Cuando el desenlace es inminente, y el final se adivina oscuro y terrible, en ocasiones hay una especie de dádiva compasiva, un último consuelo a la más impensable de las conclusiones; ésta es el pensamiento que el descanso final ocurrirá pronto, y cual sea el trayecto de esta fuerza conclusiva, será mejor que el momento presente.
Marion sintió aquella idea descendiendo por su cuerpo con la velocidad de un rayo, tranquilizando su mente y su cuerpo, con la esperanza de que el proceso terminaría pronto. Pero no bastó para hacer el tiempo correr con la velocidad deseada. Por el contrario, se descubrió capaz de reconocer, con ojo de artista, hasta el más mínimo detalle de todas las torcidas deformaciones en la transformación de Erik.
Sus labios se partieron en cuatro partes distintas, y se retrajeron como flor maligna entre gotas de sangre y saliva. De las entrañas de aquella boca con colmillos apareció un trozo de carne rojo irregular y rugoso, una lengua salida de las fantasías más tenebrosas, y recta se acercó peligrosamente a rostro de Marion, empapado de sudor a causa del terror.
-Erik, si lo haces no te podrás detener- dijo el Sr. Yilmaz, aferrado al borde la barda que dividía ambas casas.
Marion sentía el calor que emanaba de aquella lengua, plagada de protuberancias; podía ver también cómo la respiración de Erik se volvía más rápida a medida que acercaba su lengua a sus poros, empapados de miedo. Cerró los ojos y alejó el rostro cuanto pudo, pero el calor de su aliento se extendía aún en la poca distancia que los separaba, reclamándola como el depredador reclama a la presa, sin reconocerle como nada más que la conclusión de un fugaz deseo.
-Erik, no lo hagas, no lo hagas.
Erik parecía no escucharlo, ni siquiera parecía estar presente en este mundo mucho más que siendo ocupante de una carcasa, vacía de emociones, una armadura que contenía el instinto único de matar, sin siquiera sentir odio o lástima por su víctima. Marion era la culminación de su deseo de victoria, pero solo de manera temporal: después vendría otra, y otra más. Sus ojos contenían una ausencia absoluta, y Marion se imaginó que, más que el fuego vivo de la maldad, era el vacío de sentimientos la boca que consumía la vida.
Erik se acercó un paso más hacia ella, con pesados pasos y la cabeza colgando entre las protuberancias de su espalda. Gruñía a ratos, y a ratos de su boca salía un sonido parecido al desliz de la arena.
-Erik, soy yo. Soy Marion.
Aunque su voz sonaba frágil, aquel delicado torrente de sonidos detuvo a Erik. Marion se fijó en su mirada; aunque el resto de su cuerpo apuntaba a lo contrario, podía ver en sus ojos restos de su anterior estado: una suavidad en los bordes de sus ojos, un calor inesperado emanando de las fuentes cóncavas de aquellos ojos inhumanos.
-Soy Marion, recuérdame.
Empezó a dar pasos hacia atrás, su respiración se volvió más lenta. A momentos daba movimientos bruscos, y Marion casi tenía ganas de echarse a correr, creyéndose de nuevo en el borde de un nuevo ataque. La carga de saberse tan cerca de su estado salvaje era tan pesada que por momentos deseaba que la transformación terminara. Pero al pasar de los segundos sus movimientos eran cada vez más suaves, y Marion lo entendió: Erik estaba volviendo.
Los músculos se volvieron a su posición natural, las garras se retrajeron, y las heridas que se había hecho a causa de sus movimientos sanaron aceleradamente, pero no cerraron por completo. Marion comprendió el por qué de sus cicatrices, y se lamentó que unas cuantas más se sumaran a su colección.
Aunque quedaban huellas de la transformación en su cuerpo, como la mandíbula agrandada, los dientes como colmillos y las pupilas dilatadas, la lentitud de sus movimientos eran prueba suficiente de que su consciencia por fin había tomado el timón de su cuerpo. Sus ojos, además, mostraban una cualidad impropia de los monstruos, míticos o humanos: Erik miraba a Marion con compasión.
El Sr. Yilmaz al fin logró saltar la barda. De inmediato se puso frente a Erik, le tocó la frente y le palpó el pecho, con los ojos casi abandonándose a un manantial de lágrimas.
-Lo lograste, Erik ¡Lo lograste!
Erik sonrió con debilidad. No podía llamarse victoria a un caminar tan difícil, pero sentía por sí mismo un poco de satisfacción. Al fin sonrió por completo, asintiendo.
-Sr. Yilmaz, yo-musitó Marion-. ¿Por qué nos hizo esto? ¿Por qué trajo a alguien así a esta calle?
El Sr. Yilmaz y Erik la miraron con asombro. Había sido tan intensa su fugaz sensación de orgullo, que no entendían como alguien podía sentirse menos que feliz por lo que acababa de pasar.
-Señorita Marion, es un caso complicado- dijo el Sr. Yilmaz-. Usted tiene que entender que a veces la gente enferma por cosas que van más allá de toda comprensión humana, y es preciso ayudarles. A eso me dedicó yo. Esto no fue elección de Erik, y lamento mucho que la haya asustado de esta manera.
-“¿Asustado?” Casi mata a Coco.
-Lo lamento mucho- contestó el Sr. Yilmaz-, pero le pedí que mantuviera a Coco alejado de mi propiedad, y usted no lo hizo. Creo que ambos tenemos culpa en esto.
-¿Y en qué se compara que un perro manso se escape con tener a un potencial asesino en casa- preguntó Marion con indignación- ¡Casi me mata!
-Cierto, y hubiera sido fácil- respondió Erik con enojo-. Hubiera sido más fácil que lo acabo de hacer. Pero no lo hice.
-Pero casi lo hiciste.
-Pero NO lo hice- respondió Erik-. Pude controlarme. Estoy más cerca de curarme.
Marion miró al Sr. Yilmaz y luego a Erik, con una mirada que reclamaba en silencio la tranquilidad robada. Estaba furiosa por su roce con la muerte, pero también por lo que significaba haber descubierto que el mundo era peor de lo que imaginaba.