Mariposa Negra

EL MENSAJE DE LA MARIPOSA NEGRA

La oscuridad se extendía mucho más lejos que lo sus ojos podían ver. Se deslizaba sin fronteras entre los muros del pasado y el presente, goteaba por las fisuras de su consciencia, de su fe y de todos los pensamientos sobre el futuro que había apilado como pirámide. En un par de segundos su vida entera se había deformada hasta convertirse en esto: una carrera por la supervivencia.

          Las hojas crujían, unas tras otra, bajo sus pies. Los árboles del frondoso bosque se deslizaban como gotas de pintura en su frenética carrera. Sobre las ramas había formas que no se detenía a analizar. A esa hora hablaba poco el bosque, apenas y voces graves de alguna lúgubre garganta.

          Pero Erik no podía bajar el ritmo: la bestia que lo perseguía deshacía el silencio son violentos gruñidos, y con sus garras levantaba trozos de tierra que caían cada vez más cerca de su él.

          Luces suspendidas en el aire se abrían y cerraban: los ojos de los animales nocturnos era sus únicos testigos. Ellos parecían mirarlo, con quietud y reverencia, como el desafortunado protagonista de una tragedia cuyo final ya se había decidido.

          Trataba de armar piezas en su mente, a la par que sus pulmones se esforzaban por tomar más aire. Se había alejado cuatro, o cinco metros del campamento, no más, y se había distraído con una figura alargada que se agitaba entre los arbustos.

          La figura se había puesto de pie. Podía distinguir restos de humanidad en sus extremidades, pero sus ojos oscuros, las cordilleras que se alzaban bajo su espalda y sus garras eran frutos de algún pensamiento demencial. Luego, había corrido detrás de él.

          La bestia saltó por encima de su cabeza y aterrizó frente a Erik. Se encaramó a un árbol, y se sostuvo sobre el tronco con el cuerpo paralelo al suelo. Erik dio pequeños pasos hacia atrás y adelante, consciente de que no podía escapar. La bestia guardó los colmillos tras los labios, y detuvo los sonidos profundos de su garganta. Tensó su cuerpo hasta volverse casi una gárgola, en paz. Ladeó el rostro, y lo miró con curiosidad. Por un momento, Erik creyó que no iba a hacerle daño.

          Varias manos agitaron su cuerpo. Era de mañana, y milagrosamente, estaba vivo. La gente a su alrededor lo comenzó a abrazar. Erik se sentía confundido y aliviado, aunque no entendía por qué tenía marcas de dientes en el centro del vientre, ni por qué el olor de aquellas personas de pronto le despertaba un deseo tan salvaje.

 

 

 

 

10 años después

 

          La falta de sueño la estaba aislando de este mundo, y aunque físicamente estaba presente, su mente divagaba cada vez más entre fantasías. Marion sentía que poco a poco estaba más envuelta en la bruma de sus propios pensamientos, que en el concreto de la realidad.

          Casi finalizaban los 10 días que el Sr. Yilmaz le había pedido para desalojar su casa, y en esos días no se había atrevido a pensar en lo que el Sr. Yilmaz le había dicho sobre las señales que había encontrado: el árbol con sus frutos llenos de plaga, la mujer que lloraba en sus sueños o las dagas que apuntaban a su hogar.

          Pero la mariposa negra se negaba a emigrar, ni de su casa, ni de su mente, y pululaba en sus pensamientos, unos pensamientos ya predispuestos a coquetear con las suertes y el misticismo.

          Una de las cosas que Marion recordaba perfectamente de su última conversación con el Sr. Yilmaz era su comentario acerca de una plaga inusual en su naranjo. De acuerdo con su vecino esta plaga únicamente se manifestaba en el lado del árbol que le daba sombra, y si resultaba cierto, sería una manera de comprobar que las preocupaciones del Sr. Yilmaz tenían sustento. Al fin se armó de valor, tomó un banco y subió hasta quedar cerca del naranjo que había mencionado su vecino.

-Veamos, si es verdad que mi lado está podrido- dijo para sí misma, mientras se balanceaba sobre el banco.

          El árbol de naranjas lucía igual que cualquier otro día. La campanilla de viento entre sus ramas sonaba a ratos, y la fragancia de sus frutos se desataba como delicados hilos. Era un árbol maduro y sano.

-Mentiroso, manipulador y tonto- dijo Marion entre dientes-. Hasta aquí has llegado ¡No hay nada aquí!

          Las naranjas crecían dulces y vistosas, en uno y otro lado del árbol. Marion tomó una entre sus manos, la más grande, y se acercó hasta poder oler las delicadas notas cítricas, enojada por haber creído en las palabras del Sr. Yilmaz sobre el lado del árbol que estaba podrido.

          Pero al sostenerla entre sus manos, notó una sensación singular entre sus dedos: parecido a un hormigueo, la naranja parecía tener diminutos movimientos en el interior de la cáscara. Marion sostuvo la naranja y la arrancó de la rama. El interior de la naranja comenzó a moverse, en un lado y otro, hasta que la cáscara empezó a subir y descender como en diminutas oleadas.

          Marion sintió cosquillas entre los huecos de sus dedos. Una araña de patas largas le caminó entre los dedos con más rapidez que sus propios pensamientos. Luego otra, y otra más. El centro de la naranja explotó, y de su interior surgieron decenas de arañas, que se reptaron por sus manos, muñecas y brazos.

          Las arañas invadieron todo su cuerpo. Marion intentó bajar los escalones, pero era tanta su desesperación que no pudo sostenerse en los últimos escalones y cayó al suelo, revolcándose y quitándose la camisa en un intento de deshacerse de los insectos.

          Pero ya no había nada.

          Sobre su torso no había más que su piel clara y lisa. Miró al árbol, y observó que la naranja que había explotado estaba de nuevo en su rama, del lado de su patio. Ciertamente la plaga que había descrito el Sr. Yilmaz era como todo lo que le rodeaba: tétrico y enigmático, y al igual que con las arañas no había otra forma de escapar de ello más que arrojarse al vacío pensarlo dos veces.



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En el texto hay: sobrenatural, noche, sobrenatural y misterio

Editado: 10.01.2021

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