Mariposa Negra

El visitante

Apenas una vibración confusa, y un segundo después, Marion tenía una mariposa negra plantada en la pared frente a su puerta, justo en el borde entre la oscuridad nocturna y la luz del día.

          Podía haberla ignorado, como lo haría una persona normal, pero sus ojos de lince de inmediato diseccionaron lo irrespetuosas que las formas de aquella polilla gigante, y lo desatinado de sus colores, para un insecto tan armonioso como lo era una mariposa. Ni siquiera era su envoltorio negro y profundo, como una capa delgada extraída del cielo nocturno, sino una tonalidad más clara, menos solemne, un horrible color café, a mitad de oscuro y claro, moteado con líneas negras desiguales. Sus tenazas pendían laxas en el aire, formando bultos justo donde podían haberse logrado delicadas líneas rectas, y a ratos que la luz la tocaba en los bordes devolvía vomitivos detalles tornasoles como agua estancada.

          Era, para Marion, horrible, y le aterraba que pudiese posar un solo milímetro de sí sobre su rostro, si bien esa no era su única discordia con el insecto.

          A pesar de ser una mujer educada, Marion poseía un corazón sumergido a ratos en las aguas de la superstición, y no conseguía quitarse de encima la creencia de que todo lo que aparecía en su vida tenía un significado previamente establecido y que no podía cambiar su naturaleza misma. Un escalofrío la sacudió de pronto: era bien sabido que una mariposa negra significaba la muerte.

          El rugido de un motor la sacó de cavilaciones; un segundo después el ruido se detuvo, y en su lugar se escuchó el chillido de una puerta abriéndose, y luego el golpe metálico al cerrarse con fuerza. Segura de pronto que la mariposa negra y el auto guardaban alguna relación, subió rápidamente los escalones que separaban la planta baja de la calle, hasta encontrar la fuente del sonido.

          En la calle estaba el señor Yilmaz, un extranjero que llevaba viviendo ya 12 años a un lado de su casa, de pie con su inseparable libreta de cuero y sus anteojos redondos que le daban un aire intelectual.

-Bueno días, señor Yilmaz.

-Buenos días, Marion. Lamento mucho si mis invitados la molestaron ¿estaba usted dormida?

          Marion negó con la cabeza.

-Estaba descansando en el patio. Comencé a pintar desde muy temprano, así que necesitaba despejarme un poco.

-Cierto, es usted artista- respondió el señor Yilmaz-. A veces es necesario el desastre para encontrar el arte ¿está usted de acuerdo?

-El arte es belleza y la belleza es lineal, simétrica y armoniosa, señor Yilmaz.

-Ah, claro- contestó el señor Yilmaz.

          Había un auto viejo estacionado frente a la casa del señor Yilmaz, con la pintura carcomida y abolladuras en los lados. Dos personas, un hombre y una mujer, discutían detrás de la cajuela abierta, mientras que una tercera esperaba sentada en el asiento trasero. Marion hizo un esfuerzo por distinguir el rostro de la tercera persona, pero el vidrio estaba oscurecido, y apenas y podía distinguir una silueta en la mitad del asiento.

-Lamento mucho si mis invitados la molestaron- dijo el señor Yilmaz mientras la discusión seguía detrás de la cajuela-, ciertamente el auto es muy ruidoso, pero por favor, no se preocupe más. Me voy a asegurar que el conductor se retire de manera silenciosa.

-No, no se preocupe, señor Yilmaz.

          Detrás de la cajuela las voces seguían: la masculina, con un tono cada vez más irritado, mientras que la femenina se desdoblada en tonos angustiosos y respiraciones agitadas.

-¿Qué pasará con él? – preguntó la mujer detrás de la cajuela.

-Imposible saberlo. No ahora. Quizá en un año, o dos, haya mejorado- respondió el hombre junto a ella.

-¿Va a volver?

-¿De quién habla? ¿de su hijo o de…?

          El señor Yilmaz se aclaró la garganta a la vez que miraba a Marion por el rabillo del ojo.

-¿Ya les hablé de mi vecina Marion?- el señor Yilmaz alzó la voz por encima de sus discusiones-. Ha venido a saludarme.

          La cajuela cayó con pesadez.  Del otro lado estaba una mujer de mediana edad, con el rostro carcomido por la angustia, una pintura de belleza excelsa desgastada por quién sabe qué dolores que le había arrebato el brillo y la tirantez de forma prematura.

          El hombre a su lado tenía una apariencia aún más dura, al grado que Marion no distinguía si era un humano genuino o alguna ensoñación de un autor de historias sobre cazadores de vampiros: botas, sombrero, la capa larga desgastada por el uso y una cicatriz enorme que le atravesada el rostro de esquina a esquina. Marion miró sus brazos, y se encontró con el mismo patrón: llenos de marcas profunda en todas direcciones, faltas de trozos de dedos y con la piel levantada de ampollas y heridas abiertas.

-Buenos días- dijo el hombre con voz ronca.

-Buenos días- respondió Marion, acariciándose las manos suaves y delicadas.

          El hombre se acercó al señor Yilmaz y le entregó dos maletas.

-He cumplido mi parte. Es tu turno ahora.

          El señor Yilmaz parecía incómodo por la presencia de Marion, pero alcanzó a asentir mientras tomaba las maletas. La mujer entonces se acercó a él, con los labios en espera de decir alguna cosa importante; la expectativa se le deslizó en un suspiro, y rendida lo abrazó con fuerza mientras murmura:

-Por favor, por favor, por favor.

          El señor Yilmaz le devolvió el abrazo, y luego se separó para poder mirarla a los ojos:

-Ya casi termina, Bertha. Mantén la esperanza.

          La mujer recobró la compostura, se enjugó las lágrimas y repisó profundo. Miró a Marion sorprendida, como si el momento hubiera borrado a la chica, y ya en sus cabales, la hubiera depositado con sorpresa frente a ella. Luego Bertha sonrió levemente, y se subió el carro.



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En el texto hay: sobrenatural, noche, sobrenatural y misterio

Editado: 10.01.2021

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