Bastian Bergmann.
—Este mundo no es para cualquiera —su voz chillona aturde mis sentidos, levanto mi rostro mirándola fijamente.
—Y tú muy bien lo sabes —miro a mi hermano con fastidio.
Me río en sus caras, recostando mi cuerpo en la silla viendo a los engendros de mis hermanos o los que se hacen llamar así.
—Vive, juego o muere —chasqueo mi lengua, juego con la pluma—. Ese es el lema de ustedes, él mío es, la muerte solo llega a quien no la busca por ver la cara de quién no debe. Mi lema se basa en si me dañas, te daño de la peor manera.
Sus rostros están de foto, me levanto del asiento, camino hasta están frente a ellos me apoyo en el escritorio de roble.
—No te vas a poder levantar sin mi ayuda, ustedes están buscando la muerte sin que ella los busque a ustedes.
—La mariposa negra de la organización no ha llegado y tú no te quieres casar con Dalila.
—Me importa una mierda Dalila, hagan lo que se les pegue la gana con ella.
—Padre te ha dado suficiente tiempo para...
—Me importan muy poco los intereses de mi padre, construi mi imperio a partir de cenizas. No pueden venir a opinar sobre lo que no les importa —la arrinconó en la silla mirando sus ojos que solo muestran miedo ante mi.
Suelto la silla con brusquedad su cuerpo impacta contra el suelo casi, sin causar ningún ruido.
—¡¿Estás loco?!
Su grito no produce más nada en mi interior solo repulsión ante ellos, dejo caer mi cuerpo como peso muerto en mi silla tras el escrito, de la gaveta del lado derecho saco mi arma.
—Nunca pensé usar tu propio regalo para matarte —dejo el arma frenta a ellos haciendo que les disparo de mentira.
Sus rostros palidecen cuando retiro el seguro del arma, despavoridos como cobardes que son salen de la oficina maldiciendo me, me río de ellos. Me levanto en dirección a la barra de botellas que hay, agarro el primer vino que encuentro seguido de arma, abro la ventanas y solo espero unos cuantos minutos.
—Tres... —extiendo mis manos colocando me en posición—. Dos, uno.
Dejo caer el resto de vidrio que queda en mis manos sobre ellos, la declaración de guerra ya está hecha.
—¡Maldito loco te acusaré con mi padre! —el grito de la princesa me hace reír más fuerte.
—¡Haz lo que quieras, no me importa! —descargo el arma por todo su alrededor procurando que solo una llegue a alcanzar a mi hermano.
Miro como grita y se retuerce en el suelo como una lombriz, mi hermana lo intenta levantar pero es empujada al suelo, cierro las ventanas al escuchar el primer toque en la puerta. Dejo el arma en el escritorio, me dirijo a abrir la puerta mientras por el camino me desabrochó la camisa.
—Adelante —me hago a un lado dejando que la doctora pase junto a Thiago.
Sus ojos se abren tanto que parece que se fueran a salir de sus ojos, por otra parte yo muevo mis manos frente a ella, me agachó hasta dar con sus ojos. Logra reaccionar, la herida es mucho más grande de lo que pensé. Me dejó caer en la silla. Me empieza a curar como si fuera un cristal.
—¿Que has encontrado?
—Ya tengo la indicada para lo que me pediste —levanto mi vista interesado en sus palabras—. Su padre está en banca rota y pidió dinero todavía no ha completado el pago y ya se venció el plazo.
—Sigue —me acomodo mejor al ver que intenta sacar la bala.
—Dos hijas, el hombre ya aceptó el trato pero se niega a ceder a su princesa o eso fue lo que entendí —extiende unas cuantas fotos—. La mayor de las dos por tres años, es bastante retirada, casi no se le ve por ningún lado. Intente encontrar información pero la que hay es muy escasa.
Reviso las fotos, su cabello está definido en rulos, sus ojos cafés casi negros parecen el poso negro que me lleva todas las noches, el vestido que lleva la hace ver como una diosa. Su sonrisa es hermosa.
—Si ya termino se puede retirar —de reojo veo como termina de acomodar el vendaje—. Se lo que tengo que hacer, su pago estará listo en dos segundos.
Sin decir nada se mueve veloz por la habitación, en mi mente solo se repiten las mismas palabras.
Bella.
Divina.
Diosa.
Va a ser mía.
Porque es mi puta perdición.
Con cada foto que veo es un deleite para mí apreciar su sonrisa, al levantar mi vista veo la seriedad en el rostro Thiago.
—¿Cuál es el problema? —la molestia se hace evidente en mi.
—No se quiere casar, mi hermano Emiliano, es su amigo y le ha contado todo desde el dia en que se le anuncio.
—Averigua todo no importa como lo vas a lograr, solo hazlo. Pídele ayuda a tu hermano, de ser necesario ofrecerle dinero. Dile que no importa el monto.
—Bastian, no conoces para nada a mi hermano -—sonrie sentándose frente a mi—. Te va a dejar en banca rota de ser su posibilidad.
—Dame su número, yo me comunicaré con él.
—Bien pero conste que te lo advertí —anota su número en mi celular tan de inmediato como se lo paso—. No me hago responsable de lo que te diga.
Asiento y le dejo un mensaje, Thiago sale de la oficina en busca de más información, se que la conseguirá.
Mi celular vibra con un mensaje nuevo, reviso y valla que se apresuro en responder.
«¿De cuánto hablamos?» sigue escribiendo pero no envía nada al ver mi mensaje.
En eso una llamada entra con su nombre en la pantalla.
—¿Eres Bastian, el jefe de mi hermano?
—Sí.
—Bien, cuánto estás dispuesto a darme por darte información.
—Dime una cifra y tendrás el dinero en tu cuenta.
—Diez mil dólares —murmura algo, lejano a eso se escucha el grito de alguna mujer—. Bien dame cinco minutos y redacto lo que necesitas.
Corta la llama de manera apresurada, me río por su forma de hacer negocios, es peculiar en cierto sentido. Marco a Thiago informándole que le transfiera el dinero a su hermano.
Editado: 05.01.2025