizar con cierto ser.
No es culpa de mi familia, pero gracias a ellos o no sé si verlo como algo bueno aprendí a hacer cosas por interés, manipular y chantajear a personas con tal de tener cosa u objeto que lo deseo con tanta intensidad.
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Editado: 08.12.2025